XXVI

Sí, es posible amaestrar la memoria.
Se puede: no es madura ni salvaje,
y a golpes y presentes –palo y zanahoria-,
hacerla obediente, doncella y paje.

Es posible: olvidar para siempre el equipaje,
la inmortal palabra, el termal gemido,
convertir la lenta angustia en fugaz carruaje,
que no queden sombras ni sentidos,

tan solo un dulce aroma a vacío
- pues nada hubo: el pasado es solo un cuerpo
y ningún cuerpo flota sobre el río-
o acaso, el triste eco de un recuerdo

que ya palidece, ya se sabe enfermo.
Bien puede ser domada, instruida,
hasta que no sean más que legítimo cuento
los nombres por los que mataste un día.

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