XX


No existe cáncer que traspase la carne.
No hay temblor que me pueda hacer caer.

No hay ruido capaz de ensordecer
ni fuego mayor que un hálito
que insiste en no decaer.

Reconozco a la agonía.
Creo que me vio nacer,
y aquí que sigue, bien despierta
hasta la hora en que me posea
en mi lento anochecer.

Mas todo eso
aún queda lejos.

Mientras tanto
no habrá cáncer que traspase la carne,
ni temblor que me pueda hacer caer.

He aquí una invencible muerte
a la que venceré.

XIX

Gosh, how tired I feel about
this neverending story.
That so-called angst
which never served any purpose.
That useless self-indulgence,
those calling-to-attention moves
manifested by greedy,
delusive suicide letters.

Utterly tired of
these dumb Cobain wannabes,
and of those who pretend that
Henry Miller and Bukowski
are guides and fathers,
highly speaking messiahs
instead of artists.

Bored of this Fight Club,
Trainspotting fandom,
as if no other movies
have something to say.

And this goofy neo-punk,
emo-gothic movement
desperately trying to rent a personality,
which is easier than dealing
with a reigning void.

This pseudo-frustrated generation
unable to build a mood
if it’s not by copying it,
incapable of moving
without leaving a gummy trace
of cheap rental misery.

I don’t ask you to meet the hunger
nor the war, the poverty
- not even a Great Depression-

But I do think
you still have to show us
what pain
means.

Café Machado's Flying Circus


(luces fuera, silencio en el teatro, focos centrales fijos en el maestro de ceremonias)

Así pues, dada su capacidad para doblegar voluntades y paralizar respuestas del sistema nervioso, así como la facilidad con que es capaz de traspasar fronteras, inutilizar tácticas de manipulación mental e incluso desmitificar religiones y derribar regímenes gubernamentales, la Royal Academy of Mayhem se complace en anunciar que el premio al Arma Humana de Mayor Efectividad es para...

(redoble de tambores, manos que abren nerviosamente un sobre)

¡…el Sentido del Humor!

(compases de orquesta, aplausos, ovaciones)

A continuación, y como viene siendo larga tradición en nuestras ya ancestrales ceremonias, el ilustre ganador subirá al estrado para recoger su merecido galardón…

(decaimiento de aplausos, creciente serenidad, toses nerviosas)

…desgraciadamente, y muy a nuestro pesar, nos vemos en la obligación de anunciarles que el Sentido del Humor ha decidido no presentarse cuando más se le esperaba. No se alarmen: es habitual en él.

A day ahead of time


Alguien me señaló un día con el dedo y me acusó de estar pervertido por el celuloide. Eres incapaz de mirar la realidad sin compararla con una buena historia, dijo.

La fotografía tiene veinte años y está más viva que todos nosotros. Me parece inexacto afirmar que la miro, o la observo, o la contemplo: me atrapa de tal forma que cualquier verbo pierde su utilidad. Siempre tengo la sensación de encontrar algo extraño en ella; su excesiva, casi majestuosa autenticidad, tal vez. No recuerdo quién la tomó; probablemente, el Fulanito más inconsciente de su genialidad que se recuerda. Las cuatro sonrisas dejan constancia de una hechicería que, en la vida real, sólo aguanta de una pieza durante una milésima de segundo.

Ahí estamos, cogiéndonos de las manos como si nos juráramos fidelidad eterna. Es curioso, porque es en realidad la fotografía de un adiós. Adiós a cinco años en los que habíamos compartido toda clase de mordiscos: bocados de clases, de paseos por el campus, de tú lloras sobre mi hombro y yo sobre el tuyo, de amores que no llevan a ninguna parte, de canciones y desgarros y acrobacias sobre una línea a medio camino entre la juventud y la adolescencia, y puede que algo más. Migajas de una parcela de tiempo que durante cinco años se expande y elonga como si el infinito escapara de allí; y de golpe, un día, se descoyunta y despedaza en un extraño lugar llamado Pretérito.

Efectivamente, la magia existe en nuestros tiempos. Es lo que pienso cuando sostengo un bocado de pasado entre los dedos.

A veces, de todos modos, parece tan esféricamente perfecto que es imposible no sospechar.

Porque quién sabe si acaso nos estamos haciendo demasiado viejos.

"No son molinos, Sancho"

Estaba enamorada del sabor que prometían los idiomas. Imaginaba todas las lenguas del globo colocadas ante ella en varias filas de bandejas, al estilo de los mostradores de las heladerías. Un delgado cristal sería todo cuanto la separaría de la mano del heladero, colocando diestramente sobre el cono una sucesión de aventuras embriagadoras; glucóseas travesías a lo largo de léxicos y dialectos, mareas gramaticales y burbujeantes estanques fónicos: el portugués, con su elegancia nasal, sus eses serpenteantes y sus alteraciones circunflejas; el alemán, de sabor fuerte pero también de reconfortante profundidad; el chino, dotado con ese desafío fonético en el que un error en la modulación de la voz puede conducir a fatídicos malentendidos; el italiano, ese poema perpetuo en el que la gesticulación manual es parte intrínseca de la comunicación...

Finalmente, decidió prescindir de la fantasía. Consultó precios y ofertas en diversas escuelas de idiomas y se decantó por un curso semestral de árabe. El día anterior a la primera clase quedó con varias amigas en una cafetería del centro. Si tú te vieras la sonrisa que llevas, le dijeron. Igualita que recién enamorada. Al cabo de una semana ya no sonreía.


marzo de Once

Y a pocos metros de allí, el mundo huye despavorido. Un fantasma en llamas arranca asientos, extingue paredes, aniquila el metal, evapora la carne, desmiembra el sentido de la realidad. El sonido desaparece, vencido por la magnitud de un apocalipsis químico desatado en el centro del vagón; una explosión que desfigura la materia a una celeridad que la conciencia humana es incapaz de comprender. Y entonces, un zumbido que rasga el aire. El chico tiene un aire culto y atrevido al mismo tiempo; la mira fijamente, casi una sonrisa perfilándose entre la caprichosa perilla, casi un virtual dibujo de una posibilidad de vida, visitas al cine, orgamos en la cama de los padres cuando están fuera, casa en el centro y niños. Surge el duelo en el lugar menos esperado: en la pared opuesta del vagón, a unas tres cabezas de distancia: es algo más joven que ella, pero el físico parece desmentirlo. Estirando el brazo tanto como puede, la muchacha alcanza la barra de apoyo y suelta el aliento en trémulas ráfagas mientras piensa, sí, vaya, el metro de Madrid a las 7 y media de la mañana, casi había olvidado cómo era: la mano masculina que furtivamente se desliza para rozar su muslo fingiendo inocencia; el rancio olor a agobio matutino, a la falta de tiempo para ducharse; el inútil desespero del conglomerado humano que se une en una inabarcable cópula en el vagón para, poco a poco, desarracimarse por las calles de Madrid; y sobretodo, una de sus sensaciones favoritas: el juego de los ojos, el calor de una mirada, esa tentación por devolverle la mirada a un extraño, ese extraño goce al violar ocularmente la intimidad de otro por un segundo. Las señales sonoras que avisan del inminente cierre de puertas se demoran un segundo más para permitirla llegar; acelera sus pasos por el andén y llega en el último instante con un salto casi desesperado, la masa compacta de pasajeros se desplaza un centímetro más al interior del vagón, las puertas se cierran. Ya ve al fondo las últimas piernas presurosas, el apuro del pasajero que se niega a perder una vez más ese tren de las ocho y diez. Mientras baja las escaleras mecánicas tan rápido como puede, piensa tenía que ser jueves, justo, no miércoles con la puñetera gramática, otra vez a entrar de pronto en clase y todos levantando la cabeza para ver quién ha llegado tarde como siempre , el billete se le escurre de entre los dedos y casi lo ve desaparecer por entre los estrechos huecos entre sección y sección móvil de la escalera. Se da cuenta de que el día es, de algún modo, prematuro: el sol se ha levantado como si tuviera prisa por llegar al mediodía, la humedad en el aire avisa de un verano que también quiere adelantarse, sortea el tráfico al cambiar de acera en la calle de Santa Isabel porque sí, también todos quieren llegar al trabajo antes que nadie. Justo antes de cerrar la puerta de casa, se detiene un segundo y vuelve la cabeza hacia el interior, mamá, que no te preocupes, ya lo llevo yo al taller esta tarde, nadie se va a morir por coger el metro. Se despera al comprobar que el coche no arranca: ya tuvo bastante con lo de anoche como para encima tener que empezar así el día.

Maleabilidad


Era verano, como te digo, así que era fácil verla: sencillita, así de cuero negro, que era imposible pasarla por alto con ese sol. ¿Que qué había dentro? Todo: tarjetas, carnets, y ojo, trescientos y pico euros. Era, me acuerdo, una calle así aislada del pueblo, había un campo de fútbol al lado y además era domingo; hasta pasaban pocos coches. Me acuerdo que miré detrás mío varias veces, que no sé qué esperaba ver, pero al final voy y digo: la llevo a la policía y la devuelvo. Pregunté al primero que vi que dónde quedaba la comisaría, le conté que era para devolver la cartera y me dice: pues hace falta más gente como tú, ¿eh? Luego, el poli que me atendió, así todo gordo y con perilla, no me dijo nada. Me tomó los datos y hasta luego.

Dicen que en Barcelona un tío de Senegal o de por ahí se encontró una billetera con 3.000 euros, pilló un bus hasta Pedrables y se la devolvió en mano al dueño. Y le dieron cien de propina, si serán amables. Yo no vi un duro, porque quien fuera que perdiera la cartera no me llamó para darme las gracias, pero eso sí, al volver a casa me sentía el tío más rico del mundo. Y fíjate que no me siento así muchas veces, yo soy de los que quieren más y más, y que me reconozcan lo bueno que hago, y a ser posible con una tele de plasma. Pero pienso, coño, Javier, que esto es virtud de grandes, ser solidario. Dices: si el tío perdió la cartera es culpa suya, no vas a ir al infierno por recoger algo del suelo, el que lo encuentra se lo queda. Pero yo, lo que te digo: el tío más rico del mundo. La madre Teresa de Granollers.

Pues hoy he llevado el Ford a que pase la ITV, que no la ha pasado, qué raro; sí, si es que está que le pegas una patada y se le caen dos ruedas, ¿me entiendes? Y el mecánico, que hostia, se parecía mucho al poli de antes, pues a lo suyo: sí, la transmisión está mal, pero dice: es que la dirección le ha afectado al parié, y el parié también ha bloqueado esta otra pieza, y ahora hay que pedir las piezas a Suiza, y hostia, que unos cuantos ceritos me voy a tragar, quiera o no quiera, porque el coche lo necesito para ir al curro. Y bueno, pero que dices una factura, vale, de vez en cuando toca esto y para eso tengo mi bote de ahorros, que me sigue funcionando, ¿sabes? Pero es que se me ha juntado con lo del dentista, que me pide 250, y dentro de nada toca la declaración, donde ya me veo el palo que me van a pegar, y no te lo pierdas, que el otro día enciendo el portátil para terminar el proyecto ese y me encuentro con que no arranca, entra en Windows y se queda todo el rato con la pantallita de inicio, y yo estas cosas no sé arreglarlas. Tío, que me vienen mil cosas encima, y me da que ni comulgando me las van a quitar de encima.

Sí, claro, le pegué el toque a mi padre, no sé por qué, si ya sé lo que me toca, pero bueno. Mira, creo que todos los gastos me importaban una mierda si no fuera porque encima me tengo que tragar la cancioncita de siempre, es problema tuyo y ahora hay que apechugar, mira que te lo advertí cuando dejaste la carrera, ésta es la vida que has elegido. Mi padre... claro, eso, no entiende que las cosas hoy en día no son como antes, a él no le regalaron nada y por una parte entiendo que me pase la mentalidad de trabajar duro y ganarte el pan por tu cuenta, pero joder, es que ni una palabra de ánimo. Entiendo hasta que no quiera hacerme el favor, pero es que ni una palabra de ánimo. Estoy bien hundido, tío, no te lo voy a negar, y la cosa tampoco está como para pagar a un psicólogo, bien agusto que lo haría.

Bueno, pues no te creas lo que te digo, pero ahora sueño con esa cartera de trescientos euros. Soñar de verdad, he soñado, literalmente. Como si me la fuera a encontrar en cualquier momento, aquí, a la vuelta de la esquina, saliendo del bar. Y lo peor de todo, lo que de verdad me trae loca la cabeza, es que en el sueño yo no me siento culpable; veo la cartera, la cojo, siento como que alguien me está mirando pero yo la cojo, todo normal. Pero entonces despierto y me veo en la cama, casi sudando, y ni te digo cómo me siento, ni te lo digo. Me creo por un segundo que lo he hecho de verdad, que lo hice al día anterior, y no sé qué parte de mí se siente culpable: la que ha cogido el dinero en el sueño, o la que no lo cogió en la realidad. Veo los vasos llenos de moneditas de los mendigos y me pasa lo mismo, no sé si los cogería, o si ya los he cogido alguna vez, porque no hay forma de explicar que me sienta tan mal por algo que ni siquiera he hecho. En fin, háblame de otra cosa, que esto no hay quien lo arregle y por hoy ya te he dado mucho el coñazo. Ah, sí, pídeme otra, pero escúchame lo que te digo, tío, lo siento, de verdad que lo siento, pero te voy a pedir un favor.