T.J.E. - Vol. 10 - Finale & Dedication

Veo su coleta oscura balanceándose a su espalda y sus hombros enjutos inclinándose sobre la barandilla. Despega los tacones del suelo para asomarse mejor hacia el río, que fluye bajo nosotros con un siseo inmutable.
- Las ideas se encienden con la fuerza del trueno y después se extinguen palabra a palabra según las plasmo en el papel... - las migas de pan caen hacia las aguas, y el curso de los patos se desvía hacia las pequeñas ondas que se trazan en la superficie-. Estoy cansada de eso.
Miro a mis espaldas. Hace un momento esto era Valencia, pero ahora veo a lo lejos un laberinto de rascacielos recortando sus recias sombras en un cielo contaminado.
- Señorita MV, sígame por aquí, por favor.
Bajamos por un sendero de tierra que bordea el río y llegamos a su cauce. Veo la esterilla persa en el suelo, y las libretas amarillentas desperdigadas por entre las rocas. Una voz me llama desde las alturas y la veo sobre un grueso canalón de agua, erguida con los brazos extendidos y los ojos cerrados.
- Ilitia, ¿qué tal con tu nueva vida?
- Haciendo progresos- me contesta-. Soy la nueva reina de las cabezas cortadas. ¿En qué os puedo ayudar?
MV se adelanta un paso.
- Dime qué haces cuando pierdes la fe en escribir - le pregunta.
Los párpados de Ilitia no se mueven. Observo que lleva una pulsera adherida al tobillo cuando levanta un pie desnudo del canalón y se balancea peligrosamente sobre él.
- Escribir sobre la pérdida de fe - le contesta-. En verdad no sé quién podría necesitar fe para escribir.
- Tal vez un escritor profesional - le digo yo.
Vuelve a colocar ambos pies sobre su dudoso punto de apoyo.
- Nosotros tres ya lo somos, querido- creo que chasquea la lengua, pero el paso de una comadreja sobre una rama caída me hace dudar-. Dependemos de nuestras efímeras letras. En el momento en que despegamos la mano del papel, seguimos escribiendo silenciosamente sin él. Estamos perdidos, en verdad. Dependemos de un alimento que sólo nosotros podemos cultivar.
MV se sienta en la esterilla y se descalza. Los tacones ruedan por la pequeña curva de la orilla y de pronto están lejos, lánguidamente arrastrados por la perezosa corriente.
- Me da miedo no llegar a ser nada- dice, mirando hacia el frente.
Ilitia abre entonces los ojos y se sienta en su pequeño puesto de vigía.
- A mí me da miedo llegar a ser algo. Si llegara a ser alguien diferente, si cambiara, no podría escribir desde mí misma: lo haría desde la piel de alguien que nunca quise ser. Y en esa situación, ¿para qué demonios escribir entonces?
Contemplo unos segundos a MV. Se acaricia los labios usando toda la longitud de sus dedos.
- Ilitia, ¿qué fue de tus zapatos? - pregunto.
Me contesta con una carcajada que jamás habría asociado con ella.
- ¿Qué fue de todo lo que no necesitas ahora mismo, encanto?
Una senda de tupido musgo acompaña el curso del río por sus flancos. El lugar está poblado por toda clase de animalillos que surgen de entre los arbustos para contemplarnos con sus resplandecientes ojos llenos de curiosidad, y luego se esfuman. MV coge una de las libretas y apoya el bolígrafo sobre el papel.
Qué demonios, me digo, y tiro mis zapatos al río con una sonrisa demente en la boca.



Orilla del río, Jacob Van Ryusdael (1649).

T.J.E. - Vol. 9

De vuelta aquí donde me crié, y bien pronto llegan Agustín, Ivan, José Carlos y los muchachos.
- Por fin has vuelto, so hijoputa.
- Y esta vez no te nos escapas.
- ¿Qué podemos hacer con él? A ver, ¿qué hacemos?
- Llevémoslo donde siempre- decide Ivan mientras empina su lata de cerveza mientras camina por la acera.
El suelo del paseo está lleno de latas de atún y excrementos de perro. Los chicos arman un jaleo de mil demonios y todavía son las cuatro de la tarde, pero nadie se vuelve para mirarnos ni se oyen protestas desde los balcones. El sol domina el horizonte, más allá de la antigua vía ferroviaria y los barracones abandonados. Me doy cuenta de que Agustín está cubierto de arrugas por todo el rostro. Ha envejecido quince años en el espacio de cinco.
- Nos las tomamos aquí - y abre de un empujón la cancela de un portal.
Paco se sienta en las escaleras mientras saca papel de un bolsillo y chismorrea que esto me debe sonar de algo. Miro a mi alrededor: el suelo de mármol travertino, el rojo desvaído de las puertas de los ascensores, el mostrador del portero que huele a polvo secular. Hay algo que ha cambiado, en realidad, aunque no sé el qué.
Ivan me señala con la botella de Jack Daniel's.
- Este tipo. Este tipo.
Lo dice con una aureola orgullosa en los labios, como si estuviera diciendo algo profundamente inteligente y revelador. Los demás me miran de reojo. Temo que se estén riendo de mí, pero en sus rostros distingo un trazo nítido de afecto. La ola de hedor sudado rompe la presa: Paco está ahora a mi lado.
- Todas unas zorras - me dice -. ¿Sí o no?
Los demás lo corroboran con afirmaciones jubilosas.
- Joder, te me tienes que querer un poco más - prosigue el gigante-. Hay por ahí muchas más. Yo tengo una prima en Salou...
- Allá donde uno fue feliz - dice Ivan -, no se ha de volver nunca.
Y traga de su Jack Daniel's mientras ancla sus ojos en un horizonte vacío y enfermo.
Escucho los pasos bajando las escaleras poco antes de verla. Está preciosa como siempre. Lleva una camiseta verde sin mangas, unos pantalones muy cortos. Su eterno bronceado recorre el arco enjuto de sus piernas. La llamaban "mi latina". Su madre y su hermana mayor van con ella de la mano.
Se parece a un sueño profundo. Susurra una frase corta, y se acerca a mí mientras se pasa la mano por los cabellos. Los desriza como si para ella supusiera una hermosa liberación. Me mira ilusionada, sonriente como sólo la vi en los primeros días y como nunca había esperado encontrarla.
Ven, le digo. Y ella se queda sonriendo frente a mí, hasta que la madre y la hermana la arrastran del brazo mientras me lanzan miradas de reproche... y de temor. Se deja arrastar, pero en su rostro aguanta la sonrisa y en su sonrisa aguanta la corola sonrojada.
- Sabía que eras un debilucho - se mofa Agustín bajo una nebulosa de humo de hachís. Los chicos están sentados de cara al portal y el atardecer cae tras la puerta acristalada. Mis manos están pobladas de arrugas, igual que mi rostro y los de los muchachos. Ella, en cambio, casi parecía haber retrocedido en el tiempo hasta su adolescencia, cuando estaba dispuesta a asumir el riesgo de enamorarse de mí. Nosotros somos lo único que ha envejecido en el lugar.
- El otro día le partí la cara a un imbécil...
Lo dice José Carlos, y entre eso y la mirada de la madre y la hermana, que siguen en la calle tras el portal, me doy cuenta de que realmente estoy soñando. Tengo la sensación de que ella está a punto de volver, y que me sonreirá mientras me acaricia las puntas de los dedos y se los lleva a la boca. Pienso en sábanas empapadas en sudor, en la oscuridad de mi habitación; cosas que me rodearán en cuestión de segundos. Me siento con los muchachos y me quedo con la botella entre las manos, mirando en silencio hacia la calle junto a ellos. No voy a moverme de aquí.


T.J.E. - Vol. 8

Tenemos acá a un muchacho que se entretiene demasiado mirando los setos del camino. La clase de tipejo que mira al dedo del filósofo cuando éste señala a la luna. Peleará como un tigre por alcanzar ese punto "B" al que ansía llegar, pero sabe muy bien que lo que ahora le parece un emporio de azúcar se habrá convertido en una casucha de madera para cuando la alcance.

Los deseos se devalúan conforme se aproximan. Y entonces, porque somos unos carroñeros, buscamos nuevos mercados de puntos "B" en los que ejercer una tiránica inflación... por unos días.




El Támesis desde el puente de Westminster, Claude Monet (1871).

T.J.E. - Vol. 7

Esta vida está construida en base a sorprendentes jugadas, y unas de las más fascinantes son los cambios. Los cambios y todo cuanto éstos implican. Las cosas que ganamos, las que dejamos atrás, las que no se han movido de sitio aunque no nos hayamos dado cuenta... todas fluyen a la vez en esa liviana brisa que nos azota la piel durante el camino sonámbulo de la transición.

Mi generación tiene un problema. Se nos ha hecho crecer menospreciando muchos valores de nuestros antepasados, como si hubiéramos nacido sin sus defectos. Mal que lo neguemos, nos hemos criado en un entorno muy poco humano: estamos más cerca de Telecinco y de la Play Station que de Dios y de la paz interior. De modo que apenas nos conocemos. Y cuando pensamos en dar un giro empezamos por pensar en el peinado, en reformar los muebles, en modernizar el vestuario. Como mucho, en cambiar de hábitos supuestamente más saludables, aunque en el fondo la mayoría de las veces damos palos de ciego y sólo estamos ocupando la mente con nuevas ideas y planes... sin saber muy bien a dónde queremos llegar.

Más allá de eso no se atreve uno a mirar. Quizá lo que uno necesite para conocer realmente sus fantasmas sean tres años de retiro en un templo budista o hacer voto de silencio por media década; pero eso implica mirar más allá de la piel. Y además suena raro. Y además da miedo incluso empezar porque irrumpe la sensación de que, se vaya donde se vaya, se haga lo que se haga, acabaremos encontrando un pequeño rastro de lo que fuimos en el pasado. Como un hijo repudiado al que no queremos reconocer pero que, empero, nos incrusta la idea de que no se puede huir de uno mismo.

Metrópoli, Babilonia de acero, laberinto urbano: llama a esta celda como quieras. Barrote a barrote, está concebida para que uno no pueda acostarse siendo una persona y despertarse siendo otra totalmente diferente. Y escapar de ella implica escapar de uno mismo, lo que definitivamente parece durísimo; casi masoquista. Al final, todos esos "quisiera cambiar de vida", "me gustaría dar un giro de 360 a todo esto" se quedan en la puntica de la lengua y se terminan por tragar y digerir. O lo que es peor: se recorren miles de kilómetros con la maleta a cuestas para terminar visitando las mismas tiendas, tomando copas en bares idénticos, trabajando en una réplica del oficio que quedó atrás. ¿Dónde estaba ese cambio, pues?

Va siendo hora de que alguien rompa esos grilletes. Yo, desde luego, lo voy a intentar. De todos modos, esta ciudad tuvo el descaro de hacerme crecer y luego dejar el trabajo a medias. He perdido la cuenta de lo que me debe por todos esos latigazos de vida que se quedaron a medias entre mi carne y sus calles.

Pero que no me espere con los brazos abiertos: yo no quiero volver a ser yo.




Barcelona. Las Ramblas.

T.J.E. - Vol. 6


Me encanta mirarme en el espejo y devolverme la mirada. ¿Sabes por qué? Porque está vacía, imbécil de mierda. Es como plantarse frente a un tipo con tal cara de besugo que sólo piensas en cómo destrozársela.

A ella la he dejado en la cama. Te lo juro: si llego a quedarme un segundo más allí me muero. De hecho estoy considerando seriamente la posibilidad de salir por la puerta y dejarla sola, para que cuando despierte se crea que todo ha sido un sueño. Te digo que caminaría en pelotas hasta el mediterráneo y seguiría nadando, como si fuera un conejito a pilas. Te preguntarás qué coño habrá pasado para que hable así. Si en el fondo soy un buen tipo, ¿no? Y qué mierda sabrás tú. Besugo.

Le contará a sus amiguitas que hemos estado haciendo el amor. Que la miraba a los ojos y que veía cosas hermosas reflejadas en los míos. Que nos fuimos al mismo tiempo y Oh qué hermoso Oh Alberto Sigue por favor. ¿No me entiendes, joder? Tendrá que mentir. Tendrá que mentir como nunca lo ha hecho. Se tendrá que rebajar al nivel de un perro para hacerlo, y ni siquiera será consciente de haberlo hecho. Yo... en fin, yo me estoy mirando al espejo y veo cosas muy distintas. Lo que quiero decir es que este lavabo huele a gatos muertos, y el sudor me tapona los poros de la piel y me ahoga, y el suelo del lavabo está la rehostia de frío bajo las plantas de los pies, y tengo que escupir en la pila todos esos besos y abrazos y mimitos de hace unos minutos. Fíjate bien. ¿Habías visto algo tan asqueroso en tu vida? Esta saliva espesa, este fango oscuro duele aún más cuando está fuera de ti que cuando está dentro.

Sí, claro. Y ahora me vendrás con esas. Que si la quiero y tal. Tú nunca escuchas a la gente, ¿verdad?. Por eso estás como estás.

Abriré la puerta y estará desnuda, boca arriba, con su bonito ombligo y esos pedazos de ronquidos que exhala y que destrozan por completo todo cuanto un cuerpo hermoso puede dar de sí. Me acercaré despacio, de pies en punta, te digo que ni respiraré, pero se despertará igualmente porque sabrá que estoy ahí, como un gallo ciego sabe que va a salir el sol. Y joder, tendré que pasarle el brazo sobre el pecho y decirle que la quiero y Qué hermosa eres y contarle Nada, a fin de cuentas.

Creo que me vas entendiendo. Seguro que ya se te hace más claro el por qué de querer destrozarte la cara. Te veo como desfigurado. Sí, eso que me sale de los nudillos es sangre. No sólo mía; también tuya. Estamos juntos en esto.

¿Sabes qué? Creo que dormiré en el sofá. La ventana del salón está abierta y entra un aire agradable. A ella le diré que no soporto los ronquidos. Todo un as en la manga, ¿verdad?



Retrato de George Dyer en un espejo, Francis Bacon (1968).

T.J.E. - Vol. 5

Sí, la vida va a continuar y además será extremadamente larga. Aunque tal vez no tendrás conciencia de esa longitud hasta que te llegue el momento. Sólo hay algo que puedas hacer: crear las suficientes vivencias y memorias como para que, en la hora de tu muerte -cuando las recuerdes una a una -,la cadena de imágenes sea eterna. De este modo podrías no marcharte nunca.

Recuerdo tu voluntad de escalar una montaña y hacer puenting. No la cumpliste. Tampoco aprendiste a tocar el piano. No viajaste a Tailandia ni viste la aurora boreal. No conquistaste un amor loco en la república checa ni comprobaste si eras capaz de resistir un trago largo de mezcal. ¿Qué fue del sueño de llegar a la luna? ¿Y de pisar Marte? No te decidiste con esos cursos de yoga, y te ausentaste de aquellas clases de interpretación porque creíste no estar a la altura. ¿Qué fue del niño que soñaba despierto?

La cantidad de cosas que tenemos al alcance de la mano es tremenda. Sólo pueden compararse con lo tremendo de la comodidad que supone renunciar a ellas.

Si no tuvieras derecho a ocupar tu lugar en el mundo ni siquiera habrías nacido. De modo que todo se resume en anclar bien esos pies en la tierra. Ser un contestatario. Puedes coger la tablilla en la que se inscribieron las leyes del universo y darle la vuelta. Ahórrate el deseo de reescribirlas: que se pongan a tus pies.

Para coger esta batuta y dirigir la orquesta no te pedirán currículums, masters, diplomas ni pollas en vinagre. Lo único que se requiere es proponérselo. Recuerda que todo cuanto deseas ya ha sido logrado - y superado - por alguno de tus predecesores en la historia. La palabra "imposible" está enterrada sin epitafio.

Aquel que ha dejado de soñar capituló hace mucho tiempo.



Aníbal cruzando los Alpes, William Turner (1812).

T.J.E. - Vol.4

¿Qué sucederá cuando la alcances?

Ante todo deberías estar preparado para la posibilidad de que tal cosa no suceda nunca.

Bien. La vida continúa. No hay nada más que hablar.

Adelante.




Théodore Géricault, La balsa de la medusa (1819).

T.J.E. - Vol. 3


Y bien. ¿ Cómo es ella?

Tiene nombre, por supuesto. Pero el nombre es un fragmento de superficie que te interesa sortear. Un sombrero que utilizamos para distinguir al uno del otro. Tú tienes claro que no podrías confundirla ni en un sótano oscuro poblado por millones de brazos y piernas.

Piensas en la infinita cantidad de combinaciones que han de conjugarse para que se produzca un encuentro así. El resultante granito de arena es una ecuación irrepetible.

Pero volvamos a lo esencial. Descríbemela.

Ves una habitación oscura cerrada a cal y canto, sin puertas ni ventanas. En uno de los muros existe un hoyo del tamaño de un grano de arroz. Ves un trazo blancuzco trazándose en el espacio: el rayo de luz vespertina destruye la robusta barrera de la materia y se zambulle en tu córnea sin cegarte.

Ves una explosión de magma: el ardiente líquido salta por entre tus costillas. Una simiente de vida reclama su derecho a germinar en ese baño. El abrazo gélido y brutal de un animal que acaba de encontrarte en el corazón de la jungla. Lo que sientes escapa al vasto reino de la lírica, y dicha impotencia descriptiva sólo se alivia con una serie de proteicas imágenes; analogías que se deslizan bajo el mandato de las palomas que se desbandan en tu interior.

Para ti, Ella no tiene forma. Ha trascendido cuerpo y masa. Es tal que un etéreo dibujo celeste, un cumulonimbo que te gustaría moldear con los dedos.

La distancia es grande e intentar salvarla de un salto podría dejarte en mitad del océano. Debes exprimir esos pequeños momentos. Deshacer la pulpa mordisco a mordisco hasta sentir la dureza de la nuez con el filo de los dientes.

Estás impaciente por alcanzarla con la punta de la lengua.


T.J.E. - Vol. 2



Cronología de una enfermedad:

El amanecer ya no existe. Todo cuanto relucía está ahora enterrado. Esos ojos, que solían estar hambrientos, son hoy pura anorexia; lo que confirma que has dejado de creer en muchas cosas. La vida canta a tu alrededor, pero no oyes más que el correteo de una lagartija. Qué sentido tendrá saber quién eres, qué haces aquí o por qué te mirarán así desde el otro lado del espejo.

En esta tesitura, podrías oir mil veces la palabra "catarsis" y taparte los oídos otras tantas. Lo cierto es que, cada vez que una lámpara se apaga, se ilumina otra en la mejilla opuesta del planeta. Lástima que presientas que el planeta no gira más. El universo se reduce al tamaño de una vulgar mierda de vaca, y como tal, podría ser aplastado por los pies de cualquier imbécil que no mire por donde anda.

Pero quieto ahí. Ahora te da por limpiar bien el vaho del espejo. Y resulta que estaba ahí. ¿Dónde narices se había metido todo este tiempo?

Lo mismo esperaba que lo encontraras, ¿no te parece? Quizá te necesitaba más que tú a él. Una eternidad esperando que te decidieras a mirarte y ¡por el amor de Dios!, que lo hicieras con los ojos bien abiertos.

Entonces vuelves a creer que hay luz entre los dedos de las nubes. El murmullo del gentío vuelve a parecer música; no será ninguna canción hermosa, pero suena a algo y lo percibes. El globo se pone de nuevo en movimiento.

Más allá de las cuatro paredes de carne que tenías por habitat natural podrían moverse muchas cosas. Lo sabías, por supuesto; pero no te habías atrevido a pensar sinceramente en ello. No hasta después de desempañar el espejo.

Presientes que algo va a suceder.

Y entonces la conoces a Ella.




The July Experience



Julio se expande ante nosotros con una voz diferente.

Porque la transformación es la única salida posible para un mundo que ha perdido la fe.

A veces no basta con sólo gritar. La voz ha de estremecer los troncos de las sequoyas y hacer palpitar las aguas de los lagos hasta que hiervan. Que se conviertan en una profunda marmita.

Si queremos que una idea eclosione fuera de nuestra crisálida, no será suficiente con profundizar. Se debe desgarrar con rabia su matriz. Destrozar la idea misma hasta que uno se quede solo con sus uñas y su saliva.

Correré por las cimas del Himalaya y no regresaré hasta que Julio sea una huella más en el caminar del tiempo. Sólo mostraré aquí las brasas más centelleantes de mi cántico.

Es ahora cuando llegaré al bullente, termal centro de la tierra. Le cedo la batuta a la Enfermedad para que sacuda los cimientos del Café.

Escuchad los susurros de los sonámbulos. Tienen muchas historias que contaros.