Star System


"No Roses for Petra" cumplió con lo previsto y me dieron el Oscar. Oí decir que a Christopher Walken se le quedó cara de póquer al oír el veredicto, pero al fin y al cabo Chris era el único que creía que se lo darían a él. Me supo bastante mal por su parte; joder, él fue mi model de interpretación durante muchos años. Le hice un guiño en el discurso porque creo que me puedo poner en su lugar. 40 años esperando un reconocimiento como Dios manda, y se lo dan a un mocoso que, con tan sólo tres films, parece haber abierto las puertas del cielo él solito. Pero todo era una locura. Ya saben: la crítica comparándome con James Dean, People nombrándome estrella más sexy del año, premios por aquí, galardones por allá, mi nombre en boca de todos y que no se me ocurra dejarme ver por algún lugar concurrido. Hace tres años, un día tal como hoy, lloraba durante tres horas sin descanso por haber sido rechazado en el cásting de un puñetero anuncio de salchicas.

A uno se le pasan muchas cosas por la cabeza en un momento así. Yo soy actor por casualidad; bueno, en las entrevistas digo otra cosa porque Kelly me dejó bien claro que la diferencia entre vocación y casualidad es lo que hace a una estrella, y el público quiere estrellas, no ganadores de lotería. Pero la historia es que mi padre era un escritor frustrado que de pronto se enfrentaba a un cáncer, y se convenció de que algún fuego consumiría su alma en el infierno si su hijo no cumplía su sueño dorado. Me hacía leer hasta veinte libros al mes y me encerraba en el sótano si descubría que me había saltado alguno. Tampoco es que no disfrutara leyendo; bueno, algunas cosas al menos. Simbad el Marino y las historias aquellas de Jules Verne, eso no estaba mal. Pero creo que un padre no debe obligar a su hijo a hacer todo lo que él nunca pudo hacer. En fin, que pasé gran parte de mi adolescencia en el sótano, y como lo último que me apetecía era ponerme a leer, imaginaba que conversaba con gente. De hecho, empecé a inventar gente. Les ponía rostro, nombre y apellidos, me contaban qué coche conducían y dónde vivían, a qué se dedicaban sus padres, qué hacían en su tiempo libre, qué les gustaba para comer. Me inventaba mujeres, también; y me enamoraba de ellas. Terminaba hablando en voz alta y manteniendo conversaciones con el polvo durante horas. Y así fue como empezó todo.

Bueno, no exactamente así, está bien. Si no fuera por Charlie Witts, no hubiera llegado aquí. Charlie fue de mis pocos amigos del instituto; vivía cerca y mi viejo conocía a sus padres, con lo que se fiaba y me dejaba marchar "de vez en cuando, para que te relajes". La de Charlie era una familia de cineastas; su tía revisaba guiones para HBO y su prima se había casado con uno de los quinientos hijos de Francis Ford Coppola. Charlie y su hermana Darlene ya habían salido en un par de anuncios, y tenían intención de pasar a cosas más serias y buscar papeles en series de televisión. Nunca me interesó realmente aquél mundo; lo veía como algo que estaba por encima de mí, ni siquiera me rondaba por la cabeza la posibilidad de ser actor. Pero entonces Charlie me puso en su casa el primer episodio de Twin Peaks. Hasta que vi a Kyle McLachlan interpretando al agente Cooper no supe a qué se refería la gente cuando hablaba de los "héroes" del cine. Luego empezamos a devorar películas de Tarantino; y para mi sorpresa, Charlie disfrutaba ensayando escenas enteras conmigo. Así fue hasta que un día me dijo aquello de "oye, la semana que viene mis padres me llevarán al cásting de una serie. Es una serie nueva; no recuerdo cómo la quieren llamar, pero por lo visto va sobre extraterrestres y OVNI's y cosas así. Buscan a dos chicos de nuestra edad para un papel pequeñito. ¿Por qué no te vienes con nosotros?".

Y aunque fueron fantásticos aquellos treinta segundos en los que formé parte del inicio de una serie que batiría récords, el camino no fue precisamente de rosas. Llegué al punto en el que tuve que escoger entre los estudios y la interpretación, y al parecer, según mi padre no había motivo de discusión. Un chico debe cuidar la educación, decía. Hermanarse con la cultura. Leer poesía. Terminar una carrera. El problema era que ahora yo sabía lo que quería. No quería saber nada de todo lo que quería mi padre, que en paz descanse. Yo quería ganarme la vida fingiendo ser otra persona. Yo quería, y creo que me van a entender muy bien, salir del sótano.

Cuando me dieron mi primer premio en el Festival de Toronto, Kelly, que ya por entonces era mi agente, me dijo: "coge esa estatuilla y paséala por todos los bares de la ciudad". Yo no quería, pero me dije: qué demonios. Y acabé haciendo exactamente lo que me pidió, como de hecho he procurado hacer siempre. Kelly es una mujer trabajadora y astuta, y creo que el ochenta por ciento de lo que he conseguido se debe a ella. A las dos semanas de haber ganado el Oscar, la llamé por teléfono. "Kelly, tengo como cuarenta guiones por leer y estoy algo liado con el traslado, ¿podrías echarme una mano?". Ah, Ibiza, dijo ella. Me han dicho que es un lugar hermoso para vivir, espero visitarte algún día. De todos modos, tenía que contarte otra cosa. "¿El qué?". Verás, tienes veinticinco años. "Ajá". Acabas de ganar lo máximo que se puede aspirar a ganar. "Ajá". Tu cara está en la tele, en la radio, en la calle, en la sopa, y todos quieren más de ti. "¿Adónde quieres llegar?", le pregunté finalmente; y ella, en un tono repentinamente preocupado, dijo: "No es conveniente que alguien en tu condición se muestre al mundo como soltero. Deberías casarte". Pero ni siquiera tengo novia, le dije. Y tampoco veía por qué motivo tenía que casarme. Y entonces Kelly me dijo: "hasta hoy todo lo que te he aconsejado ha dado resultado, ¿no?" Es cierto, repuse. "Verás", continuó ella; "las cosas son complicadas. Hoy en día nunca se pisa sobre seguro. Se toca el cielo y se vuelve al infierno con una facilidad espantosa. Si uno quiere asegurarse la continuidad en la cima, debe pasar por ciertos trances. Y uno de ellos consiste en darle al público exactamente lo que quiere. Hay una cantante de éxito, por ahora no puedo decirte su nombre, que está en la misma situación que tú. He pensado que, si pasas por Los Angeles la semana que viene, podría presentártela." Y entonces me acordé de mi padre.




XXII

A veces me pierdo en el camino
que conduce al olvido.
A veces, el sonido
-por gravedad altisonante
o firme hermosura de estruendo-
se viste de seda
como jamás podría el silencio.

A veces, tú, que fuiste mi mejor poema,
desvistes el polvo de la conciencia;
y entonces, con implacable mano
de tijera
rasgas el velo que me adormece
y a la vez me atormenta.

Te prefiero en pretérito,
en cuerpo de eco,
y que la mentira adorne
centímetros de mundo,
y que el suero en tus palabras no llegue
a ese fértil, sereno camino
que conduce al olvido.