What remains to be seen

Pregunté a Carlos y a Paula si conocían de algo a aquella chica. Pregunté por todo el campus, y cuando en el campus no quedó nadie a quien interrogar, pregunté por todas partes. En segundo año llegó un tipo de Salamanca llamado Ricardo. Fuimos una tarde a la cafetería de la facultad para tomarnos una ensalada y quizá alguna cerveza. Sin saber bien por qué, traté de describirle a la chica; de pronto se me quedó mirando, aún con el tenedor en la boca. Lo soltó, se limpió con una servilleta y me dijo: “podría ser una coincidencia, pero hace unos años conocí a una tipa igual. Una tipa a la que tampoco volví a ver. Te preguntaría qué puede tener una mujer a la que sólo has visto una vez en la vida para buscarla con tanto ahínco, pero creo que te entiendo.”
Se sienta sobre el césped junto a mí después de extender cuidadosamente su mantel. La manzana, de un brillante carmesí –recuerdo sobretodo lo brillante que era- descansa entre sus dientes y con unos mordiscos insultantemente suaves, casi ingrávidos, empieza a desaparecer en su boca.
- A los estudiantes de cada facultad se les puede reconocer por un signo en concreto, un aspecto de su personalidad o de su físico que siempre, invariablemente, se repite. Los de economía son obstinados por naturaleza, depredadores natos de las matemáticas prácticas. Los de psicología desconfían hasta de su vecino, aunque por lo general son bienintencionados, y acostumbran a tener sueños raros que siempre apuntan en una libreta. Con los de traducción me ha costado, pero finalmente he dado con la clave. Sé qué es lo que os vincula y lo que eventualmente os conduce a vuestra Meca particular.
- Será el amor por los idiomas – sugerí.
Arrancó otro pedacito de manzana con los dientes y después, sólo después, me miró a los ojos.
- No. Es el oído.

“Uno no se enamora a primera vista a no ser que sea preocupantemente vulnerable, pero algo queda después de un encuentro así, ¿verdad? Creo que la mejor forma de convertirte en leyenda, en un cuento de hadas, es no dejarte ver ni una sola vez más. Con un encuentro basta. La terquedad y el capricho de la memoria hará el resto”.
- A unos os gusta escribir y otros sois maestros de la comunicación, pero vuestro leit motiv es el oído. Siempre. Os veis obligados a remover entre las entrañas de la voz, como si os desesperara no entender hasta la última implicación del tono y el timbre de cada palabra que escucháis. La gente acostumbra a pronunciar sus palabras de una u otra forma con un fin concreto, y sois de los pocos que lo perciben. Muchos seríais más felices si fuerais ciegos, aunque no lo sepáis.
Ricardo ya se había olvidado de mí y, con el cigarro consumiéndose entre dos dedos, miraba al horizonte mientras se perdía voluntariamente entre la mística de su propio discurso. “Cuesta creer que exista alguien así. Nuestra naturaleza nos obliga a buscar personas, lugares y momentos a los que adherirnos. Pero creo que el verdadero ser superior, el hombre o la mujer que represente el siguiente salto en la escala evolutiva –puedes leer a Nietzsche para comprenderme-, será aquél que no sólo sea consciente de esta costumbre, sino que además sea capaz de liberarse de ella”.
- Lo puedo notar en vuestra mirada. Cuando os hablan, vuestra retina se mueve simultáneamente en mil direcciones; no sois capaces de concentraros en una parte concreta del rostro, sino que buscáis inconscientemente los doscientos mil fragmentos de voz que se esparcen poco a poco en el aire. Buscáis allí la verdad de lo que se os dice. Tenéis un pie en la materia y otro en el espacio. Ya sin conocerte puedo decirte qué música y qué cine te gusta. No pretendo impresionarte; sólo comparto contigo lo que he aprendido a lo largo de mi vida. Lo cual no es decir mucho.
“Alguien cuya moral haya evolucionado hasta el punto de comprender que no sólo uno debe ser completamente libre, sino que su libertad no puede ni debe contaminar la libertad de los demás. Alguien que camine por este mundo sin compañía y sin la menor intención de conseguirla, que no intente forzar ninguna situación, que se entregue dócilmente a las leyes de la casualidad, de la trayectoria humana; un esclavo del destino, si así lo quieres llamar. Algo parecido a un animal”. Cerró los ojos y rió para sí mismo. “Un animal muy felino”.
- Hasta puedo decirte de antemano que te pasarás un buen tiempo buscándome, que le hablarás sobre mí a tus amigos y tus no tan amigos y escribirás sobre mí. No puedo disuadirte para que obres de otra forma, así que si quieres un beso, más te vale que me lo pidas rápido.
“Fuiste valiente. Yo no me atreví a pedírselo. Mis padres me educaron para ser un caballero y eso me convierte en un capullo con guisantes en lugar de testículos”. No nos dimos cuenta de que la cafetería se había vaciado casi por completo. Ignoro qué hora sería; sé que era tarde, lo suficientemente tarde como para que los empleados empezaran a recoger el estropicio que los estudiantes se empeñan en dejar día tras día y dirigirnos miradas no muy discretas con las que nos urgían a marcharnos. Pero por algún motivo no recuerdo la luz. Sólo recuerdo la voz de Ricardo. “¿Qué? ¿Crees que volverás a verla?”. Lo que creía era que sería más feliz convenciéndome de que sólo fue un sueño. “Ah, eso está bien”, afirmó Ricardo, “pero sería como afirmar que la vida misma es un sueño, y eso no sé si es del todo correcto. Parece más bien la clase de pensamiento que tendrían los de humanismo. Creo que ya sé cómo impresionar a una chica de esa facultad si alguna vez conozco a una. Claro que, conociéndome, sólo quedaría en ridículo”. Apagó el cigarro y le acompañé a la salida. Al día siguiente seguiría pensando en aquella chica, pero esta vez su figura se había vuelto distante, definitivamente inalcanzable. Quizá comprendí de una vez por todas que no tenía por qué volver a verla.


1 comentario:

Mélanie Laurent dijo...

Qui sait s'il sera vrai...