El niño que estaba a mi lado no cantaba. Me gustaba porque era muy, muy rubio, mucho más que los demás niños. Más rubio que la niña más rubia. ¡Y qué ojos tan azules! Su mamá tenía que ser guapísima, pero no tanto como la mía. Con las mesas se había hecho un círculo, y todos los niños y niñas estábamos en ese círculo, y la profesora nos hacía cantar. El que estaba a mi izquierda me dijo un secretito al oído. No le entendí, pero yo quería hacer lo que hacían los demás. Así que cogí al niño rubio de mi derecha y le conté otro secretito, aunque no decía nada; sólo vocecitas. No le pasó el secretito al otro niño, ni dijo nada. Estaba tristísimo, seguro que echaba de menos a sus papás.
- Me llamo Josep- le dije.
Se dio la vuelta. ¡Qué ojos tan azules!
- Me llamo Jordi- y ya no parecía tan triste.
- La pelota ya ha pasado tres veces por aquí, a ver si te fijas más.
Era como un enano al lado de Oscar. Jordi quería ser dibujante; Oscar, jugador de fútbol, aunque seguro que sería camionero, como su padre. Habíamos notado que Jordi era muy chistoso, incluso con los profes- en clase de Lengua le habían hecho llenar toda la pizarra con la palabra "huevos" escrita correctamente, y él preguntaba si podía escribir con la tiza roja, ¡qué tío!- pero cuando Oscar o Sergi o cualquiera de los chicos malos se metía con él, se volvía muy serio. Yo también me hubiera puesto serio así, claro, pero yo estaba serio casi todo el rato. Cristina dibujaba una mariposa en el suelo del patio. Me gustaba un montón. Le había dicho a la profe que yo tendría que ser el delegado porque era el más inteligente de la clase. Y todos le habían dado la razón, menos Jordi.
Jordi me gritaba algo desde la portería.
- A mí me han dicho que te has besado con Cris en el lavabo. Y que te bajó los pantalones.
- Eso es mentira.
- ¡Se lo digo a la profe!
Entonces alguien gritó muy fuerte, y de pronto la cara se le puso blanca y echó a correr. Oscar venía tras él con un palo en la mano, Jordi, mira que eres tonto, nos han metido otro, vamos a perder por tu culpa, Ricky Ricón.
Se acababa un verano que, en el mejor o peor de los sentidos, había sido diferente. Muchas cosas estaban cambiando; era como si estuviéramos abandonando un pasillo que no volveríamos a ver jamás. Aún así, nosotros íbamos un paso por detrás de los demás: mientras los del instituto nos contaban lo que era ponerse ciego de Vodka o tocar un coño, Jordi y yo nos pasábamos las tardes paseando por Salou en bicicleta o viendo películas en casa. Incluso habíamos grabado algún corto con la videocámara que le habían regalado por su decimoquinto aniversario. Aquella tarde llovió por primera vez en meses.
- No la entiendo - murmuró de pronto.
Creía que hablaba de la película, pero sus ojos no miraban a la pantalla. Me giré hacia él. Supuse que había que dejarle continuar.
- La última tarde que vino aquí... se tumbó en el sofá, así como estás tú ahora... me dijo que tenía algo de sueño, y que si podía descansar. Pues vale, le digo. Y de pronto me giro, y está totalmente desnuda... y me mira con esa cara...
Pronto dejaríamos de ser amigos. Eso pensaba yo. Tenía ganas de acabar con aquella pantomima y gritar, mira, Jordi, la verdad es que Míriam está conmigo, ya no tienes que preguntarte qué coño ha pasado con ella. Pero crecer no me había dado la valentía que yo aguardaba. Pensé que iba a llorar, pero se tragó las lágrimas de alguna manera.
- ¿Te has quedado con el final?
Ahora sí que se refería a la película.
American History X había causado sensación ese verano: era la cuarta vez que la veíamos juntos.
- ¿A qué te refieres?
- Él se piensa que está equivocado, que tiene que cambiar y que ha de prevenir a su hermano. Pero a su hermano lo mata el negro ese de mierda. A eso se le llama ser un inocentón.
Estaba cruzado de brazos, y no sé qué había en su mirada que yo no había visto nunca. Me di cuenta de que hablaba totalmente en serio.
Entré en el Zampa por primera vez en cinco años. Era el único bar familiar que quedaba en un barrio que había perdido toda su identidad arrabalera. Oscar me dio un efusivo abrazo. El trabajo, la bebida y el tabaco habían hecho pagar a sus carnes un módico precio por sus servicios. Su mirada cansada y su sonrisa torcida me invitaban a sentarme mientras pedía una jarra de cerveza para mí.
Joder, Josep. Tú no sabes lo que ha llovido desde entonces. El Jordi, a saber qué está haciendo ahora. Yo no sé si sabes lo del nene. ¿No lo sabes? Bueno, desde que se juntó con esa gentuza, no tuvo muchos problemas para ligar. A las tías de ese rollo les va el tema del gimnasio, las botas militares, la cabeza billar... una de éstas pivas se le arrimó demasiao y él la dejó preñada. Entonces, cuando se entera, el tipo se cabrea de la hostia y se rompe la mano contra un cristal. Luego pilló un curro en un supermercado, o en un almacén, no lo sé, y se hizo del Opus Dei. No es coña. Hace mucho que no lo veo por el barrio, ya sabes que en Santa Coloma no está muy bien visto ser como es él. ¿Que por dónde para? No tengo ni idea, y si te digo la verdad, no lo quiero saber. La última vez que nos cruzamos casi le enchufo. Ya le levantaba el puño y él va y me suelta: "Va, tío, que somos colegas" y yo le digo: "no, éramos, nazi de mierda". Pero claro, al final no le metí, piensas, y si luego me arrepiento, y esas cosas. Lo conozco desde que era crío. Hay que ver lo que cambian las cosas. Con la gente del insti me cruzo a veces por la calle y qué tal, cómo te va, todo de puta madre. Pero él pasa de largo y me mira mal, con sus colegas pelaos detrás. Cómo cambian las cosas. Igual la próxima vez sí que le meto. Últimamente, entre el jefe y la parienta, estoy que peto de los nervios. Como alguien me toque los huevos...
Aún continuaba su discurso cuando un muchacho subsahariano que se dirigía al aseo tropezó con su taburete. Media jarra de cerveza fue a parar al jersey de mi amigo. Oscar se quedó desconcertado un segundo. Luego sonrió y le dijo al chico que no pasaba nada.