Tedio


Cerró despacio la puerta del dormitorio, con el cepillo de dientes en la boca. Alberto seguía recostado contra el cabezal de la cama: tras de las lentes, su calmosa mirada permanecía fija en el libro.
- ¿Sigues con Freud? – preguntó ella, con las vocales diluidas entre la pasta de dientes.
Alberto asintió con un murmullo. La saliva y la pasta cayeron en la pica del aseo.
- Fíjate cómo se ha puesto la niña – dijo María, retomando el tema anterior-. Y todo porque le hemos dicho que irse a vivir Valencia es una chiquillada. ¿Tú te has dado cuenta de lo poco que tolera los consejos? Y cada vez menos… hay que ver.
Retiró la toalla de la cara. No adivinaba de dónde había salido ese cúmulo de arrugas que se reflejaba en el espejo, ni por qué aquella apagada sobriedad permanecía bajo los párpados incluso por las mañanas.
- Alberto.
Sobre la cubierta del libro, los ojos se elevaron apenas un milímetro.
- ¿Tú crees que la estamos perdiendo?
Alberto la observó, enarcando las cejas. Si no le hubiera llamado por su nombre, habría pensado que la pregunta iba dirigida al propio espejo.
- Mujer… - cerró el libro y se quitó las lentes con una mano-. ¿No estarás siendo un poco drástica? Davinia cumple diecinueve dentro de un mes. Ya no es una niña, por mucho que la sigamos llamando así. Empieza a tener ideas, eh, planes, pues que… pues que no se corresponden con los tuyos. Tarde o temprano lo vas a tener que aceptar, pichurri.
En el espejo, los ojos emblanquecieron. María se aproximó a su lado de la cama.
- Ya estás con esas- refunfuñó-. Como si fuera yo la única que está encima de él. Tú también te las traes cuando vuelve a casa a las tantas o cuando se tira hora y pico al teléfono con el tal Patxi, menudo ése… ¡y quiere irse a vivir con él! Dios quiera que se le pase la tontería pronto.
Alberto miró a su esposa mientras se metía en la cama y se cubría con la manta hasta la cintura con movimientos bruscos.
- Cariño, yo quiero lo mejor para ella –dijo él-. Igual que tú.
- Ajá. Pues si no fuera porque de vez en cuando te toma el pelo como quiere y eso te pone negro, nadie lo diría. Estás todo el día ahí con tus libritos y tus informes, y al final soy yo la que carga con todos los follones de la casa. Dicen que los tiempos han cambiado, pero yo me sigo sintiendo un ama de casa. Qué barbaridad.
Él dejó el libro sobre la mesita y apagó la luz.
- María, descansa un rato, que te hace falta.
María se había quedado apoyada contra el respaldo con los ojos muy abiertos, anclados en las imágenes sin sonido que proyectaba el televisor sobre la cómoda, al fondo del dormitorio.
- ¿Habrán llegado a estar en la cama?- dijo, con un hilo de pudor en la voz.
Algo se oyó revolviéndose en la oscuridad.
- ¿Davinia y Patxi? – dijo Alberto.
María asintió sin palabras.
- Pues es posible, cielito.
La pantalla mostraba a los jóvenes protagonistas de aquél reality deambulando por la casa sin hacer nada en concreto. Había una pareja tumbada en un sofá: un joven de cuerpo fibroso rodeaba con el brazo a una chica que no tendría más años que la propia Davinia. El joven besuqueaba sus hombros desnudos.
- Pichurrín, si estás pensando en algo… que te conozco- dijo la voz cansada de Alberto, bajo la manta.
María suspiró, y después trazó una débil sonrisa.
- Qué suerte tienen, ¿verdad?
La habitación era la zona más silenciosa del hogar a cualquier hora. Por la noche no se oía un susurro.
- Tú y yo también nos divertíamos a veces, ¿eh, Albertín? Me acuerdo de aquella vez, en el motelucho de Cádiz…
Continuaba sin despegar los ojos de la pantalla. Mirando a través de ella. Sonriendo.
- … qué locuras. Pero qué bien sentaba hacerlas. Tú también te defendías. Me lo hacías la mar de bien…
Un estruendo grave creció en la penumbra. Alberto roncaba bajo la manta.
- … claro que ya hace mucho de eso.
Cerró los ojos y se estiró sobre la colcha. Se tapó hasta los hombros y respiró profundamente, colocándose de lado a espaldas de su marido. El televisor permaneció encendido. Los jóvenes seguían besándose sobre el sofá.


4 comentarios:

nunca contentos dijo...

Hace unos segundos sonreía. Hombres. Mujeres. Rutina. Los tiempos cambian. Los elementos no. Ahora ya no sonrío. Nos labramos la más absoluta tristeza acompañados y sepultando a los demás con nosotros. ¿Se puede evitar?
S-E P-U-E-D-E E-V-I-T-A-R.

nunca contentos dijo...

Por cierto, nunca te digo nada de la música que eliges. Y es muy buena. de hecho generalmente te leo. Y (si puedo) luego me paro tranquilamente a escuchar la canción que tienes (salvo la de la BSO de "Requiem por un sueño"que, aunque buena, lo siento pero me genera una angustia que no puedo con ella)

;->

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ferran Vega dijo...

Gracias, Mv. Pienso que casi todo lo que sucede en nuestro recorrido se puede evitar, y el tedio en especial es francamente evitable.

En ese caso, los hijos se convierten en un elemento imprescindible para llenarnos la vida. Así pues, ¿cómo afrontar el momento en el que se apartan definitivamente de nuestro camino?

Pensar que pasamos de "fugarnos" como hijos a desear que los nuestros no se fuguen jamás... me parece cuanto menos paradójico.

¡Abrazos!