XXIII

Podríamos decir que la ciudad está vacía.
Sus murallas y minaretes murieron hace tiempo,
la belleza que galonea es un cuento para infelices.

Podríamos
restar aquí eternamente
y no ver más que fantasmas.
Olvidar al instante los nombres
que reducen al parque y la alameda
a un cartel ávido de recuerdo.

Qué me importan Roma o Sangri-lah
si estuviste a mi lado.

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