Touching the void

La atmósfera no respira. El oxígeno no late. La tierra es aquí de un marrón vencido, exánime; el color, supongo, del testamento que recoge la voz de lo que una vez fue un paisaje fragante y colorido. Las primeras vigas, esparcidas entre rectángulos de hierba descompuesta, ya nos habían confirmado que nos acercábamos a nuestro destino. Ahora que lo hemos alcanzado, comprobamos con asombro que los retorcidos huesos de hormigón de esta central parecen más vivos que el paisaje que nos rodea.
Eidur contempla la central como quien contempla a un sueño hecho carne y hueso. Mi mujer solía enfrentarse así a los cubos de Rubik que tanto le gustaban: enigmas cargados de esperanza. La figura de Eidur, erguida ante el cadáver de un coloso, parece dejarse llevar por una sombría mezcla de rigidez y liviandad. Hace horas que dejamos de escuchar a los pájaros.

- Sé que hay que seguir adelante.
Lo ha dicho Eidur, pero no podría ver su alma aunque me la clavaran ante los ojos. Empezó como un pasadizo, pero metro a metro se convirtió en túnel, y entonces el túnel se convirtió en tubería y después en pesadilla; luego se estrechó aún más. Al norte, hacia arriba, un suspiro de luz blanca insiste en que hay una salida, pero desde aquí parece como si la vida no fuera lo suficientemente larga como para alcanzarla. El temor a quedarse atrapado aquí, sin luz, ni aire, ni esperanza, ha cobrado demasiada fuerza como para pretender ignorarlo. Sin embargo, oigo la agitada respiración de Eidur - gemidos convertidos en furia pugnando por un centímetro más, arañando la base del cada vez más angosto pasadizo con unas uñas que empiezan a creerse garras, avanzando, persistiendo, venciendo- y sé que él no está pensando en nada en absoluto.
- Eidur, no puedo más.
Su arrastrar se interrumpe. Por unos segundos, nos devora un silencio como el que sólo pueden conocer los espeleólogos; cuando no desaparece el sonido, sino la posibilidad misma del sonido.
- No me quedan fuerzas. Sigue tú.
Pero conozco a Eidur desde hace muchos años, y sé que ahora estará sonriendo en la oscuridad; y serán unos dientes agresivos que despiertan por la certeza de haber vislumbrado el futuro.
- Agárrate a mis pies - me ordena-. Vamos a seguir adelante.

Alcanzamos a ver el cielo envenenado de Chernobyl. El techo de la central, herido de muerte, quebrado por la mitad, corona un caótico jardín de desperdicios, cascotes, guijarros y un sinfín de dibujos en metal esparcidos enderredor. Sabíamos pues que llegados a este punto sólo nos quedaría caminar unos metros hacia adelante, trepar por la escala que antiguamente conduciría hasta el centro del reactor, abrirnos paso por el segundo nivel, ya prácticamente derruido, y sentarnos. Lo que no sabíamos, por supuesto, es que encontraríamos a toda esa gente.
No se parecen en absoluto a lo que uno esperaría de un grupo de desventurados que buscan su lugar para morir. Nos recibieron con abrazos enérgicos, palabras llenas de afecto y calidez. Era gente ávida de afinidad, no de conmiseración. Vimos rostros procedentes de todos los rincones del planeta, y en todos distinguimos lo mismo: todos estaban tranquilos. No felices, sino en paz con ellos mismos. Y esa tranquilidad les había devuelto un altruismo que sin duda conocieron en algún momento de sus vidas, pero que habían dejado atrás hace ya mucho tiempo.
Sasha es el que lleva más tiempo aquí. Nos ha explicado que ya ha empezado a sentirse enfermo, por lo que no le queda demasiado tiempo. Pronto deberemos recibir a nuevos peregrinos; así los llama él. Cada vez vienen más; Sasha opina que todo se debe a una simple cuestión de recursos. Ahí fuera ya no queda nada que ver. Es lógico que todos quieran venir aquí, donde empezó todo. Sasha nos dice que fue profesor de filosofía, pero no quiere añadir nada más sobre su pasado.
- Estar a las puertas de la muerte libera absolutamente todo - nos cuenta mientras el cielo se oscurece-. Incluso del pasado.
- Por eso vinimos aquí - afirma Eidur-. Por eso, y para poder decir que el camino se ha terminado cuando yo lo he decidido.
- Así que quieres vencer al destino - Sasha se pasa un dedo por los labios y observa a mi compañero con una divertida curiosidad-. Pongamos que subes ahí arriba y te encuentras con Dios. ¿Qué le dirás para justificar tu pequeña traición? Se suponía que poder estar aquí era un regalo.
- No para mí. Tengo la sensación de que Dios nos timó, o quizá nosotros le hemos timado a él. En cualquier caso, morir tranquilo es lo único que me importa ahora.
- Seguro que deseaste otras cosas en el pasado. Muchas cosas.
- Demasiadas - responde Eidur.
Todos los demás están durmiendo ya. Me pregunto por un instante cuántos no llegarán a despertar mañana. La pequeña fogata nos mantiene cálidos, pero no puedo evitar sentir un escalofrío. No logro alcanzar la tranquilidad que mantienen Eidur y Sasha.
- ¿Qué deseaba usted, Sasha? - le pregunto.
Resta en silencio unos segundos. Con el fuego reflejado en ellas, sus pulpilas irradian una paz como nunca la había visto; la clase de sabiduría que confiere el sentirse ajeno a todo, ajeno incluso al bien y el mal.
- Creo que quería llegar aquí. Sentarme en un lugar desde el que poder decir: "no sé si he sido un gran hombre, si he he tomado siempre las mejores decisiones, si he logrado todo lo que quería... pero he procurado ser yo mismo. He intentado no hacer daño a nadie. He tratado de, en fin, escuchar a mi corazón y hacer siempre lo que consideraba correcto". El buen chico que a uno le enseñan ser en la escuela. Sólo puedo lamentarme de lo que no me ha tocado.
Parpadeó precipitadamente; algo había caído sobre sus ojos. Elevó la vista hacia el cielo.
- Sería como lamentarse de no gozar hoy de una noche seca - y sonrió-. Anton y los demás han montado una pequeña carpa para estos casos; podéis dormir allí debajo. Espero que descanséis, chicos. Buenas noches.
Buenas noches, le contestamos.





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