XV.



Éramos niños y

nos habíamos perdido
en el bosque.

Alguien nos había dicho
que entre esos árboles
rondaba
algo
maligno, sobrenatural.
Ya se sabe
cómo son
los niños:
no se creen nada, pero
quieren creérselo.

De modo que andamos
haciendo crujir
las hojas,
deseando
que no aparecieran jamás
las linternas
de los monitores.

Aquello
surgió de repente.
Diría que andaba
a cuatro patas
aunque no parecía un animal,
y algo
-pelaje, inmundicia, oscuridad-
nos impedía verle
la cabeza.

Quince niños histéricos
huyeron en desbandada,
rociando meados
por todo el bosque.

Corrí por ahí
en cualquier dirección
y lo siguiente que
recuerdo
es encontrar una pendiente
y caer rodando
por ella,
y al alzar la cabeza
no ver más
que silencio,
quietas ramas,
mudos arbustos,
burbujas luminosas de
luciérnagas,
encendiéndose
apagándose
y nada más
que quietud.

Y sentí
una paz
inmensa,
una paz
que me ha atormentado
hasta hoy,
porque no he llegado
a comprenderla,
ni la he vuelto a sentir
nunca.

Son las cuatro de la mañana.
Levanto las sábanas,
doy la luz
y escupo esto
en la libreta.

No termino
de entender
qué ocurre,
pero estoy seguro
de que alguien
lo hará
por mí.


No hay comentarios: