Decisiones, consecuencias, desenlaces

- Hay que irse ya - Cristina apila la ropa en la maleta, guarda monedas y billetes en el bolsillo-. Como me pillen ahora mismo, mierda, es que me da algo.
- No puedo creer que vayas a hacerlo- Sandra le pasa más ropa, apila enseres en más bolsas-. No me lo creo y punto.
- Como si tuviera algún remedio- Cristina ordena el equipaje sin miramientos, coge libretas y documentos, echa una ojeada rápida a la habitación vacía-. ¿Vas a ayudarme o no?
- Espero no arrepentirme de camino- Sandra pone los ojos en blanco, los cierra, agita las llaves del coche-. Sigo pensando que te estás tirando a la basura, tía. Ni siquiera la conoces bien.
- Soy mayorcita. Sé lo que me hago - Cristina cierra la maleta, la alza y apoya en el suelo.
- Sí, sí, como siempre. Estarás muy enamorada, pero para mí, esa tipa no deja de ser alguien que apareció en un puto tren - Sandra abre la puerta de la calle.
- No fue así como así, tía - Cristina arrastra la maleta por el pasillo-. Te digo que es alguien especial, Sandra. Desde el primer minuto parecía conocerme de toda la vida.
- Así que eres de Salou- Laya la mira casi de perfil, la sonrisa tenebrosa, la mirada cómplice-. ¿Y qué te trae a Sevilla, pues? Un maromo, seguro.
- Chica, lo adivinas todo- Cristina deja la boca semiabierta, la expresión asombrada-. No serás mi vecina, o algo.
- No me importaría - Laya gira la cabeza un instante hacia la ventanilla, otro Alaris pasa a toda velocidad en la vía contigua, el vagón se sacude-. Pero qué va, todo es cuestión de costumbres. En mi empresa te pasas la vida en trenes y aviones. Llega un momento en que lo adivinas todo a base de pequeñas pistas. Acaba cansando un poco, la verdad.
- A mí me encanta viajar- Cristina se mesa el cabello, se frota los ojos, se pregunta qué demonios está sintiendo-. Si tuviera más dinero, me escaparía todo el rato.
- Escápate conmigo- Laya profundiza la voz, congela la sonrisa-. Nunca es tarde.
- ¿Cómo que no vas a venir? - Francisco estruja el teléfono, aprieta los dientes, enrojece-. Hace unas horas me habías dicho que estabas subiendo al tren, ¡coño!
- Fran, es complicado y no me lo vas a perdonar en la vida... - Cristina deja escapar una sonrisa demente, la mirada en el suelo, se tapa un lado de la cara con la mano y el otro con el móvil-. Ha aparecido otra persona, Fran. Lo siento.
- ¿Cuanto hace de esto?- Francisco da vueltas en círculo como un poseso, mira a su alrededor, busca cámaras ocultas-. Cris, cariño, escúchame, perdona por gritarte. Podemos hablarlo, no sé. Deja que lo hablemos al menos, cielo, ¿no?
- Debo estar loca por hacerte caso - Sandra trata de seguir el ritmo de su amiga, escaleras abajo -. Como alguien se entere de esto, te mato, Cris.
- La menos perjudicada serías tú- Cristina sostiene la maleta con ambas manos, baja los escalones de dos en dos, resopla-. No sabes cómo se pusieron mis padres cuando se lo conté.
- Yo me pensaba que habías superado esas tonterías hace tiempo- Alfonso clava unos ojos punzantes en su hija, infla la panza, se muerde la lengua-. ¿Vas a centrarte algún día o qué?
- Papá, hay otros motivos, son muchas cosas... - Cristina gesticula, trata de recomponerse-. Fran es muy buen chico, pero hace ya tiempo que no siento...
- Como le dejes, lo vas a sentir en el alma- Alfonso no disimula el tono de amenaza-. Y a ver cómo le explicas esto a tus tías, a tu hermana pequeña.
- Cariño, tratamos de comprenderte- Mari Ángeles se limpia las lágrimas-. Pero todo esto es... no sé qué pasa por tu cabeza, hija.
- ¿Y qué lo que te digan? - Laya la sostiene por los hombros, le besa la mejilla-. Tú ya no eres una niña. Eres tú quien reconoce tus sentimientos, no ellos.
- Pero tienen razón, Laya- Cristina se pega a ella, hunde la cabeza en su pecho, le acaricia la espalda-. Todo esto es una locura, en el fondo. En mi familia han tenido la cabeza muy cuadrada desde siempre. Yo quiero que me comprendan, pero no... no sé. No creo que vuelvan a mirarme de la misma forma que antes. Y no creo que mi padre me deje seguir en la asesoría. Dice que se pone del hígado con sólo mirarme.
- ¿Sabes cómo se llama eso, cariño? - Laya la separa, la mira fijamente a los ojos-. Se llama manipulación. Ellos saben de qué pie cojeas, y vaya si lo utilizan. ¿Crees que mis padres reaccionaron bien cuando les presenté a mi primera novia?
- A Francisco no le dejas- Alfonso tira el cojín al sofá-. Y menos ahora que lo han ascendido y podréis compraros un piso. Esa Laya me parece un peligro, que tenga los cojones a venir aquí si tanto te quiere.
- Alfonso, por favor- Mari Ángeles mueve una mano para taparse la boca, mueve la otra para tranquilizar a su marido sin saber cómo.
- Ni por favor ni leches- Alfonso habla ahora con perentoriedad-. Mañana llamas a esa tipa y le dices que se olvide de ti. Y luego llamas a Fran y le pides disculpas. Y nada más que hablar.
- Gracias, Sandra- Cristina lanza el equipaje al maletero y corre al asiento de copiloto-. Gracias, de corazón. Si no fuera por ti...
- Si no fuera por mí, estarías tomando la decisión correcta- Sandra cierra la puerta y arranca el coche-. Eso es lo que me jode. Esta es la última locura...
- Gracias- Cristina se enjuaga las lágrimas.
- Llámame cuando llegues allí- Sandra mete primera y pisa el acelerador-. Y ándate con mucho ojo, ¿me oyes?
- No sé, se ha llevado la mitad de su ropa y nos faltan un par de maletas- Alfonso mantiene el tipo como puede, abre cajones, remueve papeles-. Mari Ángeles está destrozada, yo no me lo creo.
- Voy a intentar localizarla como pueda- Francisco repasa su agenda telefónica, oprime botones frenéticamente con el pulgar-. Sandra es la única que se me ocurre que pueda haberla ayudado, pero tampoco me lo coge.
- Quiero creer que se arrepentirá- Alfonso se inclina hacia atrás, reposa la cabeza sobre el respaldo del sofá-. Tú no te preocupes, Fran, que me huelo que va a volver. Y por mí como si se ha ido hasta el fin del mundo; sabes que tengo amigos en la policía y al final la vamos a encontrar.
- Contra todo pronóstico, ¿no?- Laya sonríe extrañamente, se apoya en la barandilla con los codos, contempla el romper de las olas-. En verdad, yo también he aprendido unas cuantas cositas de todo esto.
- No serán cositas sucias- Cristina rodea su cintura con el brazo, la besa en el hombro-. Me llevas ahí siglos de ventaja.
- No, pero todo esto podría haberte salido francamente mal- Laya deja que la mirada se pierda hasta el fondo del Pacífico-. Y sólo ahora me doy cuenta de la responsabilidad que eso implicaría por mi parte.
- Siéntete responsable de hacerme feliz- Cristina la pellizca en el vientre, le da una patadita bajo la rodilla-. Al menos por ahora.
- Cristina, chata, ojalá que vuelvas pronto- Sandra termina de escribir su poema, intenta aplacar el temblor de su labio inferior-. Se está muy sola sin ti, te lo juro.



Conversación familiar, Edgar Hilaire Degas (1895). Yale University Art Gallery

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