Superficie

Oh, sí, espléndido, querido. Qué contraste de colores, y qué adorable influencia barroca. Inconfundible su uso de las sombras. ¿Pero a mí qué coño me importa? Jesús, si tu marido concibe la visita a un museo como sinónimo de aventura, la cosa está fastidiada del todo. Tan fastidiada que igual ni tiene remedio. Ojalá me propusiera atracar un banco o montarnos un trío con Daniela. Pero no: él coge y te lleva a una galería llena de ángeles y caballos pintados. Y le parece que es un plan acojonante.

Lo peor, lo último, es que realmente cree que disfruto escuchándole. Cuando era jovencita... coño, sí, me gustaba verlo con cara filosófica y soltando palabros de cinco sílabas que yo no había oído ni en vidas pasadas. Ahora es como si llevara quince años comiendo el mismo plato de lentejas. Mírale cómo se apoya la barbilla en la mano y se pone cachondo con Boticelli y su puta madre. Querido. Oye, amor. Luz de mi alba. Aquí, a tu izquierda. Este par de tetas, ¿las ves? Te casaste con ellas hace ya una década, aunque no te lo creas.

Supongo que no me dejas más remedio. Tengo que tomar la iniciativa. ¿Tu plan era terminar así? Porque en la universidad esto no pasaba. Joder, Joaquín, ya sé que hace siglos de eso, pero algo recuerdas, ¿no? Igual es mi memoria que me falla, pero juraría que antes nos emborrachábamos, reíamos, nos peleábamos, rompíamos media cocina y luego follábamos, cigarrito y asunto terminao. ¿Ahora, qué? ¿Crees que no sé que te cepillas a la puta de tu secretaria? ¿Que no rastreo tus mensajitos en el móvil cuando te lo dejas en la pila del lavabo? No, no me mandes callar, cacho cabrón. Me importa una mierda que toda esta gente nos oiga, que se entere todo el mundo y si se entera el Boticelli de los huevos mejor: eres un pedante, un cerdo y un soso de cojones. ¿Que no te das cuenta de que estoy aquí? Joaquín, coño, Joaquín, mírame. Estoy gritando como una loca en medio de un museo para que te enteres. ¿Crees que me gusta hacer esto? ¿Crees que disfruto? Yo también te la pego. Con Alejandro, ni más ni menos. No, no te enfades ahora con él, porque te ha hecho un favor bien grande. La de facturas en pastillas y loqueros que te ha ahorrado, porque Joaquín, te lo juro, un año más así y me muero de aburrimiento si no me he tirado por la ventana antes. Quiero que me mires, ¿te enteras? Quiero hacer locuras contigo, que te portes como un crío de vez en cuando y te dejes del Renacimiento y de "Caravacho" y de libros y de historias. Quiero que me dé el aire, ¿me entiendes, inútil? ¡Quiero respirar, joder!

- ... dicen que William Turner lloró al ver por primera vez este cuadro. "Sé que nunca podré pintar algo así", dijo. Turner se convertiría después en un maestro de la pintura paisajística, y a día de hoy se le considera un precursor del impresionismo. No vivió lo suficiente como para gozar de tal prestigio, claro, pero sin embargo...
Se dio la vuelta. Yolanda le miraba con los ojos profundamente abiertos. Percibió, en sus labios, una especie de tensión latente; tal vez un temblor.
- ¿Ocurre algo, amor?
El rostro de Yolanda se relajó. Parecía haber despertado de un profundo sueño.
- No... nada, nada, es que... hablas muy bien, Joaquín.
Sonrió y le acarició la mano. Habrían pasado diez años, pero ella se comportaba con la misma ternura del primer día.
- Gracias, cielo.
Le soltó la mano y, con la vista fija en los cuadros, regresó a su discurso.
- Ah, "Judith con la cabeza de Holofernes", 1608. Giovanni Baglione... le debe mucho a Caravaggio, también. Fíjate que composición más extraña. Algo audaz, no sé si demasiado... pero su mera contemplación es emocionante, ¿no crees, cariño?





No hay comentarios: