¿Bailemos el agua? (parte 3 y final)

- No entiendo qué ha podido llevarte tanto tiempo.
- Oh, lo de siempre. Pesados que andan detrás del rumor y creen que cualquiera estaría dispuesta a revelarlo. Podéis estar tranquilas; no he dicho nada que pudiera comprometeros.
- Ya habla en segunda persona...
- Alejandra, corres desde hace tiempo un severo riesgo de ser expulsada de la Cadena. ¿Te parece que tomarse a la ligera una filtración mejorará las cosas?
- Menos monsergas, Primera. Aquí todas saben perfecamente que esas filtraciones no han sido cosa mía. Acepté formar parte de vuestar orden para mantener los preceptos de vuestras pioneras, pero nadie dijo que debiera tomármelos al pie de la letra. Y no creo que tampoco se pueda dudar de mi labor. Hace dos años, cuando llegué, aún estábais en las sombras. Y miráos ahora.
- Que nos hayas introducido en tus clubs de pindongas no te da más privilegios que a las demás.
- Oh, así que es eso. Cuestión de privilegios. Son los caprichos los que te llevan a formar parte de ésto, así que no creo que estés en posición de acusarme de nada, Mayra.
- ¡Silencio vosotras dos! En trescientos años de historia se ha logrado respetar la pauta de nuestras reuniones, y me parece que en realidad es bien sencillo. Mayra, me temo que nuestra socia tiene razón. Está desempeñando su función de agente externo de manera más que efectiva; todas nos comprometemos a no dudar de las decisiones de nuestro Enlace, y Alejandra ha sido nuestro mejor Enlace en mucho tiempo. Ahora bien, Alejandra, te prohíbo que vuelvas a tachar nuestros objetivos como 'caprichos'. Tendrás las ideas que quieras, y fuera de estas cuatro paredes eres libre de expresarlas como te plazca. Pero no creas que personalmente dudaría mucho a la hora de despojarte. Que seas un magnífico enlace no te hace irremplazable.
Ni tan siquiera les hace falta miradas; cada una sabe lo que debe hacer. Observarlas en su ritual produce una mezcla de curiosidad y desasosiego: es tal la manera en que se imbuyen en sus creencias, que cuesta creer que obren de forma natural. Pero cada uno de sus movimientos, tanto fuera de la 'sala del génesis' como en la vida real, persigue un propósito para el que no les cabe duda de que finalmente se consumará.
- Encended las candelas. Cerremos los ojos . Que la cadena forestal de nuestas manos se extienda, se imponga. La soledad está condenada.
Está condenada.
- Mucho hemos lidiado y la recompensa parece lejana. Recordad, por favor, recordad allá donde estéis las virtudes de nuestra madre olvidada. "Nunca habrá una última victoria".
Una última victoria.
Vuestra narradora recuerda ahora aquél siete de Mayo del 2002. Sin duda, se lo pensaría dos veces antes de subir a ese coche; y se lo pensaría muchas veces antes de firmar esa nómina. No obstante, se ha sumergido tanto en las raíces de la Ley del Agua que ya no podría, ni sabría, volver atrás.
- El aliento del mundo no dejará de retarnos.
Dejará de retarnos.
- Si ella estuviera aún con nosotros, creo sin duda, hijas y hermanas, que le rodarían las lágrimas. No sólo hemos rescatado la pesadez muerta de sus palabras, sino que hemos sobrevivido tiempos aciagos, edades oscuras; hemos sorteado interregnos y nos hemos mantenido en pie, en la cresta evanescente de la balanza, en una arteria subterránea de la Verdad. Sobre el agua.
El agua.
Su vehemente fanatismo me hacía dudar de que pudiera valer la pena arriesgar mi pellejo por un libro. Me aliviaba pensar en la curiosidad de mi hermano, que jamás hubiera imaginado qué escondía aquella frase que le habría costado la expulsión a Mayra si yo la hubiese delatado. A fin de cuentas, no estaba infiltrándome únicamente en una sala oscura: también estaba indagando acerca de una idea que delimitaba claramente la mentalidad del hombre y de la mujer; un precepto que ha sido discutido y confundido durante siglos, quizá milenios, y que en la Ley se practicaba en su vertiente más extrema. Pensaba que, si lograba sobrevivir al día en que pudiera mostrar la última página a mi editor, aquello habría valido la pena.
- Carlos, mi marido, me dijo hace poco que moriría si me perdiera algún día. En el espejo de su conciencia podía ver que mentía. No se puede cambiar eso. Ellos no piensan como nosotros. No persiguen el mismo leopardo. La idea de soledad, de expiración, se trata en su mundo de estacas tan sólo como un bache más; un nuevo peso con el que habrán de crecer. Como están condenados en su mayoría a una vida sin descubrimientos, compuesta exclusivamente por refriegas y embistes sonámbulos, como sólo tienen manos para curarse la castración, se precipitan sin remedio al sueño eterno.
De hecho, contemplarlas en su actitud entregada y ferviente, obecediendo los escritos de la enigmática Leandra Gracián en el 1.769, sin duda valía la pena.
- No se puede ir contra los mandamientos del Señor, pero sí podemos hacer lo que ésta y todas las noches: nuestra cadena, nuestro bálsamo expiatorio.
Creían que el mundo es demasiado duro para ellas, pero yo opinaba que en realidad eran ellas quienes lo agravaban para sí mismas. Cimentaban su propia pesadilla sin siquiera darse cuenta.
- Respirad la fresa y la hierbabuena que se consumen y nos indican, con su última ascua, el momento de separarnos y volver al mundo de ahí fuera, con sus dentelladas y sonatas de mala muerte aguardando una sóla flaqueza nuestra.
Durante más de dos siglos.
- No nos conocen lo suficiente. Entre todas somos más altas que cualquier pirámide y alcanzamos lo que no se pudo concebir. Entre todas formamos un lecho común, suave y cálido, en el que poder mirarnos sin miedo alguno. No lloraremos por nuestras pérdidas nunca jamás. Unámonos, sólo una pizca más; y la soledad estará condenada.
Estará condenada.
- Una migaja más, y abrazaremos una última victoria.
Una última victoria.
- Un instante más, y el mundo no podrá retarnos.
No podrá retarnos.
- Un soplo más, y bailaremos fiestas sobre el agua.
El agua.




Epílogo


Me reencontré con ella casi de milagro. Por teléfono me indicaron una dirección y una hora, tras lo cual colgaron sin más explicaciones. Se sobreentendía que yo estaba obligado a ser discreto, pero la abracé al instante en cuanto la vi entrar por la puerta. Tras aquellas gafas oscuras, la chaqueta de cuero y los zapatos negros, volvía a sentir ese cariño que ella y sólo ella habría podido darme.
Me pidió disculpas. Sólo podrían ser unos treinta minutos. A mí me parecieron suficientes e insuficientes al mismo tiempo. Por un lado necesitaba días enteros con mi hermana para recuperar aquellos doce meses que nos habíamos perdido el uno del otro. Por otra parte, no creo que nunca pueda volver a sentir lo mismo que sentí, sabiendo que allí se iban a materializar treinta minutos más intensos que todos los años anteriores.
- ¿Al final pasaste de las famosas veinte páginas? - me preguntó. Ni de carne ni de incógnito estaba dispuesta a perder su hambre de sarcasmo. Por eso siempre la he querido. Alejandra es de ésas que jamás perderán nada, ni aunque se les incendie la casa, ni aunque se arruinen en la ruleta. Es una piedra con una bonita sonrisa de perfil.
- Me lo leí en dos días, manita. Es un milagro, pero sí, lo conseguiste. Creo que el mundo aún no está preparado para una revelación así, y sin embargo...
- No, no lo está. Es por ello que mucha gente todavía no se lo termina de creer.
En el bullicio de la cafetería había un tipejo vestido en chándal conversando con una escultura anónima adornada con un abrigo de cuero estrenduoso, por así decirlo, y gafas de sol en pleno diciembre. No me extraña pues que todo ser viviente que pasara frente al ancho cristal de la ventana se diera la vuelta para mirarnos. Al mismo tiempo no había nadie más. Podía escuchar aquella misma melodía de Brian Eno que ella pinchó durante años cada vez que padre no estaba en casa, y así sobreponerla en la escena y que lo demás no me importara tres cojones. Muchas mañanas la recordaba al despertarme y pensaba: pero qué imbécil. Sacrificar todo cuando ha sacrificado por un puto libro. Ganar millones con él y no poder gastarlos casi de ninguna manera. Escindirse del mundo tal y como lo conocemos, otro apellido, otra dirección que nadie jamás conocerá. Vivir, en suma, bajo una sombra permanente de amenazas e intentos de asesinato. Llegué a odiarla. Había que estar loca y llamarse Alejandra para hacer algo así.
Sin embargo extendía la mano y la sobre la mía, y no creía que nada valiera tanto la pena. Y yo que llevaba tanto tiempo sin llorar que me parecía haber cumplido la profecía de padre, cuando proclamaba aquello de "alguna vez serás un hombre... aunque lo veo bien lejos ahora mismo". Tras las lentes de cristal oscuro, sabía que Alejandra estaba allí. Como en el fondo siempre había estado. Me pregunto porqué me resultó tan difícil aprender eso.
Entonces ella me dijo Sé que estás muy molesto, y también madre y en general todos los que me conocían. Pero se trata de perseverar, de dedicarse. De poner atención en aquello que deseas. Y entonces dijo Toma una servilleta, que estás formando charcos.
No, yo tampoco daba crédito mientras leía. Son la clase de cosas que te mueven a preguntarte: ¿Pero que coño le pasa a la gente de hoy en día? Sólo que llevaban desde el mil setecientos ciencuenta y no se qué haciéndolo. La idea de que todas esas mujeres creían estar protegiendo una especie de órgano, que todas se sentían igual de asustadas e inseguras hasta el punto de conspirar para conseguir entre todas un hombre que las cuidara, y todo lo demás fuera secundario... en el mil setecientos y tal me lo puedo creer. ¡Pero hoy...! Emerson, de relaciones públicas, decía que todo eso estaba más que claro y que todas eran unas putarrascas y lo demás, pero bueno, Emerson está más frustrado que un portero suplente. Es la clase de tío que se habría liado con una integrante de la Ley y ni le habría molestado, con tal de tener un coño caliente en la cama.
Alejandra se había convertido en una heroína, y aunque no la pudiera ver más que una o dos veces al año, ya nunca se me pasaría por la cabeza pedirle excusas ni explicaciones.
- Yo no tenía ni idea de que 'bailar el agua' significara eso - le dije.
- Porque ni siquiera has leído el Quijote. Sois un blanco perfecto para la Ley, so analfabetos.
- Estás consiguiendo que todo cristo lea tu libro. A este paso te lo publicarán en versión klingoniana.
Ella restó un momento inmóvil. Creía que me estaba mirando, y sonreí. Pero sobre nosotros había una lámpara, y su destello permitía ver difusamente lo que había tras las lentes. Miraba hacia abajo en silencio.
Me dijo Cuida de madre, manito. Ella y tú seguís siendo lo que más me importa en este mundo, y que volveríamos a vernos pronto. Para cuando salió por la puerta ya tuve la certeza, sin saber porqué, de que no la volvería a ver. Alejandra se marchó, dejándome la sensación de que con ese libro había logrado todo excepto lo que ella buscaba. Porque hoy, que ya no está, la recuerdo como un recipiente hermético que se pasó toda la vida buscando el lugar donde había perdido su contenido, el propósito de su alma; y que cuando ejerció su golpe maestro, lo hizo pensando en el trayecto de lo que había sido su pasado, con tantos familiares incomprensivos, con tantas amistades perdidas. Su libro era una ocasión particular de reescribir, u olvidar, ciertas líneas de su vida. Pero al pedir el deseo, la lámpara del genio se hizo añicos contra el suelo.
Era de lo más absurdo que podría yo llegar a ver. El camarero con una barba blanca, gritando jou jou jou, el confetti volando sobre mi cabeza y todo el mundo como convirtiéndose en un imbécil perdido durante varios minutos. O tal vez lo habían sido todo el tiempo y sólo ahora dejaban el disfraz guardado. También en la calle había una buena cantidad de guirnaldas, y de carteles luminosos, y barbas blancas y jou jous. Fuera anochecía, pero dentro del café seguía brillando la misma luz pálida, y recordé entonces y por siempre aquellos ojos escondiéndose y buscando algo en el suelo. Una chica detrás de mí, que gritaba y hacía sonar una copa con la cucharilla, exclamó algo así como "por que nos bailen el agua". Y el enésimo idiota, que permanecía sentado en chándal largo ante la ventana que daba a la calle, se giraba y decía: "¿qué coño acabas de decir?".



a Jorge Ros

¿Bailemos el agua? (parte 2)

- ¿Y? - mi hermana restaba exactamente en la misma posición que el día anterior, desafiándome con sus brazos cruzados -. Esa puede ser la opinión de una tía, nada más. Sí, admito que existe o puede existir cierto colectivo de mujeres a las que les encanta sentirse halagadas. Ha sido un tremendo descubrimiento por tu parte. ¿No tienes nada más que hacer?
Le dije Hay algo que no me cuadra, manita. ¿cómo explicas que a cualquier tío al que le cuente esa historia se quede varios días en estado de shock? Es como si nos hubiéramos pasado la mayor parte de nuestra vida sumergidos y sólo ahora comenzáramos a usar los pulmones.
- Querrás decir que sólo ahora comenzáis a usar las neuronas.
La muy cabrona parecía un corredor que ha llegado a la meta treinta minutos antes que tú y sólo te espera para señalarte con el dedo mientras sudas a chorros. Adelante, riéte. Pártete. Puedes.
- Claro que puedo. Es más fácil reírse de vuestro desamparo que quitarle un caramelo a un niño. De hecho sois como niños ante las mujeres. Todo lo que creéis saber son esencialmente un montón de tópicos, frustraciones mal adquiridas y delirios de semen engarzados en un pilar de hojalata. Sí, ya va siendo hora de que uséis los pulmones y no las branquias. ¿Tú sabes cómo conquistar a una mujer?
Eh...
- ¡Ajá! Y eso que no has andado precisamente escaso de ellas, aunque ahora lo estés.
Tal vez sí haya estado sólo todo este tiempo.
- Mhm - me miró de arriba a abajo, resoplando -.Cristina sigue estando bastante presente, por lo que veo.
La Cristina que mencionas se acabó, manita. Más me vale enterrarla si no quiero enloquecer.
- Ya conoces mi opinión respecto a eso...
Y tú conoces de sobras la mía.
- Y sabes que no la comparto.
Sabes que compartimos más bien poca cosa, tú y yo.
- Mi hermano, cuando era en verdad mi hermano, tenía por costumbre no bajar los brazos antes de tiempo. Era vehemente como una bacteria.
¿Lo qué?
- La primera pregunta que debería, que deberías hacerte, es si realmente has deseado alguna vez conquistar a una mujer, o si sólo has deseado tapar una grieta con masilla. Ese es un paso. Deja de concebirlas como un blanco para el cual se pueda tramar algún plan ambivalente. Lo único cierto e indistinguible es que tienen un momento para todo, así que adelántate a la línea de guión. Si las cosas van bien, haz que vayan mejor. Si las cosas van mal, asegúrate de que no parezca culpa tuya. Por lo que yo he observado, las mujeres son muy susceptibles a las técnicas de manipulación masculinas, que por otra parte son bastante simplonas; pero cuanta más llena está la hucha, más difícil es tomar la decisión de romperla... aunque eso ya es el segundo paso, cuando los cabos más gruesos están atados: en cuanto hayas aprendido eso, te habrás licenciado con honores. Tan sólo deberías recordar esto: perseveracia, dedicación, confianza. Quédate con esos tres pajaritos de momento... y cazarás presas mayores en tu feliz futuro matrimonial. ¿Lo ves más claro ahora?
Manita, dime una cosa.
- Qué. Escupe, dispara. Tengo que salir estar tarde y no tengo todo el día. Adivino lo que vas a decir, ¿verdad?
¿Cómo se me ocurre hacer estas preguntas a una lesbiana que lleva mi misma sangre y además me odia?
- ¿De dónde te sacas tanta mentira? Yo tengo mucha más sangre, y tortillera no soy; sino Alejandra. Chaos.
En realidad era una puta condena. Cuando más hincaba el diente, más mareado me sentía. Me había obsesionado tanto con un concepto que no llegaba a entender que todos los demás aspectos de mi vida me habían empezado a parecer inútiles; y como la consecuencia de una consecuencia, hasta yo me empecé a sentir inútil. Decidí que al día siguiente me pondría enfermo y así al menos me libraría del condenado informe Guggenheim que mi jefe me había pedido con urgencia. Ah, eso sí se parecía más a la vida: toda la mañana en albornoz, estirado sobre el sofá de piel como un filete y alternar entre el teletexto deportivo, la última de Keanu Reeves y la última de Nacho Vidal. En aquella tesitura autista pensé en llamar por la noche a Julián y a algún que otro bravucón, a ver si en el Danko's o en el Genova había carne de primera; y recordé el discurso de manita, que me había dejado la sensación de que encerraba una verdad absoluta y yo no había sido capaz de seguirla más que en sus dos últimas frases. Habría que perseverar, pues. El único problema era que los treinta y tres, que me parecían una cifra atroz, estaban a la vuelta de la esquina; que se me estaba desinflando la confianza igual que el pito sobre el sofá, que se me atragantaba desde niño lo de "dedicación" aunque sabía que significaba algo, y en cuanto a la perseverancia... aún estaba intentando recordar dónde la había dejado.

¿Bailemos el agua? (parte 1)

Al principio no era más que una voz de fondo, un himno que resonaba por aquí y por allá, envolviendo ciudades enteras con su mensaje oculto. Una ola que lo cubría todo, que todo lo salpicaba con un interrogante salvaje. "Bailemos el agua". Los niños recorrían los patios de la escuela y las avenidas repiqueteando campanas, la base de las sartenes o todo cuanto tuvieran a mano, que en el caso de un niño en Navidad es mucho decir. Se sabía de amas de casa que, por una vez, dejaban aparcados el punto de cruz y los programas del corazón y hasta las tareas de la casa para pasarse tardes enteras hablando sobre el tema de marras... y luego sonreír como Caperucitas cuando el marido, que había recibido la primera onda del mensaje merced a comentarios poco esclarecedores de sus compas del taller o la oficina, no sabían muy bien cómo abordar la cuestión. "Bailemos el agua". Todos cuchicheaban y trataban de llegar a una conclusión. ¿Pero qué significaba?
Te parece muy curioso cómo el cuerpo, igual que una flor seca sobre la que acaba de caer un diluvio, se abre de sopetón a cualquier posibilidad; se retuerce de curiosidad y, por una vez, se está dispuesto a escuchar al sabelotodo más insoportable. Por aquella época, más que nunca, se podía palpar una barrera entre sexos. Ellas parecían saberlo todo, pero en cuanto a vosotros, no quedaba más remedio que pegar la oreja a la rejilla del lavabo de las chicas, o pedir un terrón de azúcar a la vecina y poner en práctica toda tu habilidad de comercial para ver si le escapaba alguna pista. Porque en un principio, ni tipas ni tipos: nadie parecía saber nada. Pero entre roces de hombro y señales con el dedo, entre nubes de tabaco que parecen saber más de lo que cuentan, entre miles de señales sutiles - esa sonrisita malvada a tus espaldas, ese corro dibujando una conversación privada- acababas por enterarte de quién podía conocer la respuesta. Y de pronto, ellas eran las reinas. Seres de otra galaxia. De pronto te bajabas los pantalones y te dabas cuenta de que eras de un rango inferior. Aunque, claro está, no desesperabas. Aún me parece que todos regresamos a nuestra infancia, jugando a espías y ladrones; y ni siquiera nos cuestionábamos acerca de la naturaleza de nuestra intriga.
Mira, yo te lo explicaría, pero creo que tendrías que haber nacido sin pene para poder comprenderlo; eso te lo susurraba Valeria, guardándose el billete de diez euros con que le habías arrancado poco más que una mirada compasiva. Así que mala suerte, decía, y recogía los periódicos y se largaba con su peto de repartidora y su viento fresco en la nuca. Vale, pasemos al plan B. Te aproximabas a Marta, ejemplar único que ponía en manifiesto la sabiduría del Señor por haber permitido la invención de la minifalda, y después de un par de maniobras distractorias -¿han contestado ya los inversores de Osaka? ¿Cómo lo ves? - sentías una punzada en todo tu orgullo cuando la voz de pito le cambiaba a otra cosa. "Bueno, en la puerta de tu despacho tienes la respuesta". Y al darte la vuelta se te caían los cojones de vergüenza al reencontrarte con el rótulo de 'Stop' que habías colgado allí para ahuyentar a jefes y a acreedores. Las piernazas italianas de Marta ya estaban al final del pasillo para cuando volvías a girarte con cara de croqueta.
Entonces, como último bote salvavidas, acudes a ella. Ella que siempre se portó tan bien contigo, que fue capaz de autoinculparse del asesinato 'involuntario' del canario, ella que te perdonaría que desafinaras en una orquesta de cretinos. Tu hermana es hoy la emperatriz de los confidentes, la corsaria más temida en el océano de los secretos; la generalísima en materia de filtraciones. Es a ella a quien hay que acudir.
- Siéntate y charlemos- te dice.
Obedeces, tan esmirriado como te sentías en tu primera entrevista de trabajo. Serías capaz de portarte como el más mísero rastrero del mundo con tal de saberlo. Por la ventana distingues la estela espumosa que parece dejar un vuelo comercial sobre los rascacielos; te atarías a la cola de ese avión con tal de que te lo contaran.
- ¿Que no sabes que la curiosidad mata gatos? Porque los tíos sois como gatos. O perros, o morsas. Por eso nunca lo sabréis. Los samuráis, los rabinos, los hampones. ¿Sabes qué empareja a todos ésos? Un código de honor que tienen que respetar para que el orden del mundo no se tambalee. Si te contara eso, tendría que matarte. Sí, es algo que sólo pueden saben las mujeres; y más en concreto, cierto grupo de mujeres. Tú sigue indagando; total, son aguas tan pantanosas que no creo que te dejen volver a la superficie.
Entonces, para cuando la confusión te ha convertido en una peonza que duda de su propio equilibrio mental, resulta que existe. En ese acorazado subsistema de secretos, en la madriguera de las conspiraciones a sotto voce, existe una falla. Y cuanto más te pones a buscarla, más lejos queda. Sólo restaba, pues, tirarle una piedra al panal y confiar en acertar en el minúsculo punto débil. Y si no, ya podías correr como el viento.


***


Le tendí la mano a Julián, quien tras un desastroso comienzo en el que podría haber hundido la empresa en dos horas, había terminado por afianzarse mi simpatía. Era un tipo agradable, aunque no dejaba de cagarla y se empeñara en mantener carita de inocente. No entendía lo de su melena de león, ni a santo de qué todos aquellos adornos de plata en imitación, cuando ni siquiera podía permitirse un coche para sí mismo; mucho más inquietante fue enterarse de que su cicatriz en la mejilla era falsa. Se parecía a un cuadro de Pollock: a cada segundo de observación se comprendía menos, y aun así no se podía dejar de mirar. Su casa estaba emplazada en un bloque de adosados a varios kilómetros de la ciudad; se sentía el olor a barro de periferia en los neumáticos. Le dije Óyesme, a ti, por un casual, no te dirá nada 'Bailemos el agua', ¿verdad? Entiéndeme, sobornaría a quien fuera antes que preguntarte a ti, pero es que eso ya lo he intentado. En fin, ¿Qué me dices?
Al principio crees que es un ruido sordo, como el que produce un fantasma en la madrugada. Después te das cuenta de que la presa ha cedido; la tromba de agua se precipita hacia ti. En un segundo descubres la grieta mayor y puedes ver el centro candente de la Tierra, sus misterios, sus eones, sus pulmones abiertos revelándose sin exigir moneda de vuelta. La narración de Julián es sorprendente: 'Conocí a esta chica a través de una página de contactos. Decía estar construida a base de polvo de estrellas y sudor de aguacates. Su fotografía de presentación mostraba una ninfa en brazos de un gentlemen sobre un lago, un paisaje azulado; y un mensaje a pie de imagen: 'Bailemos el agua.' A primera vista pensé: otra sensiblera gilipollas. Pero pensándolo bien, estaba más que cansado de tipas que se presentan enumerando las discotecas que frecuentan, o con fotos de sus tetas. Así que probé suerte, y no me arrepentí. Mira, aquella tipa consiguió lo que jamás pensé que pudiera conseguir ninguna, como por ejemplo quedarme toda la noche escribiéndola, o pegado al teléfono, o no dormir. Al cabo de un mes estaba tan obsesionado que me parecía hasta vulgar proponerle una cita, pero para mi sorpresa adivinó mis intenciones. Desgraciadamente, no fue una buena idea ir a verla con 39 de fiebre. Joder, la hubiera ido a conocer aunque tuviera cáncer. ¡Especialmente si tuviera cáncer! ¿Conoces el Red Face? Hay que abrir pasadizos en las calles para llegar hasta ahí. Uno se sienta en mesas de geometría imposible, te rodean macetas de cobre con plantas que desde luego en España no se encuentran, el neón domina el techo y una banda sonora así como de la vía láctea envuelve el panorama. Me esperaba en una esquina oscura, junto a una pecera con pirañas del amazonas... efectivamente, era una tipa con pasta. Me hubiera imaginado cualquier cosa excepto ésa, y sin embargo la tenía ahí, la voz de gato que durante un mes me había trastornado la vida sin llegar a verla, todo letras, todo adivinanzas, piezas sin unirse. Pero todo cuanto podíamos decirnos pareció quedarse en el teléfono. Con la cabeza ardiendo y el alma quebrándose, entenderás que recuerde bien poca cosa. Pero se me ocurrió preguntarle por aquello del agua. Y justo entonces vino uno de esos extraños silencios en los que la música, la clientela y hasta el agua de las pirañas concuerdan en callarse a la vez. 'Te voy a revelar un secreto entre mujeres', pero lo dijo como si más bien me fuera a desvelar el último fichaje del Madrid. 'Al llegar a cierta edad, nos tiramos por la borda. Descubrimos un secreto que la vida nos tiene reservados a todos, sólo que los hombres no queréis atender el aviso. Suele suceder a primeros rayos del alba, cuando aún estamos deshilachando el ovillo de los sueños, y entonces nos damos cuenta de que la soledad es el alma gemela de la muerte. No se la puede esquivar y nos piensa arrastrar a todas con ella. Nadie quiere verse en esa tesitura. Así que nos hermanamos contra ella. Se trata de una defensa colectiva más que individual: es una semilla que brota a la vez en los cuatro costados del globo. Y para que no se marchite antes de tiempo, esquivamos a esa hermana de la muerte y buscamos a alguien que nos ayude... y nos baile el agua'. Nunca he visto a una mujer hablar así, y desde luego, fue la última. Después de aquello pareció quedarse sin ganas de hablar... y yo tampoco mostré mucha destreza a la hora de sonsacarle más. Su discurso marcó el punto y final, y todo lo que recuerdo a partir de ahí son las cabezas de las pirañas dando vueltas y más vueltas alrededor de la pecera. Sólo me quedó de ella el nombre de Mayra; así firmaba en su página. No quise saber el verdadero, y creo que nunca lo sabré".
Al bajarse del coche, lo observé mientras cruzaba la verja de la entrada. Me parecía una persona bien distinta de la que había recogido en la oficina. Se había producido una auténtica transformación de la que sólo la historia de la tía con voz de gato era culpable. Suelo volver a casa con la radio puesta en cualquier chorrada, porque no me sienta bien pensar; pero por una vez me dije Qué cojones. Aquello se merecía una segunda revisión, y no se me ocurrió nadie mejor para tal cosa que la Madre Teresa de mi salvación, que además vivía bien cerca.

Anaïs y las vidas mutantes

Un amigo me dijo recientemente que me veía como a un auténtico mutante, un camaleón capaz de morfear miles de rostros en un segundo, ofreciendo una velada teatral a la más variada multitud o público. En sus propias palabras: "llegas a un sitio, ves lo que hay y te adaptas a ello". No puedo más que darle la razón, y por ende, sentir una punzada de orgullo. Mi intención no ha sido nunca solidificarme; nunca he querido construir ningún pedestal estable sobre el que basar la mayoría de fundamentos y premisas en que se vaya a inspirar mi camino. ¡Como si eso fuera posible! Me dan una pizca de lástima aquellos seres considerados "racionales", "equilibrados". No buscan más que una única barra a la que agarrarse cuando ante ellos se extiende una verdadera cordillera de barras, de aros, potros, colchonetas, incluso pistas de barro candente. Quien mucho abarca poco aprieta, desde luego, pero ¿qué me decís de quienes aprietan demasiado abarcando tan poco? En el fondo son como figuras dentro de una de esas esferas de cristal con nieve: dueños de su microcosmos, señores de su cansinillo liliputiense, cuando sólo una fina mampara de cristal -que podría destrozar de un solo codazo- les separa de la Tierra de los Titanes. Ciertamente hay todo un taller de oportunidades en cualquier horizonte que se precie; y para operar cualquier clase de maquinaria no se precisa herramienta alguna; ni tan siquiera preparación ni, odioso término, "carrera". Anaïs Nin, que guardó bajo llavo un sinfín de testimonios por escrito de lo que había sido una vida saturada de atrevimientos, actos sexuales a cada cual más escandaloso hasta llegar al incesto, y en definitiva, confesiones de una mujer que sobrevivió a principios de siglo con una mentalidad propia de finales del mismo... esta heroína, esta amazona indómita que nada debió temer y gozó además del privilegio de mantener un affair con Henry Miller -otro valiente, por cierto- escribió una noche: "la vida se encoge y se expande en función a la valentía que uno tiene". Hay quien es capaz de levantar una ciudad sin apenas mover los brazos: una ciudad literaria, terrenal, bullente de acueductos que segregan manantiales de filosofía vital, empedrada con toda suerte de vías que recogen los pasitos emocionados del género humano en su más atroz totalidad, con huellas de miedos e inquietudes, con charcos sudorosos de esfuerzos y hazañas; con lágrimas secas de melancolía y también, porqué no, espejismos en los que la felicidad exhulta y se petrifica verdaderamente por unos instantes. Y todo esto con una sóla frase surgida de una única pero hermosa mente pensante. Tal vez la buena de Anaïs, en apariencia enjuta y pálida como un trineo pero candente y vigorosa por dentro, como una marmita, escribiera aquello sentada al costado de una fogata raquítica, encogida hacia la mesita y tiritando de frío; y sin embargo hablan sus palabras con una autoridad, una lucidez definitiva y rotunda, que está a años luz de todo cuanto solemos ver en el mundo que nos rodea. Especialmente en éste, en el que abundan los platós ya no en televisión, sino en nuestras propias calles, escuelas, iglesias. Donde todos se maquillan para ocultar Dios sabe qué enjambres o qué ladridos o qué cánceres de intestino. Donde un perfume puede cambiar el devenir de una noche, que nos hemos pasado trasegando a la espera de no recordarla como fue, sino como nos gustaría vernos. En este universo nunca aparecerá un Sun Tzu ni un Li Po que puedan condensar en una sóla frase lo que otros, véase yo mismo, pueden expresar en doscientas páginas. Estamos en los lindes de la realidad, muy alejados del núcleo electrizante en el que flotan los verdaderos miasmas; a años luz de la cumbre soleada, donde no existe la niebla y muy probablemente no sea necesaria más alimento que el justamente necesario. Allí donde Nin, Miller, Tzu, Carver, Bradbury y un inextinguible etcétera viajan a través de sus noches inspiradas, atisban un relámpago de autenticidad sin barreras ni estilos y ¡alehop! lo cazan al vuelo y lo traen de regreso a la Tierra... todo sin moverse de su silla desvencijada, sin abandonar el cuarto oscuro con la fogata raquítica en el que dan voz a sus pesadillas y sus almas desnudas sin siquiera perdir algo a cambio.





Sólo...

La piedrecita chocó contra la ventana y rodó de nuevo cuesta abajo. A mi derecha, a mi izquierda, esos 'coches más tristes del mundo' me abrigaban, extendiendo mi desamparo a ambos confines del asfalto.La llama prendía tras las cortinas blancas pero no tienes algo en el labio deja que estoy cansado sabes cansado ya va siendo hora de que te deseo no entonces porqué eh porqué lo hacemos tú decides lo mismo esta vez va en serio bésame otra vez se movía.
Cogí otro guijarro. Esta vez vi su silueta aproximarse a la ventana de inmediato. El guijarro descansó en mi puño.
- Ha venido mi abuelo - las manos flaqueaban junto al alféizar, los ojos no me contaban nada excepto que no tenían nada que contar -. Lo siento.
No importa, sólo quería verte.
- No importa - dije, y vi mis palabras evaporándose bajo las parcas y apagadas estrellas del fondo.
Se escuchaba el sonido del televisor, abajo en el salón, de donde procedía un brillo anaranjado. Habían repintado la verja de la ventana. Pronto pensé que no volvería a ver ese hogar por dentro.
- Bueno - susurró - ya nos veremos.
Claro. Toma un beso, Julieta, aunque no lo vas a querer ya. Ahora te retirarás al interior de tu aposento a abrigar nostalgias junto a la vela me lo piden a gritos tus labios me lo piden y a pasarte del dedo por el contorno de la boca. Dibújala. Ahora, otra vez. Yo lo estaré viendo.
Ella se quedó mirándome en silencio, mientras se escondía paso a paso tras las cortinas. De pronto me pareció sentir las manos apretándose a mi espalda. Agarrándose con fuerza.
Su sombra se confundió con la de la vela, ovalada y trémula. Me encendí un cigarro y permanecí dónde estaba, en completo silencio. Vi una oruga deslizándose sobre mis zapatos.

VI. Un respiro



Una silueta en el marco.
Dirás ahora que es cuestión de tiempo,

que las velas están aún húmedas.

Y sin embargo, arden.


Centellas. Viajas en tu propio edén

mientras las moscas devoran tus huellas.

Sofocas. Tu propia almohada de néctar
sin borrar una esfinge de tu boca.

Azufre. Tal es el sabor del vino
cuando los brindis en tu nombre aburren.

Olvido. Así es como te bautizo:
en último término, un vahído.

Ahora la candela merma,
devora la profundidad.
Ahora
eres alimento de sueños.
No hay silueta. Nunca más.


Tempus Fugit


Mis discupas por la más que caótica digresión de aquí abajo: éstas son la clase de cosas que nos suceden a aquellos que escribimos sin mucho mirar atrás. No ha sido la primera vez y, mucho me temo, está lejos de ser la última.


Igual que Henry Miller, me tomaré la libertad de dedicárselo

a ella.


Acabo de desenterrar unas cuantas perlas del pasado. Ignoraba que pudieran estar ahí, pero así era. Las muy putas no hacían ruido alguno, como si pretendieran tomarme por dormido. Hoy me siento aguerrido, estoico; así que no intenten sedarme. En este bolígrafo hay tanta, tanta energía; el viejo de Bruce Lee en un día de furia sonreiría. Tal como él dijo, somos o debiéramos ser agua; convertirnos en taza si viajamos a la taza, o botijo si viajamos al botijo. El camino no debería ser pedregoso, sino que pedregosos deberíamos volvernos también. Siempre sin olvidar nuestro pequeño punto de cocción: que nos golpeen no debería ser sinónimo de devolver el puñetazo, pero tampoco busques con calma el lugar adonde escupes la sangre. Vuelves a esconderte y ya no dejas siquiera cartas lastimeras de despedida... no te extrañe, pues, encontrarte un charco de sangre en la misma puerta de tu casa. Aquí se trata de poner el cronómetro y no huir despavorido cuando pueda detonar. Vamos, sabes de largo que estoy ahí, junto a cualquier gemido del viento, montado en la parte trasera de cualquier orgasmo, silueteándome tras los ladrillos de tu cuarto cuando crees estar sola con tus deditos. Hasta puedo notar que no te desagrada ser perseguida. Tú alimentas esos pájaros. Sé que gran parte de las ínfimas visitas que recibe este espacio son tuyas, porque la gran mayoría no podría entender estos textos ni con un manual de instrucciones adjunto.

Pudiera ser un problema inmerso en las raíces de la juventud contemporánea: a nuestro alrededor se nos colocan surtidores de regalos, carromatos repletos de esperanzas hueras y futuros coloreados sobre un papel en blanco y negro; y con la tontería, con el tráfago del dinero, con el desencanto vertiéndose en el fondo bancario, el fondo artístico (hoy en día cualquiera se cree con derecho a pintar, escribir o cantar como si el genio se construyera en un par de horas) o en el fondo de la botella, terminamos resultando un espantapájaros con los bolsillos tan vacíos como el cerebro. En el pecho sí albergamos muchas cosas, por supuesto; pero para entonces nos han agitado y despistado tanto que ya ni sabemos identificarlas. Creemos estar enfurecidos y anhelar batalla cuando sólo estamos confusos y buscamos comprensión. Nos da la impresión de estar tristes y necesitar consuelo, y es entonces cuando estamos de verdad enfurecidos y necesitamos un polvo salvaje. No creo que sean sólo las hormonas masculinas las que se sientan identificadas con este rasgón de dopamina: ¿no os estoy diciendo que se nos ha maquillado un cardenal de esperanzas hasta el punto de no darnos a conocer a nosotros mismos? Podría hacer una larguísima, interminable, ridícula enumeración de todo cuanto puede descentrarnos; pareciera haber una comitiva de desalmados al frente de todo este cotarro. No se me ocurre mejor sigilo para una invasión alienígena: una succión cerebral tan paulatina y furtiva, que los propios terrestres terminen pagando y disfrutando de sus lobotomías. Debe ser una lobotomía pasarse tres horas de la tarde charlando sobre los romances del Duque Nosoynadie cuando países enteros están hechos de hambre y enfermedad. Debe ser una lobotomía gastarse una décima parte del sueldo en un círculo electrónico que te postre sobre la silla por todo el día, y es que en la calle ya hay poco que ver porque todos han conectado sus neuronas a Internet y las tienen ahí, estructuradas en terabytes hasta que empiezan a oler a quemado y ya no saben retirar el enchufe. Este mundo gira, sí, pero gira en torno al eje podrido que describió Bukowski. Gira en torno a un atronador silencio, un blanco infinito, un óleo de cicuta engarzada con sabor a cereza. En el núcleo de la Tierra ni siquiera hay dolor; todo eso está reservado a los mortales de la periferia, que invierten su mayor parte del tiempo tratando de burlar al dolor y la tristeza como si fueran algo inorgánico, ajeno a su destino. Por mi parte, si el balón cae en una pista embarrada no me importa ensuciarme las botas. Las compré para eso, no para decir que me las he comprado y qué bonitas son, joder no. Hago del dolor un bálsamo para sí mismo. No trato de arrancármelo; más bien parto la flecha por la mitad. Igual que quien recoge un alambre del vertedero municipal y lo convierte en manillar de bici. Ahí le hemos dado: juguemos a ser Mcguiver's del dolor, que para eso hemos sido bendecidos con él. Yo recojo todas esas larvas y las alimento con mis propias escamas para aprender más viva y verazmente que de cualquier otra forma, por ejemplo viendo la puta televisión.

Podrías estar pensando en mí, en este preciso momento; y yo sin darme cuenta. Seguro que estás mordiéndote los labios mientras yo me limpio los dientes con un palillo. Pretendes abordar otro galeón y no te has dado cuenta de lo mal aparcada que está tu fragata... tan mal aparcada que yo mismo la he tomado y me he vuelto loco preguntando y degollando a la tripulación hasta que escupen tu actual paradero. Busca una buena y guarecida posada y no pierdas de vista un segundo tus espaldas, porque ahí voy a estar yo suplantando a tu sombra. Vamos, tengo más pies que tú; y brazos más largos por si acaso llegas al fin del mundo y no tienes donde agarrarte. Soy todo garras y cepos y dentelladas. La alarma que te empuja de la cama quince minutos antes. Puedo ir muy lejos y sentirme como si estuviera yendo a por pan, así que no puede costarme mucho preguntar en Beijing por tu nombre. Sabes mejor que nadie la de maravillas que hacemos juntos en cualquier lugar, remando a la deriva de noche sin que haya cosa más especial o profunda que podamos hacer, más que charlar y desafiar al infinito, charlar tajando el césped, charlar junto a la catedral del mar, charlar en un viaje de alfombra mágica, charlar por el legado de Rimbaud o Baudelaire, charlar y después charlar y mutilarnos a charlar. Lo demás es historia. Y la nuestra siempre ha sido una no-compañía. Adónde leches vas, pues. Revisa todos tus pasos porque creo que te has dejado algo y son las manos cortadas de un servidor, que exige se las devuelvas o tendrá que pasar noches y noches reescribiendo charlas. Así que quieres saber qué te diré cuando te tenga en mis manos. Puedo decirte: no perdamos más el tiempo y sudemos un rato en el corral. No te persigo porque crea que algo pueda valer la pena. Te persigo porque sé cuanto vale la pena. Lo sabemos. Hemos captado olores magnánimos infiltrados en nuestras cartas y lo sabemos muy bien. ¿Te he hablado de cómo hacían el amor en la antigua Grecia? Pongamos que yo soy Dioniso y tú la Dafne más escurridiza... y que te quiero por igual.

La 43 / C



"Haga el favor de mirar al frente..."
Una vez más. Clamaría en voz alta por que terminasen, pero el doble fulgor blancuzco le cegaba y le provocaba un extraño escozor en los párpados. Y, al parecer, sólo estaban empezando.
"Bien. Ahora dése la vuelta."
Sintió unos dedos mecánicos danzando por el torso. Sólo eran caricias al principio; después los sintió incrustarse vivamente bajo las costillas. Recordó los tambores de las antiguas lavadoras cuando giraban sin cesar y producían un estruendo de mil demonios.
La voz provenía de algún recodo del techo. Era opaca, monocorde; con toda probabilidad, declarada vencedora entre otras tantas voces grises aspirantes a la misma ocupación de verdugo. Pudiera ser, antiguamente, una voz que se ganara el pan como locutor de bingo. "Cierre los ojos, por favor" Y yo que no he rezado en sesenta años, tiene su gracia..
Tras el blanco envolvente estaba el falso espejo. Y tras el falso espejo estarían ellos, haciendo chistes sobre ésta mancha en la pierna, o ésta arruga en el vientre o lo que había bajo él, que era una arruga en sí. No se sentía culpable Habría que equilibrarlo, ¿no? Y pensar que he estado en Lulong, y allí menos vergüenza sentía en absoluto por el odio. Bajó los párpados.
- Don Alonso -y ahora, un carraspeo-, es ligeramente posible...
La voz había asomado su primer vestigio de ánima al llegar a "ligeramente". Se mordió los labios.
-... que esto duela un poco. Si se lo toma con calma, le aseguro que todo saldrá bien.
En la profundidad radiante sintió sus pies despegarse un instante del suelo. La piel se le contrajo hacia el interior, como si en el habitáculo se hubiera producido un violento cambio de presión. Las venas se arqueaban hacia adentro, las uñas de los pies chirriaron y las creyó hundirse bajo la carne. De pronto la garganta hervía aunque no habían manos algunas a su alrededor Susana, cielo, lo que darías por no ver esto, antes desde luego no, no sucedía, y en el patio de Carmela se estaba tan bien, allá el campanario qué bonito al lado del oído mismo, sí, soy viejo y así se me queda el cuerpo, vamos no puede ser tan largo un silbido, agudo hasta la sordera, se volvía más fuerte y los tímpanos languidecían. Todo parecía desestructurarse: membrana, carne, recuerdo.
Cuando la alarma cesó, la atmósfera volvió a la normalidad. Ya no sentía ese vértigo desquiciante y supo que podría abrir los ojos. La blancura insondable de la sala se evaporó con fluidez: el espejo volvía a ser cristal transparente. Se sorprendió de lo poco que parecía haber cambiado todo allí detrás: el bonachón con gafas, el del pelo de puercoespín, el barbas de chivo: estaban en la misma posición que al principio.
- Es la 43 / C- dijo uno de ellos, sin darse la vuelta.
Así que era él quien hablaba. Las barbas de chivo parecían duras como las cedras de un estropajo. Tal vez se consideraba eso, hoy día, una señal de capacidad y liderazgo. Descendió una pantalla de magenta fosforescente hasta colocarse a su lado. Don Alonso vio un extraño esquema en ella: diría que era el esbozo de una silueta humana con varias marcas y capas irisadas que marcaban éstos y otros puntos.
- La 43 / C- confirmó el barbas -. Lo sabíamos desde el principio. Le agradecemos su colaboración. No olvide su ticket, caballero.
Se oyó un quejido atascado como de máquina de fax. Bajó la vista: una hendidura cercana a sus pies escupía una cuadrícula de papel. Seguro que usté no puede hacerse esta prueba porque las barbitas se le despeinarían, pues vaya si tan seguros estaban de que era ése número no haberme llamado, hijos de trató de reajustarse la mandíbula. Sólo recordaba un dolor semejante en la boca y le traía a la cabeza batas blancas, gorros clínicos verdosos, ortodoncias. Recogió su ropa y se encaminó a la puerta, entre amargos quejidos.


Veinte cuerpos se levantaron al unísono de los sillones. Alonso vio formarse un corro donde la expectación se convertía en pavor, como si el evidente dolor se propagara hasta intoxicar los rostros de sus compañeros.
- Don Alonso, ¿está usted...?
- ¿Bien? Inteligente pregunta, querido Luis. Que tengan mucha suerte, es todo cuanto les digo. Yo me voy a la pensión a ver si tienen algo para reajustarme la espalda. ¡Hijos de la grandísima...!
Carmina y Lucía Belmonte parecían especialmente afectadas. "Pudiera ser que nunca me han visto así, o pudiera ser que, como el turno va por orden alfabético..." Trataron de colocarle unos brazos aprensivos a la espalda. Se escindió de ellos.
- Vamos, no puede ser para tanto, al menos ha sido rápido, ¿no?
- A mí se me ha hecho una eternidad. Ya me contarán lo simpáticos que son esos medidores. "La 43 / C".... ¡puaj! Para esto antes bastaban un par de cintas métricas, otro poquito de ojo profesional, ¡y bien contento se quedaba uno!
- ¡Tiene toda la razón! - le apoyó Emiliano, con su bramido andaluz -. Estas nuevas tecnologías, rediós, ¿qué bien nos pueden hacer?
- No es ya la tecnología - corrigió Sempronio, tras las gafas de diseño -. Son las pseudotendencias modernas las que nos condenan. Las campañas publicitarias han ejercido su efectismo tan paulatinamente que ni nos hemos enterado de sus intenciones hasta hoy.
Emiliano aprobó, como lo aprobaba todo, con su enérgica palmada.
- ¡Y qué bien que habla usted! Mire, usted sí que tiene razón. Hay que hacer una manifestación contra esto, es lo que dije cuando empezaron a decir en el telediario lo de la propuesta, y nadie me hacía caso, ¡pues mira! De pronto... ¿cómo decían en el anuncio? "por una ecuanimidad social", "sin diferencias no hay discriminados..." ¡Ay que ver, si es que es para cagarse en los muertos del gobierno!
Don Alonso recogía el sombrero del guardarropa giratorio y se encaminaba al portón.
- Ecuanimidad, la que quieran. Gobierno, el que menos mal nos haga. Pero tener que aguantar todo esto por un puñetero traje...
Giró la manija y salió a la calle. La tormenta de invierno, con sus frenéticos copos danzantes, se filtró por un par de segundos en la sala de espera. Vio pasar una patrulla aérea, que irradió sus destellos azulados contra el laberinto de láminas acristaladas de los rascacielos. Megafonía llamó al siguiente de la lista.