- No entiendo qué ha podido llevarte tanto tiempo.
- Oh, lo de siempre. Pesados que andan detrás del rumor y creen que cualquiera estaría dispuesta a revelarlo. Podéis estar tranquilas; no he dicho nada que pudiera comprometeros.
- Ya habla en segunda persona...
- Alejandra, corres desde hace tiempo un severo riesgo de ser expulsada de la Cadena. ¿Te parece que tomarse a la ligera una filtración mejorará las cosas?
- Menos monsergas, Primera. Aquí todas saben perfecamente que esas filtraciones no han sido cosa mía. Acepté formar parte de vuestar orden para mantener los preceptos de vuestras pioneras, pero nadie dijo que debiera tomármelos al pie de la letra. Y no creo que tampoco se pueda dudar de mi labor. Hace dos años, cuando llegué, aún estábais en las sombras. Y miráos ahora.
- Que nos hayas introducido en tus clubs de pindongas no te da más privilegios que a las demás.
- Oh, así que es eso. Cuestión de privilegios. Son los caprichos los que te llevan a formar parte de ésto, así que no creo que estés en posición de acusarme de nada, Mayra.
- ¡Silencio vosotras dos! En trescientos años de historia se ha logrado respetar la pauta de nuestras reuniones, y me parece que en realidad es bien sencillo. Mayra, me temo que nuestra socia tiene razón. Está desempeñando su función de agente externo de manera más que efectiva; todas nos comprometemos a no dudar de las decisiones de nuestro Enlace, y Alejandra ha sido nuestro mejor Enlace en mucho tiempo. Ahora bien, Alejandra, te prohíbo que vuelvas a tachar nuestros objetivos como 'caprichos'. Tendrás las ideas que quieras, y fuera de estas cuatro paredes eres libre de expresarlas como te plazca. Pero no creas que personalmente dudaría mucho a la hora de despojarte. Que seas un magnífico enlace no te hace irremplazable.
Ni tan siquiera les hace falta miradas; cada una sabe lo que debe hacer. Observarlas en su ritual produce una mezcla de curiosidad y desasosiego: es tal la manera en que se imbuyen en sus creencias, que cuesta creer que obren de forma natural. Pero cada uno de sus movimientos, tanto fuera de la 'sala del génesis' como en la vida real, persigue un propósito para el que no les cabe duda de que finalmente se consumará.
- Encended las candelas. Cerremos los ojos . Que la cadena forestal de nuestas manos se extienda, se imponga. La soledad está condenada.
Está condenada.
- Mucho hemos lidiado y la recompensa parece lejana. Recordad, por favor, recordad allá donde estéis las virtudes de nuestra madre olvidada. "Nunca habrá una última victoria".
Una última victoria.
Vuestra narradora recuerda ahora aquél siete de Mayo del 2002. Sin duda, se lo pensaría dos veces antes de subir a ese coche; y se lo pensaría muchas veces antes de firmar esa nómina. No obstante, se ha sumergido tanto en las raíces de la Ley del Agua que ya no podría, ni sabría, volver atrás.
- El aliento del mundo no dejará de retarnos.
Dejará de retarnos.
- Si ella estuviera aún con nosotros, creo sin duda, hijas y hermanas, que le rodarían las lágrimas. No sólo hemos rescatado la pesadez muerta de sus palabras, sino que hemos sobrevivido tiempos aciagos, edades oscuras; hemos sorteado interregnos y nos hemos mantenido en pie, en la cresta evanescente de la balanza, en una arteria subterránea de la Verdad. Sobre el agua.
El agua.
Su vehemente fanatismo me hacía dudar de que pudiera valer la pena arriesgar mi pellejo por un libro. Me aliviaba pensar en la curiosidad de mi hermano, que jamás hubiera imaginado qué escondía aquella frase que le habría costado la expulsión a Mayra si yo la hubiese delatado. A fin de cuentas, no estaba infiltrándome únicamente en una sala oscura: también estaba indagando acerca de una idea que delimitaba claramente la mentalidad del hombre y de la mujer; un precepto que ha sido discutido y confundido durante siglos, quizá milenios, y que en la Ley se practicaba en su vertiente más extrema. Pensaba que, si lograba sobrevivir al día en que pudiera mostrar la última página a mi editor, aquello habría valido la pena.
- Carlos, mi marido, me dijo hace poco que moriría si me perdiera algún día. En el espejo de su conciencia podía ver que mentía. No se puede cambiar eso. Ellos no piensan como nosotros. No persiguen el mismo leopardo. La idea de soledad, de expiración, se trata en su mundo de estacas tan sólo como un bache más; un nuevo peso con el que habrán de crecer. Como están condenados en su mayoría a una vida sin descubrimientos, compuesta exclusivamente por refriegas y embistes sonámbulos, como sólo tienen manos para curarse la castración, se precipitan sin remedio al sueño eterno.
De hecho, contemplarlas en su actitud entregada y ferviente, obecediendo los escritos de la enigmática Leandra Gracián en el 1.769, sin duda valía la pena.
- No se puede ir contra los mandamientos del Señor, pero sí podemos hacer lo que ésta y todas las noches: nuestra cadena, nuestro bálsamo expiatorio.
Creían que el mundo es demasiado duro para ellas, pero yo opinaba que en realidad eran ellas quienes lo agravaban para sí mismas. Cimentaban su propia pesadilla sin siquiera darse cuenta.
- Respirad la fresa y la hierbabuena que se consumen y nos indican, con su última ascua, el momento de separarnos y volver al mundo de ahí fuera, con sus dentelladas y sonatas de mala muerte aguardando una sóla flaqueza nuestra.
Durante más de dos siglos.
- No nos conocen lo suficiente. Entre todas somos más altas que cualquier pirámide y alcanzamos lo que no se pudo concebir. Entre todas formamos un lecho común, suave y cálido, en el que poder mirarnos sin miedo alguno. No lloraremos por nuestras pérdidas nunca jamás. Unámonos, sólo una pizca más; y la soledad estará condenada.
Estará condenada.
- Una migaja más, y abrazaremos una última victoria.
Una última victoria.
- Un instante más, y el mundo no podrá retarnos.
No podrá retarnos.
- Un soplo más, y bailaremos fiestas sobre el agua.
El agua.
Epílogo
Me reencontré con ella casi de milagro. Por teléfono me indicaron una dirección y una hora, tras lo cual colgaron sin más explicaciones. Se sobreentendía que yo estaba obligado a ser discreto, pero la abracé al instante en cuanto la vi entrar por la puerta. Tras aquellas gafas oscuras, la chaqueta de cuero y los zapatos negros, volvía a sentir ese cariño que ella y sólo ella habría podido darme.
Me pidió disculpas. Sólo podrían ser unos treinta minutos. A mí me parecieron suficientes e insuficientes al mismo tiempo. Por un lado necesitaba días enteros con mi hermana para recuperar aquellos doce meses que nos habíamos perdido el uno del otro. Por otra parte, no creo que nunca pueda volver a sentir lo mismo que sentí, sabiendo que allí se iban a materializar treinta minutos más intensos que todos los años anteriores.
- ¿Al final pasaste de las famosas veinte páginas? - me preguntó. Ni de carne ni de incógnito estaba dispuesta a perder su hambre de sarcasmo. Por eso siempre la he querido. Alejandra es de ésas que jamás perderán nada, ni aunque se les incendie la casa, ni aunque se arruinen en la ruleta. Es una piedra con una bonita sonrisa de perfil.
- Me lo leí en dos días, manita. Es un milagro, pero sí, lo conseguiste. Creo que el mundo aún no está preparado para una revelación así, y sin embargo...
- No, no lo está. Es por ello que mucha gente todavía no se lo termina de creer.
En el bullicio de la cafetería había un tipejo vestido en chándal conversando con una escultura anónima adornada con un abrigo de cuero estrenduoso, por así decirlo, y gafas de sol en pleno diciembre. No me extraña pues que todo ser viviente que pasara frente al ancho cristal de la ventana se diera la vuelta para mirarnos. Al mismo tiempo no había nadie más. Podía escuchar aquella misma melodía de Brian Eno que ella pinchó durante años cada vez que padre no estaba en casa, y así sobreponerla en la escena y que lo demás no me importara tres cojones. Muchas mañanas la recordaba al despertarme y pensaba: pero qué imbécil. Sacrificar todo cuando ha sacrificado por un puto libro. Ganar millones con él y no poder gastarlos casi de ninguna manera. Escindirse del mundo tal y como lo conocemos, otro apellido, otra dirección que nadie jamás conocerá. Vivir, en suma, bajo una sombra permanente de amenazas e intentos de asesinato. Llegué a odiarla. Había que estar loca y llamarse Alejandra para hacer algo así.
Sin embargo extendía la mano y la sobre la mía, y no creía que nada valiera tanto la pena. Y yo que llevaba tanto tiempo sin llorar que me parecía haber cumplido la profecía de padre, cuando proclamaba aquello de "alguna vez serás un hombre... aunque lo veo bien lejos ahora mismo". Tras las lentes de cristal oscuro, sabía que Alejandra estaba allí. Como en el fondo siempre había estado. Me pregunto porqué me resultó tan difícil aprender eso.
Entonces ella me dijo Sé que estás muy molesto, y también madre y en general todos los que me conocían. Pero se trata de perseverar, de dedicarse. De poner atención en aquello que deseas. Y entonces dijo Toma una servilleta, que estás formando charcos.
No, yo tampoco daba crédito mientras leía. Son la clase de cosas que te mueven a preguntarte: ¿Pero que coño le pasa a la gente de hoy en día? Sólo que llevaban desde el mil setecientos ciencuenta y no se qué haciéndolo. La idea de que todas esas mujeres creían estar protegiendo una especie de órgano, que todas se sentían igual de asustadas e inseguras hasta el punto de conspirar para conseguir entre todas un hombre que las cuidara, y todo lo demás fuera secundario... en el mil setecientos y tal me lo puedo creer. ¡Pero hoy...! Emerson, de relaciones públicas, decía que todo eso estaba más que claro y que todas eran unas putarrascas y lo demás, pero bueno, Emerson está más frustrado que un portero suplente. Es la clase de tío que se habría liado con una integrante de la Ley y ni le habría molestado, con tal de tener un coño caliente en la cama.
Alejandra se había convertido en una heroína, y aunque no la pudiera ver más que una o dos veces al año, ya nunca se me pasaría por la cabeza pedirle excusas ni explicaciones.
- Yo no tenía ni idea de que 'bailar el agua' significara eso - le dije.
- Porque ni siquiera has leído el Quijote. Sois un blanco perfecto para la Ley, so analfabetos.
- Estás consiguiendo que todo cristo lea tu libro. A este paso te lo publicarán en versión klingoniana.
Ella restó un momento inmóvil. Creía que me estaba mirando, y sonreí. Pero sobre nosotros había una lámpara, y su destello permitía ver difusamente lo que había tras las lentes. Miraba hacia abajo en silencio.
Me dijo Cuida de madre, manito. Ella y tú seguís siendo lo que más me importa en este mundo, y que volveríamos a vernos pronto. Para cuando salió por la puerta ya tuve la certeza, sin saber porqué, de que no la volvería a ver. Alejandra se marchó, dejándome la sensación de que con ese libro había logrado todo excepto lo que ella buscaba. Porque hoy, que ya no está, la recuerdo como un recipiente hermético que se pasó toda la vida buscando el lugar donde había perdido su contenido, el propósito de su alma; y que cuando ejerció su golpe maestro, lo hizo pensando en el trayecto de lo que había sido su pasado, con tantos familiares incomprensivos, con tantas amistades perdidas. Su libro era una ocasión particular de reescribir, u olvidar, ciertas líneas de su vida. Pero al pedir el deseo, la lámpara del genio se hizo añicos contra el suelo.
Era de lo más absurdo que podría yo llegar a ver. El camarero con una barba blanca, gritando jou jou jou, el confetti volando sobre mi cabeza y todo el mundo como convirtiéndose en un imbécil perdido durante varios minutos. O tal vez lo habían sido todo el tiempo y sólo ahora dejaban el disfraz guardado. También en la calle había una buena cantidad de guirnaldas, y de carteles luminosos, y barbas blancas y jou jous. Fuera anochecía, pero dentro del café seguía brillando la misma luz pálida, y recordé entonces y por siempre aquellos ojos escondiéndose y buscando algo en el suelo. Una chica detrás de mí, que gritaba y hacía sonar una copa con la cucharilla, exclamó algo así como "por que nos bailen el agua". Y el enésimo idiota, que permanecía sentado en chándal largo ante la ventana que daba a la calle, se giraba y decía: "¿qué coño acabas de decir?".
- Oh, lo de siempre. Pesados que andan detrás del rumor y creen que cualquiera estaría dispuesta a revelarlo. Podéis estar tranquilas; no he dicho nada que pudiera comprometeros.
- Ya habla en segunda persona...
- Alejandra, corres desde hace tiempo un severo riesgo de ser expulsada de la Cadena. ¿Te parece que tomarse a la ligera una filtración mejorará las cosas?
- Menos monsergas, Primera. Aquí todas saben perfecamente que esas filtraciones no han sido cosa mía. Acepté formar parte de vuestar orden para mantener los preceptos de vuestras pioneras, pero nadie dijo que debiera tomármelos al pie de la letra. Y no creo que tampoco se pueda dudar de mi labor. Hace dos años, cuando llegué, aún estábais en las sombras. Y miráos ahora.
- Que nos hayas introducido en tus clubs de pindongas no te da más privilegios que a las demás.
- Oh, así que es eso. Cuestión de privilegios. Son los caprichos los que te llevan a formar parte de ésto, así que no creo que estés en posición de acusarme de nada, Mayra.
- ¡Silencio vosotras dos! En trescientos años de historia se ha logrado respetar la pauta de nuestras reuniones, y me parece que en realidad es bien sencillo. Mayra, me temo que nuestra socia tiene razón. Está desempeñando su función de agente externo de manera más que efectiva; todas nos comprometemos a no dudar de las decisiones de nuestro Enlace, y Alejandra ha sido nuestro mejor Enlace en mucho tiempo. Ahora bien, Alejandra, te prohíbo que vuelvas a tachar nuestros objetivos como 'caprichos'. Tendrás las ideas que quieras, y fuera de estas cuatro paredes eres libre de expresarlas como te plazca. Pero no creas que personalmente dudaría mucho a la hora de despojarte. Que seas un magnífico enlace no te hace irremplazable.
Ni tan siquiera les hace falta miradas; cada una sabe lo que debe hacer. Observarlas en su ritual produce una mezcla de curiosidad y desasosiego: es tal la manera en que se imbuyen en sus creencias, que cuesta creer que obren de forma natural. Pero cada uno de sus movimientos, tanto fuera de la 'sala del génesis' como en la vida real, persigue un propósito para el que no les cabe duda de que finalmente se consumará.
- Encended las candelas. Cerremos los ojos . Que la cadena forestal de nuestas manos se extienda, se imponga. La soledad está condenada.
Está condenada.
- Mucho hemos lidiado y la recompensa parece lejana. Recordad, por favor, recordad allá donde estéis las virtudes de nuestra madre olvidada. "Nunca habrá una última victoria".
Una última victoria.
Vuestra narradora recuerda ahora aquél siete de Mayo del 2002. Sin duda, se lo pensaría dos veces antes de subir a ese coche; y se lo pensaría muchas veces antes de firmar esa nómina. No obstante, se ha sumergido tanto en las raíces de la Ley del Agua que ya no podría, ni sabría, volver atrás.
- El aliento del mundo no dejará de retarnos.
Dejará de retarnos.
- Si ella estuviera aún con nosotros, creo sin duda, hijas y hermanas, que le rodarían las lágrimas. No sólo hemos rescatado la pesadez muerta de sus palabras, sino que hemos sobrevivido tiempos aciagos, edades oscuras; hemos sorteado interregnos y nos hemos mantenido en pie, en la cresta evanescente de la balanza, en una arteria subterránea de la Verdad. Sobre el agua.
El agua.
Su vehemente fanatismo me hacía dudar de que pudiera valer la pena arriesgar mi pellejo por un libro. Me aliviaba pensar en la curiosidad de mi hermano, que jamás hubiera imaginado qué escondía aquella frase que le habría costado la expulsión a Mayra si yo la hubiese delatado. A fin de cuentas, no estaba infiltrándome únicamente en una sala oscura: también estaba indagando acerca de una idea que delimitaba claramente la mentalidad del hombre y de la mujer; un precepto que ha sido discutido y confundido durante siglos, quizá milenios, y que en la Ley se practicaba en su vertiente más extrema. Pensaba que, si lograba sobrevivir al día en que pudiera mostrar la última página a mi editor, aquello habría valido la pena.
- Carlos, mi marido, me dijo hace poco que moriría si me perdiera algún día. En el espejo de su conciencia podía ver que mentía. No se puede cambiar eso. Ellos no piensan como nosotros. No persiguen el mismo leopardo. La idea de soledad, de expiración, se trata en su mundo de estacas tan sólo como un bache más; un nuevo peso con el que habrán de crecer. Como están condenados en su mayoría a una vida sin descubrimientos, compuesta exclusivamente por refriegas y embistes sonámbulos, como sólo tienen manos para curarse la castración, se precipitan sin remedio al sueño eterno.
De hecho, contemplarlas en su actitud entregada y ferviente, obecediendo los escritos de la enigmática Leandra Gracián en el 1.769, sin duda valía la pena.
- No se puede ir contra los mandamientos del Señor, pero sí podemos hacer lo que ésta y todas las noches: nuestra cadena, nuestro bálsamo expiatorio.
Creían que el mundo es demasiado duro para ellas, pero yo opinaba que en realidad eran ellas quienes lo agravaban para sí mismas. Cimentaban su propia pesadilla sin siquiera darse cuenta.
- Respirad la fresa y la hierbabuena que se consumen y nos indican, con su última ascua, el momento de separarnos y volver al mundo de ahí fuera, con sus dentelladas y sonatas de mala muerte aguardando una sóla flaqueza nuestra.
Durante más de dos siglos.
- No nos conocen lo suficiente. Entre todas somos más altas que cualquier pirámide y alcanzamos lo que no se pudo concebir. Entre todas formamos un lecho común, suave y cálido, en el que poder mirarnos sin miedo alguno. No lloraremos por nuestras pérdidas nunca jamás. Unámonos, sólo una pizca más; y la soledad estará condenada.
Estará condenada.
- Una migaja más, y abrazaremos una última victoria.
Una última victoria.
- Un instante más, y el mundo no podrá retarnos.
No podrá retarnos.
- Un soplo más, y bailaremos fiestas sobre el agua.
El agua.
Epílogo
Me reencontré con ella casi de milagro. Por teléfono me indicaron una dirección y una hora, tras lo cual colgaron sin más explicaciones. Se sobreentendía que yo estaba obligado a ser discreto, pero la abracé al instante en cuanto la vi entrar por la puerta. Tras aquellas gafas oscuras, la chaqueta de cuero y los zapatos negros, volvía a sentir ese cariño que ella y sólo ella habría podido darme.
Me pidió disculpas. Sólo podrían ser unos treinta minutos. A mí me parecieron suficientes e insuficientes al mismo tiempo. Por un lado necesitaba días enteros con mi hermana para recuperar aquellos doce meses que nos habíamos perdido el uno del otro. Por otra parte, no creo que nunca pueda volver a sentir lo mismo que sentí, sabiendo que allí se iban a materializar treinta minutos más intensos que todos los años anteriores.
- ¿Al final pasaste de las famosas veinte páginas? - me preguntó. Ni de carne ni de incógnito estaba dispuesta a perder su hambre de sarcasmo. Por eso siempre la he querido. Alejandra es de ésas que jamás perderán nada, ni aunque se les incendie la casa, ni aunque se arruinen en la ruleta. Es una piedra con una bonita sonrisa de perfil.
- Me lo leí en dos días, manita. Es un milagro, pero sí, lo conseguiste. Creo que el mundo aún no está preparado para una revelación así, y sin embargo...
- No, no lo está. Es por ello que mucha gente todavía no se lo termina de creer.
En el bullicio de la cafetería había un tipejo vestido en chándal conversando con una escultura anónima adornada con un abrigo de cuero estrenduoso, por así decirlo, y gafas de sol en pleno diciembre. No me extraña pues que todo ser viviente que pasara frente al ancho cristal de la ventana se diera la vuelta para mirarnos. Al mismo tiempo no había nadie más. Podía escuchar aquella misma melodía de Brian Eno que ella pinchó durante años cada vez que padre no estaba en casa, y así sobreponerla en la escena y que lo demás no me importara tres cojones. Muchas mañanas la recordaba al despertarme y pensaba: pero qué imbécil. Sacrificar todo cuando ha sacrificado por un puto libro. Ganar millones con él y no poder gastarlos casi de ninguna manera. Escindirse del mundo tal y como lo conocemos, otro apellido, otra dirección que nadie jamás conocerá. Vivir, en suma, bajo una sombra permanente de amenazas e intentos de asesinato. Llegué a odiarla. Había que estar loca y llamarse Alejandra para hacer algo así.
Sin embargo extendía la mano y la sobre la mía, y no creía que nada valiera tanto la pena. Y yo que llevaba tanto tiempo sin llorar que me parecía haber cumplido la profecía de padre, cuando proclamaba aquello de "alguna vez serás un hombre... aunque lo veo bien lejos ahora mismo". Tras las lentes de cristal oscuro, sabía que Alejandra estaba allí. Como en el fondo siempre había estado. Me pregunto porqué me resultó tan difícil aprender eso.
Entonces ella me dijo Sé que estás muy molesto, y también madre y en general todos los que me conocían. Pero se trata de perseverar, de dedicarse. De poner atención en aquello que deseas. Y entonces dijo Toma una servilleta, que estás formando charcos.
No, yo tampoco daba crédito mientras leía. Son la clase de cosas que te mueven a preguntarte: ¿Pero que coño le pasa a la gente de hoy en día? Sólo que llevaban desde el mil setecientos ciencuenta y no se qué haciéndolo. La idea de que todas esas mujeres creían estar protegiendo una especie de órgano, que todas se sentían igual de asustadas e inseguras hasta el punto de conspirar para conseguir entre todas un hombre que las cuidara, y todo lo demás fuera secundario... en el mil setecientos y tal me lo puedo creer. ¡Pero hoy...! Emerson, de relaciones públicas, decía que todo eso estaba más que claro y que todas eran unas putarrascas y lo demás, pero bueno, Emerson está más frustrado que un portero suplente. Es la clase de tío que se habría liado con una integrante de la Ley y ni le habría molestado, con tal de tener un coño caliente en la cama.
Alejandra se había convertido en una heroína, y aunque no la pudiera ver más que una o dos veces al año, ya nunca se me pasaría por la cabeza pedirle excusas ni explicaciones.
- Yo no tenía ni idea de que 'bailar el agua' significara eso - le dije.
- Porque ni siquiera has leído el Quijote. Sois un blanco perfecto para la Ley, so analfabetos.
- Estás consiguiendo que todo cristo lea tu libro. A este paso te lo publicarán en versión klingoniana.
Ella restó un momento inmóvil. Creía que me estaba mirando, y sonreí. Pero sobre nosotros había una lámpara, y su destello permitía ver difusamente lo que había tras las lentes. Miraba hacia abajo en silencio.
Me dijo Cuida de madre, manito. Ella y tú seguís siendo lo que más me importa en este mundo, y que volveríamos a vernos pronto. Para cuando salió por la puerta ya tuve la certeza, sin saber porqué, de que no la volvería a ver. Alejandra se marchó, dejándome la sensación de que con ese libro había logrado todo excepto lo que ella buscaba. Porque hoy, que ya no está, la recuerdo como un recipiente hermético que se pasó toda la vida buscando el lugar donde había perdido su contenido, el propósito de su alma; y que cuando ejerció su golpe maestro, lo hizo pensando en el trayecto de lo que había sido su pasado, con tantos familiares incomprensivos, con tantas amistades perdidas. Su libro era una ocasión particular de reescribir, u olvidar, ciertas líneas de su vida. Pero al pedir el deseo, la lámpara del genio se hizo añicos contra el suelo.
Era de lo más absurdo que podría yo llegar a ver. El camarero con una barba blanca, gritando jou jou jou, el confetti volando sobre mi cabeza y todo el mundo como convirtiéndose en un imbécil perdido durante varios minutos. O tal vez lo habían sido todo el tiempo y sólo ahora dejaban el disfraz guardado. También en la calle había una buena cantidad de guirnaldas, y de carteles luminosos, y barbas blancas y jou jous. Fuera anochecía, pero dentro del café seguía brillando la misma luz pálida, y recordé entonces y por siempre aquellos ojos escondiéndose y buscando algo en el suelo. Una chica detrás de mí, que gritaba y hacía sonar una copa con la cucharilla, exclamó algo así como "por que nos bailen el agua". Y el enésimo idiota, que permanecía sentado en chándal largo ante la ventana que daba a la calle, se giraba y decía: "¿qué coño acabas de decir?".
a Jorge Ros