Alba y el sinsentido


"Me siguen gustando los regalices" fue lo último que le oyó decir a José. Acto seguido oyó la puerta de casa abrirse. José recorrería cinco kilómetros de ciudad hasta alcanzar la vía ferroviaria, donde permanecería sentado hasta que el primer tren se lo llevara por delante.

Nadie entendió el cómo ni el por qué. Alba no podía permitirse pensar en el pasado: José la había dejado sola con una niña de ocho meses y la pensión de viudedad no duraría demasiado. El día en que consiguió un trabajo a media jornada como cajera en un supermercado llamó a su madre para darle la primera alegría en mucho tiempo. La respuesta de la madre fue la siguiente: "No, cielo, no quiero cambiar de compañía telefónica". Alba se detuvo unos segundos. Mamá, soy yo. Tu hija. "¿Mi hija? Mi..." En la voz, y probablemente también en el cerebro, hubo un repentino desgarro; un estallido de pánico ante lo que no se comprende. Alba encontró pronto un centro geriátrico cuya cuota, pensó, podría permitirse por el momento.

Soy poeta, le había dicho. Y Alba, en ocasiones, sólo pedía dos palabras para enamorarse. Miguel estaba dispuesto a amarla, mantenerla, asumir el papel de nuevo padre para la niña. Era hábil en el verso, en la cocina y en la cama. Alba no sintió la necesidad de sentirse agradecida; una pirueta del destino era justo lo que necesitaba y merecía. No obstante, una madrugada despertó y distinguió a su izquierda la silueta de Miguel, sentado al borde de la cama "Creo que me utilizas", dijo él. "Soy una especie de seguro de vida para ti, pero no me amas. No quiero hacerte esto, pero...". Alba hubo de volver a dormir sola y a pedirle a Teresa, la vecina, que cuidara del niño por las tardes.

El sueldo del supermercado pronto se volvió insuficiente, de modo que empezó a trabajar también por las mañanas. Realizaba diversas tareas domésticas para gente adinerada; limpiaba, planchaba, cocinaba, salía con el tiempo justo para recoger a Sarita en la guardería, dejarla en casa de Teresa y coger el autobús que le dejaba cerca del supermercado, donde trabajaría hasta las 9. En ocasiones llegaba a casa, acostaba a la niña, se servía un vaso de cognac y se quedaba dormida sobre el sofá, sin desvestirse. Soñaba con José, con trenes enfurecidos que atraviesan las paredes del salón, con sucesiones de amigos y compañeros que olvidan su nombre. "Me siguen gustando los regalices". La frase, que parecía haber quedado enterrada, resonaba con más energía y menos significado que nunca.

A las 17.53 del 6 de Octubre, la casa de Teresa empezó a arder. Alba sintió que olvidaba muchas cosas cuando regresó a casa y se topó con el disparatado circo de las llamas, las sirenas azuladas, los uniformes de los bomberos, los gemidos y las bocas abiertas. Se sabe que permaneció durante al menos cinco minutos en el escenario, pero los datos y testimonios recogidos se contradicen. Hasta las 02.45 de la mañana no se supo de ella. Alguien llamó a la policía y afirmó haber visto una mujer caminando en solitario por la autopista, aparentemente enferma y confusa. Un coche patrulla la alcanzó minutos más tarde. De alguna forma, se había arrancado casi todas las uñas; su rostro mostraba señales de extremo cansancio, pero de algún modo parecía moverse con vitalidad. Repetía constantemente la misma frase.



1 comentario:

Mara dijo...

Querido Jose, donde quiera que estés. Creo que la regaliz en infusión hubiera sido un buen remedio para los desequilibrios en el riñón e hígado, que creo fueron causa de tu tensión desinhibida. No desmonté tu maqueta de la ciudad, su tren sigue sin funcionar. Me deshice de todo menos de tus pantalones de pana. Siempre te quejabas de la gran cantidad de pelos que del pequeño Orión acumulaban, pues bien, he de decirte que Orión se escapó hace unos meses, creo que definitivamente se fue al río a pescar, viendo que en nuestra pecera se ahogaron todos los peces. Le irá bien. En cuanto a ti, quería que no olvidaras ponerte las zapatillas de estar por casa, ya sabes lo fácil que se te enfrían los pies. Y que no abuses demasiado del champú, estas marcas tan caras anticaspa tienen doble filo.
Me despido de ti amor mío, espero que vengas pronto a visitarme, con tu olor.

Alba y Rocío