"What a long strange trip it's been"

- Bienvenida a mi ciudad.
Siempre quise decir algo así. Catherine está demasiado conmocionada como para hablar: el autobús podría dar ahora un frenazo histórico y ella ni se inmutaría. Toda su atención está anclada en el exterior de las ventanillas; lo que para mí es familiaridad y repetición, para ella es novedad y espectáculo.
" Debe ser hermoso ver todo esto con tus ojos", le digo. Odio cuando de mi propia boca surgen tópicos que rozan la insensibilidad, pero no he podido contenerme, y a Cath no podría importarle menos mi carencia de originalidad; incluso podría encontrarla apropiada. Gracias al largo tiempo que ha transcurrido desde que empezó a soñar con pisar mi tierra, ha llegado a ese ansiado estado en el que uno puede odiar cómodamente al arte. Para ella, el arte está aconteciendo ante sus ojos; la belleza cobra forma allá donde yo sólo alcanzo a ver semáforos, pasos de cebra y papeleras atestadas. Estoy casi seguro de haber perdido mi inocencia; sólo Cath consigue que aún siga dudando al respecto.

Cuando ya empiezo a creer que se ha perdido, distingo su silueta atravesando a toda velocidad la sección de charcutería. Hay un entusiasmo atropellado en los feroces vistazos que echa a su alrededor, buscando al único individuo que puede comprender su alegría. Finalmente me encuentra con la mirada y corre en mi dirección. Al principio casi me asusto.
- No pongas esa cara- y, como si quisiera reivindicar el derecho a la felicidad de que goza, extiende ante mis ojos la enorme tira de longaniza, para cuya extensión no le basta toda la envergadura que alcanza con los brazos-. Te dije que no tendría piedad con la comida española. ¿Sabes lo que es esto?
Lo cierto es que no estoy muy seguro de lo que es. Jamás había concebido que existieran chorizos tan grandes.
- ¿Recuerdas aquél libro del que te hablé? Spain in one thousand pictures... allí aprendí sobre el morcón asturiano. No esperaba encontrarlo aquí... ¡Jesús, gracias por traerme a La Boquería!
Advierto de pronto de que sucede algo extraño. No sé exactamente el qué, pero sobrevuela una inexplicable sensación de dejà vu. Catherine insiste en que nos sentemos en algún banco para probar un trozo de la ambrosía española que acaba de comprar. En cuanto mastica el primer trozo comprendo el por qué de la extrañeza que sentía.
- This is deli... - entre los ahora más que enrojecidos dientes de Catherine, noto cómo rectifica al tiempo que hace esfuerzos por tragar-. Esto es delicioso. Increíble.
Y sé que no miente. Pero también sé que lo que acaba de comprar no es morcón asturiano. Quién sabe lo que es. No tengo derecho a vulnerar el goce de la falacia, sin embargo. No soy quién para ejercer de heraldo de la verdad. Creo que a nadie le apetece echarla de menos.

Regresaré a Georgia y le diré a Erika: Dios Mío, he visto una corrida de toros. Javier era reacio a llevarme a una, ya sabes cómo es, pero cumplió su promesa: en cuanto llegamos a Sevilla me llevó a La Maestranza. Mira, no sabes cuánto discutimos al respecto; supongo que es fácil verme como una turista incauta, una presa fácil para el engañabobos profesional, pero yo sé lo que vi. Me emocioné, Erika; sentí la maestría del matador en mis propias carnes. Para cuando cayó el tercer toro de la tarde yo ya era una persona nueva. Javier... es incapaz de comprender estas cosas. Si él viniera algún día a los Estados Unidos, cosa que sucederá, dedicaría más tiempo a considerar ventajas y desventajas de la distancia cultural que a disfrutar de la experiencia humana. La experiencia es lo único auténtico y distinguible que poseemos; no tenemos derecho alguno a modificarla. Es lo que tú decías sobre aquellos italianos que conociste en Piedmont Park: a los europeos les resulta muy fácil llegar a nuestro país e identificar las brechas de nuestro sistema como si ellos mismos lo hubieran parido. Supongo que están en su derecho; después de todo, nuestro país fue fundado por europeos que cruzaron el océano en busca de una vida mejor. Pero es demasiado cínico cruzar ese océano sólo para reconfortarte en una superioridad cuya autenticidad no puedes demostrar. Yo no hice eso, Erika... yo fui, vi, viví; no quise vencer, sólo vivir. Fui una esclava voluntaria del hermoso presente. Tengo que volver allí, hermana, y tú vendrás conmigo. Y no echarás de menos al budín de plátano ni al pan de maíz, porque allí hay algunos mercados que..


Cath estira los brazos tan rápido como puede, pero no puede evitar que una buena parte de la sangría caya a parar al suelo. El chico la ayuda a colocar el recipiente en su sitio mientras insiste en disculparse.
- No te había visto, te lo juro. Podrían subir un poco las luces, esto parece una cueva. Bueno, y lo es. Mira, te pido otra jarra.
Cath no ha entendido todo; el acento andaluz está demostrando ser una dura prueba, pero los gestos del chico revelan cómodamente su invitación. Con una sonrisa, agradece su gesto y le dice que no es necesario.
- Oye, por la cara casi pareces de por aquí. ¿Americana?
Cath asiente complacida. Ha notado en más de un par de ocasiones que a los españoles parece divertirles su procedencia, pero éste no es el caso.
- Tengo una amiga que estudia en tu país -el chico habla directamente a la oreja de Cath; su voz apenas vence al alto volumen de la música-. En California. ¿Has venido tú sola?
- Bueno, estoy con un amigo. Está en el lavabo.
- ¿Quieres bailar?
Duda por un instante.
- Bueno, es que mi amigo...
- A tu amigo no le importará que te robe unos minutos. Ven.
La música cambia en el preciso momento en el que ambos se colocan en la pista de baile. Cath no deja de ser un tanto cauta: ha oído demasiadas historias acerca de cómo los españoles se las gastan con las turistas, pero José parece demasiado simpático. El ritmo que suena ahora es de un brillante exotismo: su cuerpo queda paralizado a medio camino entre el desconcierto y la vergüenza, pero José se percata rápidamente y, con elegancia, la coge de ambas manos y le indica el camino a seguir. Pierna a la derecha, vuelta a la izquierda; giro de noventa grados, paso atrás. Cath empieza a saborear la simplicidad de la mecánica.
- Hey, gracias- dice ella-. Siempre quise aprender pasodoble.
José la mira un tanto sorprendido. Pronto empieza a mirar hacia ambos lados y la sonrisa no tarda en dejarse ver.
- Esto no es pasodoble- dice José.
- ¿No? ¿Qué es, entonces?
José la mira fijamente. Parece pensar durante algo más que un par de segundos. Luego saca una divertida mueca de indiferencia.
- La verdad, no tengo ni puta idea -contesta.



1 comentario:

~S dijo...

great minds think alike. keep dreaming. (said nonsarcastically.) ;)