XXI.

Me gusta ser quien ya no puedo ser;
que el viaje inédito sea cierto
y que el sueño viva en este papel.

Hay un viejo poema en el estante.
“Así que Miguel escribía”, pienso,
y me traslado de cuerpo al instante,
y jamás creeríais lo que allí encuentro.

A la mujer del asiento de enfrente
le daré por un minuto mi lugar;
miraré a mi yo de hace un periquete
y veré que no todo es soledad.

Bajará en Sant Joan sin mirar atrás.
Intuyo el amor que al salir le espera
o el padre al que acaba de enterrar:
dimensión que mi silencio procrea.

Puedo ir más lejos, incluso;
charlar con ella sin pronunciar,
visitar su casa sin permiso,
desnudarla sin siquiera palpar.

Ganan así en riqueza mis días,
hurtando vidas que, por decreto,
me pertenecen
en mi fantasía.


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