Era verano, como te digo, así que era fácil verla: sencillita, así de cuero negro, que era imposible pasarla por alto con ese sol. ¿Que qué había dentro? Todo: tarjetas, carnets, y ojo, trescientos y pico euros. Era, me acuerdo, una calle así aislada del pueblo, había un campo de fútbol al lado y además era domingo; hasta pasaban pocos coches. Me acuerdo que miré detrás mío varias veces, que no sé qué esperaba ver, pero al final voy y digo: la llevo a la policía y la devuelvo. Pregunté al primero que vi que dónde quedaba la comisaría, le conté que era para devolver la cartera y me dice: pues hace falta más gente como tú, ¿eh? Luego, el poli que me atendió, así todo gordo y con perilla, no me dijo nada. Me tomó los datos y hasta luego.
Dicen que en Barcelona un tío de Senegal o de por ahí se encontró una billetera con 3.000 euros, pilló un bus hasta Pedrables y se la devolvió en mano al dueño. Y le dieron cien de propina, si serán amables. Yo no vi un duro, porque quien fuera que perdiera la cartera no me llamó para darme las gracias, pero eso sí, al volver a casa me sentía el tío más rico del mundo. Y fíjate que no me siento así muchas veces, yo soy de los que quieren más y más, y que me reconozcan lo bueno que hago, y a ser posible con una tele de plasma. Pero pienso, coño, Javier, que esto es virtud de grandes, ser solidario. Dices: si el tío perdió la cartera es culpa suya, no vas a ir al infierno por recoger algo del suelo, el que lo encuentra se lo queda. Pero yo, lo que te digo: el tío más rico del mundo. La madre Teresa de Granollers.
Pues hoy he llevado el Ford a que pase la ITV, que no la ha pasado, qué raro; sí, si es que está que le pegas una patada y se le caen dos ruedas, ¿me entiendes? Y el mecánico, que hostia, se parecía mucho al poli de antes, pues a lo suyo: sí, la transmisión está mal, pero dice: es que la dirección le ha afectado al parié, y el parié también ha bloqueado esta otra pieza, y ahora hay que pedir las piezas a Suiza, y hostia, que unos cuantos ceritos me voy a tragar, quiera o no quiera, porque el coche lo necesito para ir al curro. Y bueno, pero que dices una factura, vale, de vez en cuando toca esto y para eso tengo mi bote de ahorros, que me sigue funcionando, ¿sabes? Pero es que se me ha juntado con lo del dentista, que me pide 250, y dentro de nada toca la declaración, donde ya me veo el palo que me van a pegar, y no te lo pierdas, que el otro día enciendo el portátil para terminar el proyecto ese y me encuentro con que no arranca, entra en Windows y se queda todo el rato con la pantallita de inicio, y yo estas cosas no sé arreglarlas. Tío, que me vienen mil cosas encima, y me da que ni comulgando me las van a quitar de encima.
Sí, claro, le pegué el toque a mi padre, no sé por qué, si ya sé lo que me toca, pero bueno. Mira, creo que todos los gastos me importaban una mierda si no fuera porque encima me tengo que tragar la cancioncita de siempre, es problema tuyo y ahora hay que apechugar, mira que te lo advertí cuando dejaste la carrera, ésta es la vida que has elegido. Mi padre... claro, eso, no entiende que las cosas hoy en día no son como antes, a él no le regalaron nada y por una parte entiendo que me pase la mentalidad de trabajar duro y ganarte el pan por tu cuenta, pero joder, es que ni una palabra de ánimo. Entiendo hasta que no quiera hacerme el favor, pero es que ni una palabra de ánimo. Estoy bien hundido, tío, no te lo voy a negar, y la cosa tampoco está como para pagar a un psicólogo, bien agusto que lo haría.
Bueno, pues no te creas lo que te digo, pero ahora sueño con esa cartera de trescientos euros. Soñar de verdad, he soñado, literalmente. Como si me la fuera a encontrar en cualquier momento, aquí, a la vuelta de la esquina, saliendo del bar. Y lo peor de todo, lo que de verdad me trae loca la cabeza, es que en el sueño yo no me siento culpable; veo la cartera, la cojo, siento como que alguien me está mirando pero yo la cojo, todo normal. Pero entonces despierto y me veo en la cama, casi sudando, y ni te digo cómo me siento, ni te lo digo. Me creo por un segundo que lo he hecho de verdad, que lo hice al día anterior, y no sé qué parte de mí se siente culpable: la que ha cogido el dinero en el sueño, o la que no lo cogió en la realidad. Veo los vasos llenos de moneditas de los mendigos y me pasa lo mismo, no sé si los cogería, o si ya los he cogido alguna vez, porque no hay forma de explicar que me sienta tan mal por algo que ni siquiera he hecho. En fin, háblame de otra cosa, que esto no hay quien lo arregle y por hoy ya te he dado mucho el coñazo. Ah, sí, pídeme otra, pero escúchame lo que te digo, tío, lo siento, de verdad que lo siento, pero te voy a pedir un favor.