Vuelta de tuerca

Ahí estaba Alejandro sin saber dónde se había dejado el corazón. Llevaba varios meses saliendo con una salmantina llamada Eva; una licenciada en psicología que, decían, era demasiado consecuente como para que Alejandro la soportara demasiado tiempo. Por el momento habían resistido hasta Agosto, lo cual no significaba que uno empezara a creer que la estabilidad fuera más factible. Paseábamos por los jardines de la Alhambra cuando me lo soltó, sin apartar la frente de la cámara de fotos.
- Davinia viene a verme la semana que viene.
Obviamente, estaba diciendo mucho más de cuanto cabía en esas pocas palabras. Podía decirse que me estaba contando el final de la historia. Él conocía demasiado bien ese final; de hecho, no quería ningún otro. De ser así, me habría dado la oportunidad de obrar como voz de su conciencia, cosa que no ocurrió, por lo que no dije nada y continué masticando el bocadillo.
Durante la semana siguiente se comportó de la manera más escurridiza posible. Daba largas a sus citas y compromisos con excusas que terminaban por contradecirse entre sí. Sin saber bien cómo, me vi ejerciendo de psicoanalista personal para Eva, que se acostumbró a pasar todas las tardes por mi casa a eso de las ocho. Durante esas visitas, Eva mostró una interesante evolución en la que diferencié los siguientes estados anímicos, a saber: negación, incertidumbre, replanteamiento e indignación. La aceptación no llegó hasta el quinto día, y para ello fueron necesarias tres Quilmes y una pizca de licor.
- Esa zorra -escupió finalmente-. Ha vuelto para reclamar lo que es suyo.
¿Qué podía decirle yo? En el historial de Alejandro había una infinidad de aventuras pero una sola mujer, y esa era Davinia. Unas pocas veces por casualidad y otras muchas por estupidez, acababan coincidiendo en el lugar más inesperado para reanudar su historia de amor incompatible. Aunque hubiera pretendido mentir a Eva no habría sabido hacerlo, y lo que menos me apetecía era consolar a una psicóloga en crisis. Se me ocurrió traer una cuarta Quilmes para que se sintiera sobria.
El sábado, finalmente, el fantasma hizo acto de presencia. Me citó en la clase de bar al que él nunca acudiría, pero apareció con el nerviosismo del que nunca conseguía desembarazarse.
- ¿Sabes que Davinia está muy rara? - me comentó.
- A decir verdad, Alejandro, no sé nada. Cada vez que me cuentas algo de esa tipa la entiendo menos - "y lo mismo podría decir de ti", quise añadir; por qué me lo callé es algo que todavía no he descubierto.
- El caso es que no hemos follado. Pero dice que quiere que me vaya a vivir con ella.
En ese momento no mostraba la opacidad del día en la Alhambra, así que le escuché.
- ¿Qué me pasa, Ferran? Sé que quiero a Eva, o vaya, lo sabía hasta el lunes. Pero sé que con Davinia no puede salir nada bien, y aun así no me la quito de la cabeza. Es como si no me conociera. Acabo de descubrir que no sé lo que me conviene. Me parece estar buscando una sombra de mujer, más que una mujer en sí.
- A eso se le llama "ser hombre"- dije yo.
Dos días después, Alejandro estaba en Pamplona. Al menos dejó de esconderse, o dejó de hacerlo a medias: en vez de informar a Eva de sus progresos, me utilizaba de intermediario para que yo la informara por él. "Como sé que no va a funcionar la cosa, me daré dos semanas de plazo; después de eso volveré", me dijo. No sé qué ocurrió después; probablemente lo mismo de siempre, porque Davinia (sobre la que quizás escriba otro día) no concede demasiada importancia a quienes la rodean, y toda eclosión sentimental por su parte sólo puede existir bajo determinada alineación planetaria. Yo ya sabía en qué momento iba a sonar el teléfono, y como siempre ocurre cuando se trata de Alejandro, sabía también cómo iba a terminar todo.
- Voy a volver. Dile a Eva que lo siento, y pregúntale si le gustaría que le trajera algo de Pamplona.
Aparté un instante el oído del auricular. El olor de las costillas de cerdo cruzaba todo el pasillo y alcanzaba ahora el salón. Oí la puerta de la cocina entreabiéndose. "Cielo, cuantos trozos de carne vas a querer?" me preguntó Eva.




1 comentario:

Déägol dijo...

Lars, eres un genio. Cada relato que leo aqui me deja más gratamente sorprendido. Sencillamente sublime.