Ceux qui souffrent



Soñé algo extraño anoche. Estaba en la habitación de un hospital: mi abuelo yacía tumbado en la cama de al lado. Murió hace dos años, y en el sueño continuaba sin vida. Se apagaban las luces y veía la luna ponerse tras las ventanas. Me despertaba un sonido durante la noche: no un sonido cualquiera, sino unos alaridos balbuceantes, unas súplicas sin consonantes que rasgaban la oscuridad y luego se apagaban para al poco empezar de nuevo. Mi abuelo se revolvía en la cama y los miembros se agitaban en el aire cada vez que gemía. Su carne parecía extrañamente gelatinosa, como si el proceso de descomposición postmortem se hubiera sustituido por una flaccidez animal. Entran la enfermera, mi madre, mi abuela: "todavía tiene reacciones". Los consabidos impulsos que a veces persisten en un cuerpo ya sin vida. Mientras mi abuelo exhala esos horribles aullidos, constantes pero sin espíritu, se me ocurre estirar el brazo y tocarle. Un hormigueo, intenso hasta llegar al dolor, se extiende por mi brazo como si el aura de los exánimes quisiera continuar en mí. Por unos segundos siento que no existe mi brazo. Ya no tiene sangre, ni masa: no hay brazo. Después se recupera, y yo le pido a la enfermera que me cambie de habitación.


Os hablaré de mi abuelo. Como tantísimos españoles, su historia da un vuelco a partir de la guerra civil. De camino a Oviedo, al frente de una interminable hilera de exiliados, una bomba de aviación cae a diez metros de él. No explota. Poco despúes, en mitad del campo, una patrulla franquista acampa a su lado. Él y su esposa permanecen toda una noche ocultos entre la hierba. Mi tía, recién nacida, está con ellos. No llora ni gime en toda la noche. Cuando la guerra ofrezca al fin un vencedor, nacerán tres hijos más: dos niños y una niña, a cuyos porvenires les aguarda una fortuna dispar. A principios de los 90 le diagnosticarán cáncer de pulmón, él tirará los informes médicos en una papelera y se someterá a la intervención sin que nadie en la familia sepa nada al respecto hasta quince años después, cuando una parálisis cerebral resucite su historial clínico. Los médicos salvarán parte de su capacidad motriz, y los logopedas lograrán con esfuerzo que no pierda completamente el habla; pero con los años perderá los ánimos y terminará postrado en el sofá comunicándose mediante gestos y balbuceos. Su salud empeorará hasta alcanzar su punto crítico el 24 de Julio del 2005: dicen que, tras horas de inconsciencia en su lecho de muerte, recobró el aliento por unos segundos cuando mi madre llegó al hospital tras quinientos kilómetros de carretera. "Papi, estoy aquí". La voz de la única hija que faltaba por llegar prendió un ascua de dos segundos en los que, abriendo los ojos por última vez, agitó brazos y piernas en el aire. Como un espasmo. Y dicen, también, que tan pronto dejó de respirar su piel se tornó negra como el carbón por unos segundos. Dicen, porque yo no llegué a tiempo para acompañarlo en su último suspiro.

En cuanto al sueño, se ha repetido durante varias noches. El reciente fallecimiento de un compañero de trabajo- también a causa del cáncer- parece haber convocado esa recurrente escena. ¿Cómo es que mi abuelo sigue muerto en el sueño? Allí, yo parezco ser el único que advierte que no son espasmos: realmente agoniza. El dolor persiste en él oníricamente, igual que quienes han perdido algún miembro sufren del llamado fantasma neurológico y no pueden desprenderse de la sensación de conservar aún su parte amputada. ¿Por qué mueren también mis miembros cuando toco su cuerpo?

Nos dicen los principales estudiosos de los sueños que no todo ha de tener una interpretación; que nuestro subconsciente a veces "pierde" imágenes, como una cañería mal sellada pierde gotas de agua. Dichas imágenes tienen su origen en incontables procesos neurológicos que no necesariamente están relacionados ni tienen por qué señalarnos algún aspecto concreto de nuestro profundo yo. Pero a mí no me sirve pensar que, de entre todas las billones de imágenes que mi mente dormida podría conjugar, sea casualidad que aparezca mi abuelo retorciéndose entre estertores en la cama, transmitiéndome su póstuma agonía al tacto y provocando mi rechazo al no poder soportarlo. No me sirve.

Si he de coger al vuelo un sentido, una interpretación instintiva, hablaré: mi abuelo Juan se fue pero no se fue. Vive y sigue sin vivir. Está, y no. Algún rastro de su agua descansa en mí como el fondo de una cascada descansa en lo profundo del lago. Como no me llamo Sigmund Freud tengo derecho a decir estas cosas, o a transformarme en pájaro si un arrebato de lirismo bobo así lo deseara. Y tengo derecho a desearos a todos que aprovechéis vuestros momentos. Los bellos, los tediosos y los desesperantes, los buenos, los malos, los que pasaron, los que quedan por venir, los vacíos, los exultantes, los ciegos y los luminosos.

Salid a la calle y devorad sin compasión esta vida. La otra opción es morirse.


3 comentarios:

Ilitia dijo...

Genial, has comenzado con una historia totalmente ácida, saliendote de tus esquemas compositivos. Pero al final repuntas un telón que hace de una tragedia algo digno de pagar entrada. Yo perdí este año a mis dos abuelos así que puedo sentirme perfectamente vinculada, también he de decir que los sueños grotescos en los que ellos aparecen no son nada nuevo. Tampoco soy Freud pero puedo decir que que puede ser otro aliciente para darnos entender que cada vez entendemos menos de la vida, lo que no és y lo que ella conlleva.

Déägol dijo...

La conclusión es que hay que vivir cada momento, e incluso sacar los aspectos positivos de nuestras tragedias personales o colectivas. Y que la muerte forma parte de la vida, es el desenlace de cada historia que escribimos en el mundo con o sin papel y lápiz. Tras el final ya no habrá opción.

nunca contentos dijo...

Ya hace mucho tiempo que él no viene a mis sueños... Tal vez sólo haga falta que yo dejé de esperarlo... Mi abuelo intentó callarse su muerte aquel día de Navidad, pero más de doce años después, al volver a aquella mesa, comprendo que en sus ojos se fraguaban las despedidas más amargas. Y más de doce años después presencio otras muertes, que se unen a la suya, y leo tu post y... sigo con mi catarsis.