XIII

Carne que fuera ardiente, añeja llama
de voz extinta: olvidas tu sombra.
Y no existe sombra sin nostalgia
por volver, flor del eco, a estar viva.

Pues toda fiebre de ausencia es ceniza
de un mejor rostro de antaño, y exige,
cual oda en viejos dedos perdida,
su déspota derecho a renacer.

Cual juguete roto que por perdido
da su brazo: así llueve el mañana.
No poder más que acariciar la herencia,
tibia, de un mudo aroma en la mejilla.

Sin dejar de amar las presentes llamas,
seré siempre rastro; memoria y brasas.





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