De fluidos rosas


PROBLEMA
El equipo de música no emite sonido alguno.

SOLUCIÓN
Suba el volumen del aparato.

(Extraído del manual de instrucciones de una minicadena)

Con frecuencia, la música despierta un deseo de difícil categorización: el de querer fundirse en ella. Hasta el más furioso, impenetrable de los individuos ha tenido tiempo para tumbarse en el sofá y sentir cómo, inexplicablemente, una secuencia estructurada de notas y ritmos tergiversa la percepción del tiempo y convierte a los sentidos en relojes oxidados. La música surge de la necesidad intrínseca al hombre de buscar el intimismo; colocar todo cuanto le rodea, envuelve y afecta justo al lado izquierdo de un punto y aparte.

Paralelamente al progreso de la civilización, el individuo puede esperar que su deseo personal de libertad quede condicionado a los requerimientos de una ultradisciplinada maquinaria social que, después de todo, y con un alto margen de errores tolerables, funciona. La dirección natural de todo sistema social es lograr una mayor productividad por parte de cada uno de sus engranajes; esto es, mayor productividad a favor del propio sistema. Este es un de los pocos aspectos en los que estoy dispuesto a mostrarme pesimista: preveo un futuro aciago para ese extraño concepto llamado espiritualidad. No me sorprende en absoluto ver hoy día a tantos jóvenes perdidos, confusos, desencantados, desmotivados, desempleados. Cada década nos enseña mejor que la anterior a ser buenos ingenieros y brillantes hombres de negocios, pero cada vez se nos instruye peor en el arte de ser nosotros mismos. A veces incluso da la impresión de que ciertas cuestiones de amplísima influencia, tales como el paro, la crisis económica o las elecciones gubernamentales son en realidad astutas maniobras de distracción con las que nos olvidamos de lo que realmente importa; lastres de los que deberíamos desprendermos si no queremos dejar de ascender, de alejarnos de una tierra poderosamente gravitatoria, mortalmente llana y estéril, y muy alejada del objetivo esencial que toda persona determina como propio al mirarse al espejo y preguntarse qué es lo que desea ser.

Para mí, lo más cercano a la perfección musical lo encuentro en J. Sebastian Bach por una parte y en Pink Floyd por la otra. Escucharlos tiene poco que ver con un éxtasis o una simbiosis y demás terminos que en lo artístico empleamos generalmente cuando no tenemos ni idea de qué queremos decir. Creo que la mejor música es un espejo que deseamos traspasar; un universo absurdamente repleto de contradicciones en el que vemos dibujado un estado incorpóreo que, sin saber por qué, siempre hemos deseado alcanzar. Un desdoblamiento de la versión más perfecta de uno mismo que se pueda imaginar.


Si esta vida es realmente nada más que sonido y furia, como escribió Shakespeare, la única cura posible para la sordera es subir el volumen de los altavoces.

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