El despertar del sol


Ahora que el estío empieza a tumbarse cómodamente sobre la arena, nos llega la hora de depurar el filtro de nuestra mirada. Durante este último invierno, inusualmente largo dado que la ley natural no pierde ocasión de vengarse por los abusos de la mano del hombre, todas las sensaciones del mundo nos han alcanzado veladas por el resentimiento gélido de la bruma, por el grosor plateado del granizo y las gotas de lluvia. Pero nuestra tierra es hija del Mediterráneo, e inevitablemente termina sometiéndose a él. Pronto, el bermellón y la lengua anaranjada llamean en la cúpula del mundo; la ropa se vuelve molesta y nuestra piel adquiere poco a poco el aspecto de un fruto maduro y castigado. Nuestra propia sangre también madura; se torna cálida y apetitosa, y ciertos insectos dan buena cuenta de ello. A nuestros oídos llega una atropellada comunión de lenguas extranjeras, pues para el foráneo, nuestro clima tiene el sabor del narcótico y la adicción. Ya nos hemos acostumbrado: hemos crecido en este crisol de razas del que no pocos avispados han sabido drenar su encanto para llenarse los bolsillos, revistiéndolo de exotismo y de lujuria, fotografiándolo hasta la violación, publicitándolo hasta la muerte. Ya no quedan secretos en nuestras calles, salvo el jardín en que consumimos nuestra infancia o el pequeño banquito que fuera testigo del primer beso. Así pues, ahora somos nosotros los que huimos de este inusual paraíso en cuanto podemos, tomando por objetivo una llanura nórdica, que supone la antítesis de nuestro hogar, o bien una capital latina, que no deja de ser hermana al nuestro, aunque siempre nos atraiga el pequeño decoro de la decadencia.

Solía ser mi caso, pero no será así esta vez. Este año no traicionaré al verano que hace veinticinco años me dio a la luz, aunque más tarde yo le desobedeciera con mi empeño por palidecerme la piel y enfriar todo estallido de pasión en mi cabeza. Aprovecharé la caricia del agua mediterránea para aproximarme un poco más a la sencillez y la escondida emoción de la vida, hoy que aún me siento joven, y enérgico, y afortunado, y hambriento. No me esperéis más tarde: voy a zambullirme.


1 comentario:

nunca contentos dijo...

De las sensaciónes más hermosas que recuerdo, está la de llegar el primer día de playa, extender la toalla, tumbarme boca arriba y cerrar los ojos para sentir el calor de la arena, escuchar el mar y jugar a dejar colarse al sol cegador por entre mis párpados.