V

Creí una vez que la identidad era algo que se formaba con el tiempo, pero ahora diría que es tan sólo un accidente; lo que perdura en una roca tras impactar contra la pared. Cuando las mujeres tratamos de describir una experiencia como la mía nunca decimos cuanto queremos decir. Hay un mecanismo de cierre en la boca, un resorte que nuestro miedo activa ante la posibilidad de reconocer algo demasiado perturbador.

Joaquín ha crecido conmigo, eso es lo primero que debería anotar. Hemos saltado de la guardería al colegio, después al instituto. El ocaso de los 80 dejó muchas fotos oscurecidas por el paso del tiempo; en ellas encuentro la única imagen de Joaquín que para mí resulta válida. En cuanto a mí, no encuentro ninguna (no encuentro ya mi rostro en niguna parte). Consideraba que la mayoría de mis compañeras eran intelectualmente inferiores a mí; todas embutidas en un mundo de citas y escarceos, en su ecosistema de bolsos y botas de piel, aferradas a su pálida realidad ante la imposibilidad de soportar su vacío interior. Sólo cuento esto porque Joaquín destruyó esa distancia. Joaquín fue, sin saberlo -tengo que hablar con propiedad-, un creador. Definió un momento crucial en mi organismo. Digamos que yo creía estar a salvo de la inevitable larva que ya había nulificado a todas mis semejantes, cuando en realidad la larva sólo aguardaba el momento adecuado para florecer. Los cómics y el cine me suponían un maravilloso tránsito a lugares en los que me movía con suma facilidad, pero llegó un momento en el que levanté la vista de mis cómics para hallar un tránsito distinto en la contemplación del rostro de Joaquín. No sé cómo será en el caso de las demás mujeres, pero para mí el primer orgasmo me recordó al clavo que sostiene un cuadro. Es algo que se aferra a la pared y queda para siempre; sin embargo el cuadro, que es lo que realmente se desea, puede variar con el tiempo.

Pasan los años, piso la universidad, aparece Sergio, titulación, máster, currículum, vestido de novia, ramo de flores, luna de miel en Manila. Me doy cuenta de que ya no necesito pasaportes: tengo lo que necesito para sentirme yo, para reivindicar mi nombre y mi rostro. Pero nada puede avanzar en línea recta por mucho tiempo. El día menos pensado detectas, entre una marea de miradas, un guiño familiar. Joaquín, su botella de cerveza, su eterna estampa de disidencia y gallardía, y un instante de lo más aterrador: tiembla el mercurio. El gancho en la pared se tambalea. En tu conciencia estalla un juicio y mientes en él como una bellaca. Sigue habiendo un tránsito. Sigue existiendo la fantasía.

Nunca reparamos en ello, pero la mente está preparada para convertir lo real en imaginario; nunca lo contrario. Lo supe al sentir los brazos inmovilizándome, la mano tapándome la boca Sergio está en Montpellier no sé qué historias con la empresa no sé qué firmas de papeles mientras me arrastraban al interior de mi propia casa. Ya en el recibidor, Joaquín me dejó bien claro lo que pasaría si me resistía. (Y casi hubiera rezado porque fuera Joaquín). Podría ser muy explícita respecto a lo que vino después, satisfacer el morbo del amigo lector-supongamos que es amigo- y añadir una capa extra de cemento a la malevolencia que me recubre, pero son mis propias manos las que me impiden escribir más allá de "y entonces me quitó...". Mecanismos de cierre, resortes. Se supone que una escribe para exorcizar a sus demonios, pero sólo he conseguido difuminar lo que quería decir. Como si esparciera trozos de carne putrefacta a lo largo de una autopista vacía.

Fui a verle a la cárcel una vez. Sólo una. Me dijo que estaba terriblemente arrepentido; que volvería dos años atrás y cambiaría todo lo que pasó. Y que jamás me hubiera hecho lo que hizo de haberme reconocido. Tuve que abandonar la sala y vomitar fuera. Si volviera a mirarle a los ojos, aún hoy, notaría cómo empiezo de nuevo a desear que esté mintiendo.




1 comentario:

nunca contentos dijo...

BraVo.

(Por cierto: Un orgasmo = a un clavo en la pared... Curiosa asociación...) ;->