La voix de l'inespéré


Había alzado la cabeza, y la imagen de su dominante calvicie se convirtió en la de unos ojos que despertaban de un pesado letargo. Se pasó el dedo índice por los labios sin dejar de escrutarme.
- Libros sobre psicopatías... - murmuró, repitiendo mis últimas tres palabras. Ni siquiera echó un vistazo al estante atiborrado de enciclopedias y tratados médicos a su izquierda: mi pregunta más bien parecía haberle dado la excusa perfecta para rebañar entre sus mejores raciones de sabiduría.
- ¿Sabes qué sucede, chico? - prosiguió-. Somos muchos los que escribimos, pero siempre escogemos los temas más crudos y extraños. Siempre buscamos apoyo en los pilares más negros de la vida, como si eso pudiera acercarnos a una visión más reveladora o interesante de las cosas...
Se reclinó en la butaca, cruzando las manos tras de la nuca. Ahora parecía un anciano asediado por un dulce embate de nostalgia.
- ¿Sabes qué se encuentra uno cuando abre el periódico o enciende el televisor? Crisis. Violencia doméstica. Rebeldía adolescente. Homicidios, raptos, desapariciones, violaciones.
El grueso cuero de su butaca crujió, y su voz sonó un par de centímetros más adelante.
- Yo creo que estamos todos un poco hastiados de eso.
De pronto me di cuenta de que la sala y la escena se estaban despersonalizando. Ya no estaba en una consulta médica. Yo no era un paciente, y él tampoco era ya un doctor. La gruesa cola que se estaba formando tras la puerta de caoba desaparecía como si siguiera el curso elemental del tiempo, igual que desaparece el follaje de los árboles en invierno. El paisaje había perdido todo elemento de formalidad o cotidianidad; se había despojado de sus factores predecibles, preestablecidos, para adquirir un traje espontáneo, gracioso y humano.
- Yo soy un ávido lector desde hace mucho tiempo. Y también escritor, aunque por supuesto no he publicado nada... a veces leo historias en las que, después de quinientas páginas y doscientas vueltas de tuerca, sólo queda una solemne tragedia que recordar. Una tragedia pura, sin concesiones. Y siento que no he leído nada. Siento que he visto lo mismo que anunciaban los titulares de la prensa o las cabeceras de los noticiarios por la mañana.
Tras los ángulos rectos de sus lentes parpadeaba una fina inteligencia, que palabra a palabra, deseaba dibujar una forma definida de limpidez. La voz de la claridad hablando bajo la piel de un médico de cabecera en la clínica de un pueblo perdido de la mano de Dios.
- El arte no es el oficio de los inútiles, chico. Los artistas siempre han tenido una gran responsabilidad entre las manos. Han allanado el camino hacia las respuestas para muchas de nuestras preguntas. Han mirado en nuestros interiores, han metido la mano y han extraído, para nuestros ojos, una versión igualmente imperfecta... pero mucho más transparente de nosotros. Nos han ayudado a conocernos. Nos han ayudado a crecer.
El reloj de la pared marcaba: las doce menos un minuto.
- Yo creo que lo que necesitamos hoy por hoy es un mensaje de optimismo. De optimismo y responsabilidad. De progreso. Porque, pase lo que pase, por muy jodido que haya sido el día, la semana, el año... al final, casi siempre, uno termina bien.
Marcó las doce en punto, y entonces los labios del médico trazaron un lento semicírculo entre las mejillas y me tendió la mano para estrechármela.
- No olvides tomártelas cada ocho horas, muchacho. Espero volver a verte pronto.
Salí de la consulta. Me pareció que el sol de mediodía y la pausada brisa de septiembre me devolvían a un mundo sobrio, estable, donde los semáforos se ponen regularmente en rojo y las campanas de la iglesia repican a su hora. Me pregunté si una conversación en el lugar más inesperado, en la situación más anodina, puede llegar a cambiarle la vida a uno.
Llegó un susurro a mis oídos. Al principio pensé que provenía de algún balcón, pero tuve un presentimiento y me di la vuelta. El doctor estaba en la puerta de la clínica, con su camisa de cuadros y sus pantalones de pana. Me di cuenta de que era realmente bajito y escuálido. Reconocí lo que recitaba entre dientes. Eran versos de Calderón de la Barca. Tenía los brazos cruzados tras la espalda y contemplaba la calle como si quisiera comprobar que el mundo seguía ahí fuera.


2 comentarios:

nunca contentos dijo...

Sí, Lars, una conversación en el lugar más inesperado, en la situación más anodina, cambiará la vida de uno.

Me ha encantado. El tempo. El ambiente de la consulta. El crujir del sillón de cuero. Ese momento en el que el médico deja de serlo y casi habla consigo mismo. Esa salida al exterior con la percepción del sol y de la realidad…

La reflexión sobre cómo acercarnos a una visión más reveladora, más interesante, atractiva y, por qué no, innovadora de las cosas que nos rodean, se me ha quedado pegada al paladar.

Déägol dijo...

Efectivamente, yo también estoy de acuerdo en que una conversación inesperada puede cambiar la vida de alguien. De hecho, me siento muy identificado con esa situación.

Me ha gustado lo que dices sobre el arte. Más que lo que dices, (algo que en el fondo, de una manera más o menos similar pensamos todos) cómo lo dices.

"Los artistas siempre han tenido una gran responsabilidad entre las manos..."

Lars, creo que tienes una gran responsabilidad entre las manos...