T.J.E. - Vol. 7

Esta vida está construida en base a sorprendentes jugadas, y unas de las más fascinantes son los cambios. Los cambios y todo cuanto éstos implican. Las cosas que ganamos, las que dejamos atrás, las que no se han movido de sitio aunque no nos hayamos dado cuenta... todas fluyen a la vez en esa liviana brisa que nos azota la piel durante el camino sonámbulo de la transición.

Mi generación tiene un problema. Se nos ha hecho crecer menospreciando muchos valores de nuestros antepasados, como si hubiéramos nacido sin sus defectos. Mal que lo neguemos, nos hemos criado en un entorno muy poco humano: estamos más cerca de Telecinco y de la Play Station que de Dios y de la paz interior. De modo que apenas nos conocemos. Y cuando pensamos en dar un giro empezamos por pensar en el peinado, en reformar los muebles, en modernizar el vestuario. Como mucho, en cambiar de hábitos supuestamente más saludables, aunque en el fondo la mayoría de las veces damos palos de ciego y sólo estamos ocupando la mente con nuevas ideas y planes... sin saber muy bien a dónde queremos llegar.

Más allá de eso no se atreve uno a mirar. Quizá lo que uno necesite para conocer realmente sus fantasmas sean tres años de retiro en un templo budista o hacer voto de silencio por media década; pero eso implica mirar más allá de la piel. Y además suena raro. Y además da miedo incluso empezar porque irrumpe la sensación de que, se vaya donde se vaya, se haga lo que se haga, acabaremos encontrando un pequeño rastro de lo que fuimos en el pasado. Como un hijo repudiado al que no queremos reconocer pero que, empero, nos incrusta la idea de que no se puede huir de uno mismo.

Metrópoli, Babilonia de acero, laberinto urbano: llama a esta celda como quieras. Barrote a barrote, está concebida para que uno no pueda acostarse siendo una persona y despertarse siendo otra totalmente diferente. Y escapar de ella implica escapar de uno mismo, lo que definitivamente parece durísimo; casi masoquista. Al final, todos esos "quisiera cambiar de vida", "me gustaría dar un giro de 360 a todo esto" se quedan en la puntica de la lengua y se terminan por tragar y digerir. O lo que es peor: se recorren miles de kilómetros con la maleta a cuestas para terminar visitando las mismas tiendas, tomando copas en bares idénticos, trabajando en una réplica del oficio que quedó atrás. ¿Dónde estaba ese cambio, pues?

Va siendo hora de que alguien rompa esos grilletes. Yo, desde luego, lo voy a intentar. De todos modos, esta ciudad tuvo el descaro de hacerme crecer y luego dejar el trabajo a medias. He perdido la cuenta de lo que me debe por todos esos latigazos de vida que se quedaron a medias entre mi carne y sus calles.

Pero que no me espere con los brazos abiertos: yo no quiero volver a ser yo.




Barcelona. Las Ramblas.

1 comentario:

nunca contentos dijo...

En sueños recientes han vuelto retazos de la infancia. Y al despertar, las sorprendentes jugadas que los cambios se han marcado en el camino, dejan la sensación de que es tangible la lejanía de esos vívidos momentos en los que se era uno mismo sin ningún atisbo de duda.
Cambios. Noticias. Ausencia de éstas. Y no saber ni dónde, ni cómo se aterrizará en la siguiente parada. Deber de seguir con los cambios. Intención de que no tiemble el puso al tomar la decisión de domarlos. Porque volver… Volver se antoja una jugada rocambolesca.