Porque al principio, según parece, era brillante. Estuve hablando con la directora de su instituto: fue el primero de la clase durante muchos años y sus trabajos alcanzaban un nivel universitario. La pregunta lógica era si sufría abusos por parte de sus compañeros; sabes que ése suele ser un factor decisivo en cuanto a disociaciones de carácter y disgregación social. Pero la directora me lo negó rotundamente: el chico siempre fue muy popular entre sus compañeros.
Tampoco existen indicios de adicciones ni trastornos psicológicos en niguno de los miembros de su familia. Su padre, que es capitán de marina, me causó la impresión que sólo causan los individuos que sienten una notable filiación por la entrega y el compromiso social, amén de parecerme agradable y conversador. Su madre, subdirectora de un hogar de jubilados; una persona de lo más culta, elegante, empática. El problema, desde luego, no tiene una raiz familiar.
Sus cercanos lo achacan a las malas compañías. Que se le comenzó a ver con demasiada frecuencia en parques por la noche, junto a jóvenes traficantes con antecedentes. En realidad fue un profesor de química quien comunicó la primera señal de alarma a sus padres, tras verle cierta noche saliendo esposado de un coche patrulla frente a la comisaría: parece que se había peleado en algún garito. Después reincidiría repetidamente en esa actitud. Pero en clase no había problemas con las notas, si acaso un ligero descenso. Tampoco había quejas con respecto a su comportamiento, más allá de su costumbre de fumar en los lavabos y otras memeces. Estoy desconcertado, Rodolfo. ¿Dónde está el problema? Me da la impresión de ser el único que no se conforma con la hipótesis de las influencias: los perjuicios de sus actos se dirigen principalmente a sus padres, más que al mundo. Yo describiría al chico como fantásticamente inteligente y elocuente, con viva curiosidad por el saber y todo cuanto le rodea. ¿Tan quebradiza es la voluntad del joven contemporáneo que puede caer en la droga, la delincuencia ocasional y la rebeldía familiar sin siquiera poseer una razón lógica? ¿Qué ven estos muchachos en su entorno que no veamos nosotros?
Cuando lo tengo frente a frente, en la consulta, noto que me mira como a un enemigo. Diría que ha descubierto la belleza de la autodestrucción moderna, y se adelanta a mis tentativas por frenarle. Reacciona a la defensiva ante cualquier pregunta o análisis que le propongo. Pero todo esto no me sirve para hallar el verdadero germen de su comportamiento. ¿Somos una amenaza porque sí, Rodolfo? Simplemente, ¿ya no está de moda ser correcto? Sospecho que un tumor impalpable lleva muchos años gestándose en la cabeza de adolescentes como este, y sus tejidos llevan implícitamente el sinsabor del vacío: la ausencia de un valor fundamental, de un sustento espiritual, de una base moral en un sentido tanto práctico como estético les hace concebir su entorno como un tren desbocado que se precipita al descarrilamiento. Y así, sus días y los de todos los demás configuran una cadena sin apéndices, sin reglas válidas, sin sentido; un lento salto al vacío en el que no encuentran motivo para esperar tranquilamente su final. Y por ello utilizan todo recurso que tengan a mano para adelantar ese desenlace.
Pero tienes razón, Rodolfo. Tal vez sea simplemente que me hago viejo, e intento indagar demasiado. No sé. Te mantendré informado, amigo. Dejemos esto por ahora. ¿Le gustó a Alicia aquél perfume que le regalaste?