Creo en Dios, por supuesto. En uno que no se habita en templos, ni iglesias, ni mezquitas; ese es un símbolo, una expresión ridiculizada con un atuendo estereotípico, un insulto a la originalidad. Yo creo en un Dios individual, en una energía que no me condena ni me resguarda, que no vela por mis sueños ni me desafía bajo el sol, pero que constantemente interactúa. Creo en una fuerza con la que la ciencia todavía no ha podido, aunque yo sí. He visto esa fuerza en mis emociones. La he palpado en mi amor y también en mi odio. La he sentido en este orgasmo, en este embate de furia, en este pedazo de queso que cojo del plato. La he visto moverse en el horizonte, vibrar junto a un océano de petróleo, temblando con la noche. Y he notado cómo esa fuerza, aun tratándose de algo tan superior no atiende ni tan siquiera presiente los caprichos del humano, consigue manifestar una solemne revelación ante mí: no estamos solos.
1 comentario:
oHace tiempo escribí: "¿A veces no tienes la sensación de que estás a punto de tocar la membrana que nos separa de lo que no conocemos?"
Hoy lo competo con este texto (¿tuyo-mío?).
No estamos solos.
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