XXII

A veces me pierdo en el camino
que conduce al olvido.
A veces, el sonido
-por gravedad altisonante
o firme hermosura de estruendo-
se viste de seda
como jamás podría el silencio.

A veces, tú, que fuiste mi mejor poema,
desvistes el polvo de la conciencia;
y entonces, con implacable mano
de tijera
rasgas el velo que me adormece
y a la vez me atormenta.

Te prefiero en pretérito,
en cuerpo de eco,
y que la mentira adorne
centímetros de mundo,
y que el suero en tus palabras no llegue
a ese fértil, sereno camino
que conduce al olvido.

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