Las olas (Virginiawoolfeando)

"Soy la espina más afilada del tallo", dijo Eva.
"Soy el traje y la nariz del payaso", dijo Libertad.
"Soy todos vosotros a la vez", dijo Bernat. "Soy el cemento entre los ladrillos del muro; en su pálido brillo os véis reflejados".
"Soy yo", dijo Mario, "dinamita y vara de guía. Sabéis quien soy".
"Soy el haz de una lámpara", dijo Neu. "Las texturas olvidan su oscuridad a medida que las alcanzo; mi avance es paciente, pero temerario".
"En estas maletas encaja el peso de toda una vida", dijo Libertad, "pero no sé si los demás lo sienten así. ¿Por qué Brasil? Porque está lejos, porque hay altura y arena y vegetación. Porque es fácil perderse en el viaje y después del viaje. No hay que mostrar piedad alguna por el instante: es nuestro, de pies a cabeza".
"Sé lo que voy a hacer", dijo Eva. "Es un castigo. Sé que consultaré a todos los charcos, espejos y gotas de lluvia que encuentre, y nunca encontraré mi verdadero reflejo. ¡Ni siquiera aquí, en este avión, rodeada de almas que me han acompañado desde siempre! Cuanto más medito lo que voy a hacer, más desaciertos cometo. Le he jurado fidelidad eterna al sinsentido. Adoro el desorden. No soy alguien común. Al menos es algo que todos pueden reconocer en mí".
"En las nubes", dijo Mario, "siempre en las nubes. Hoy ha sido el billete, mañana la cabeza. Los hechos lo son todo, y todo hecho en la vida de Eva pone de manifiesto su insostenibilidad. ¿Habrá en el mundo un ser humano más necesitado de atención y protección? Leí una de esas horrendas poesías que escribe de madrugada: " Soy reina de putas / y sota de venganza". Pienso ahora en el entorno en el que he crecido, sin madre, con un padre que no perdona un sólo error. A Eva Reina-de-putas se le habría quitado la tontería bien pronto. La fortaleza no es cuestión de recibir golpes, sino de aprender a no protestar por ellos".
"Fútbol, televisión, perfumes..." dijo Neu. "Nos reunimos en una situación tan atípica y todo cuanto acertamos a decir son cosas que no nos importan. Hablar porque sí. ¿Y si pensáramos en voz alta en vez de, como hacemos casi siempre, gritar en voz baja? Incluso ahora, en una reunión de viejas amistades, aflora la incapacidad del ser humano por desatar su entero potencial. Sé lo que Eva piensa cuando observa a Mario. Miro a Libertad y, donde todos ven cafeína y guasonería, yo me doy cuenta de que toda esa energía no le sirve para romper su propia máscara, para darse realmente a conocer. Eso es en lo que realmente pensamos todos. Pero por ahora fútbol, por ahora televisión, por ahora perfumes."
"Si Río es un amasijo de lianas", dijo Bernat, "yo soy el arado que los desenredará. Miro al horizonte, sobre la ondulada respiración del pacífico, y sonrío. Siempre hay vida ante los ojos, nunca detrás de ellos. Podría decir que aprendí todo ello gracias a la muerte de mi hermano, pero dicha muerte está también detrás de mis ojos. A mis veintitrés he conseguido todo lo que quería, y al mismo tiempo no me siento completo... Neu es ahora mismo mi horizonte. Me intriga su bizarra rebeldía, su figura envuelta en contradicciones. Esta noche, lo sé, la desentrañaré un poco más".
"La noche se reviste de diáfana oscuridad", dijo Eva. "Noto las miradas de los hombres y me pregunto cual de ellos podría regalarme una huida más desesperada... siento ganas de levitar, pero el vuelo será nauseabundo. Mario tiene ya los ojos puestos en una mulata de caderas animalescas y a mí, como siempre, me arrastra la corriente como a una muñeca deszurcida. Hora de abrir la segunda botella".
"Y podría saltar hasta el infinito", dijo Libertad, "y proclamar que esto es todo cuanto he querido siempre, y entregarme a una noche de sexo salvaje. Pero, ¿y el día de mañana? ¿Cuándo empezaré a medir mis propios pasos? ¿Cuando podré abrir los ojos y encontrarme, bajo las sábanas, una mirada que me comprenda? Aquí y allá sigo siendo la nariz del payaso. Abro y cierro la función a voluntad. Pero al caer el telón, el intérprete queda dolorido entre sombras...".
"Es como bruñir la vieja madera", dijo Neu. "En el silencio del muelle, en la espontaneidad de sus palabras. Así es como se conoce a un ser humano. Muy a pesar, he sido siempre una rareza; eso me permite distinguir la autenticidad del momento. De pronto, me descubro deseando que... y yo nunca he querido sentir, sino hacer sentir".
"La veo en el sofá de mi casa", dijo Bernat, "ordenando metódicamente sus libros como ella hace, sonriendo con su particular distancia al preguntarle si quiere una taza de café. La veo en mi cama, dejándose acariciar mientras descubro la densidad de su alma más allá de sus impenetrables ojos oscuros. Ahora bien: ¿la veo realmente a mi lado? Esta mañana ha salido del hotel sin decirme ni una sola palabra, como si anoche sólo hubiéramos hecho el amor en alguna inverosímil fantasía. Eva le ha recordado que le tocaba pagar hoy la habitación, y Neu ha reaccionado con violencia. Esa excentricidad bien puede ser la verdadera razón de su aislamiento, de su independencia... y de muchas más cosas".
"No soy el responsable de sus miserias", dijo Mario. "Algo tan sencillo de entender y, a la vez, lo que me convierte en un desalmado a ojos de la mayoría. No les he querido regalar mi camiseta a esos niños. ¿Y qué cambia eso? Todo acto de bondad tiene una repercusión desequilibrante: en su favela bien podrían haberlos matado a tiros por esa puta prenda de marca. Eva me ha dado un ejemplar de "El Principito"; según ella, tengo mucho que aprender. Es una lástima que la naturaleza de cada uno no cambie nunca. Eva es y será siempre esclava de su sensiblería".
"Acabo de recordar a Julián", dijo Neu, "cuando desperté a su lado y dijo que era imposible no quererme. Es increíble, pero el olvido siempre deja su trabajo a medias. Todos tenemos una memoria selectiva; la pregunta es: ¿en función a qué trabaja? Me da la impresión de que Libertad y Mario no recordarán de este viaje nada que pueda servirles en un futuro. Bernat tal vez no necesite recordar nada: es un alma camaleónica, sobreviviría aquí tan bien como en una isla desierta. En cuanto a mí... en cuanto a mí..."
"He visto aves azules resplandecer como dedos eléctricos deslizándose por entre las nubes", dijo Eva. "He visto caimanes rompiendo el río con sus verdosas espaldas en forma de flecha. He visto el hombre, la mujer, la luz, la serenidad, la desintegración, la disparatada melodía del otro lado del mundo. ¿Y de mí? ¿Qué demonios he visto de mí? El tiempo me oprime primero y se libera después, como la cuerda de una guitarra decrépita y desafinada. Regresamos ya a la estupidez de una vida que nos detesta. El fin de la esperanza nos pide el billete en la puerta de embarque número seis".
"Hora de despertar, supongo", dijo Bernat. "Y en casa el uniforme, el despacho, los saludos, el examen para capitán, el seguro del coche... es extraño ponerse el cinturón a la vuelta, sabiendo que dicha acción supone un cierre, un carpetazo, cuando a la ida fue como la apertura de un movimiento musical. No obstante, el camino es largo. La ascensión nunca termina. El principio de este día es eterno".
"Sé que algún día volveré", dijo Libertad. "Lo mejor que puedo contar de mi vida es que siempre hay alguien esperándome en algún lugar. Hay mañanas en las que despierto pensando que soy dueña y señora de mis pasos, y siento que de mis pasos depende la estabilidad del mundo. En otras ocasiones, el mundo zozobra y mi garganta es un pozo cubierto de telarañas. ¿Pero qué sentido tiene, digo ahora, llenar de recuerdos un baúl cuando siempre habrá que vaciarlo de nuevo? Quedan muchos ríos en los que bañarse. Ya veo la línea de nubes capitulando ante el poder de los motores, sucumbiendo al empeño del hombre... y mañana, más arriba, aún más arriba...".




V

Creí una vez que la identidad era algo que se formaba con el tiempo, pero ahora diría que es tan sólo un accidente; lo que perdura en una roca tras impactar contra la pared. Cuando las mujeres tratamos de describir una experiencia como la mía nunca decimos cuanto queremos decir. Hay un mecanismo de cierre en la boca, un resorte que nuestro miedo activa ante la posibilidad de reconocer algo demasiado perturbador.

Joaquín ha crecido conmigo, eso es lo primero que debería anotar. Hemos saltado de la guardería al colegio, después al instituto. El ocaso de los 80 dejó muchas fotos oscurecidas por el paso del tiempo; en ellas encuentro la única imagen de Joaquín que para mí resulta válida. En cuanto a mí, no encuentro ninguna (no encuentro ya mi rostro en niguna parte). Consideraba que la mayoría de mis compañeras eran intelectualmente inferiores a mí; todas embutidas en un mundo de citas y escarceos, en su ecosistema de bolsos y botas de piel, aferradas a su pálida realidad ante la imposibilidad de soportar su vacío interior. Sólo cuento esto porque Joaquín destruyó esa distancia. Joaquín fue, sin saberlo -tengo que hablar con propiedad-, un creador. Definió un momento crucial en mi organismo. Digamos que yo creía estar a salvo de la inevitable larva que ya había nulificado a todas mis semejantes, cuando en realidad la larva sólo aguardaba el momento adecuado para florecer. Los cómics y el cine me suponían un maravilloso tránsito a lugares en los que me movía con suma facilidad, pero llegó un momento en el que levanté la vista de mis cómics para hallar un tránsito distinto en la contemplación del rostro de Joaquín. No sé cómo será en el caso de las demás mujeres, pero para mí el primer orgasmo me recordó al clavo que sostiene un cuadro. Es algo que se aferra a la pared y queda para siempre; sin embargo el cuadro, que es lo que realmente se desea, puede variar con el tiempo.

Pasan los años, piso la universidad, aparece Sergio, titulación, máster, currículum, vestido de novia, ramo de flores, luna de miel en Manila. Me doy cuenta de que ya no necesito pasaportes: tengo lo que necesito para sentirme yo, para reivindicar mi nombre y mi rostro. Pero nada puede avanzar en línea recta por mucho tiempo. El día menos pensado detectas, entre una marea de miradas, un guiño familiar. Joaquín, su botella de cerveza, su eterna estampa de disidencia y gallardía, y un instante de lo más aterrador: tiembla el mercurio. El gancho en la pared se tambalea. En tu conciencia estalla un juicio y mientes en él como una bellaca. Sigue habiendo un tránsito. Sigue existiendo la fantasía.

Nunca reparamos en ello, pero la mente está preparada para convertir lo real en imaginario; nunca lo contrario. Lo supe al sentir los brazos inmovilizándome, la mano tapándome la boca Sergio está en Montpellier no sé qué historias con la empresa no sé qué firmas de papeles mientras me arrastraban al interior de mi propia casa. Ya en el recibidor, Joaquín me dejó bien claro lo que pasaría si me resistía. (Y casi hubiera rezado porque fuera Joaquín). Podría ser muy explícita respecto a lo que vino después, satisfacer el morbo del amigo lector-supongamos que es amigo- y añadir una capa extra de cemento a la malevolencia que me recubre, pero son mis propias manos las que me impiden escribir más allá de "y entonces me quitó...". Mecanismos de cierre, resortes. Se supone que una escribe para exorcizar a sus demonios, pero sólo he conseguido difuminar lo que quería decir. Como si esparciera trozos de carne putrefacta a lo largo de una autopista vacía.

Fui a verle a la cárcel una vez. Sólo una. Me dijo que estaba terriblemente arrepentido; que volvería dos años atrás y cambiaría todo lo que pasó. Y que jamás me hubiera hecho lo que hizo de haberme reconocido. Tuve que abandonar la sala y vomitar fuera. Si volviera a mirarle a los ojos, aún hoy, notaría cómo empiezo de nuevo a desear que esté mintiendo.




Cortando rosas

No hay con qué medir el tiempo, ni suelo en el que apoyarse o techo al que desear subir. Escribir sobre ti es el delirio de una paradoja. El residuo de la incomprensión aplaca las demás pasiones y las reduce a parásitos, a meros trazos de superficie. Todo ha sido como estirar el brazo y desenmascarar la realidad, como arrancarle el traje a una especie prohibida y hundir así los ojos en la más insondable negrura... y al fondo de este mar de brea, dicen, se encuentra la sabiduría. ¿Pero qué clase de mundo es este en el que hay que aguardar la llegada del vacío para iluminarse?

Caminamos sobre una paradoja, donde las ruedas de automóvil y los relojes de oro quedan a dos pulgadas por encima de nuestras cabezas, y la esencia misma del sentimiento y el saber, a cuatro metros bajo las rodillas. Me doy cuenta de ello ahora, mirando con detenimiento las líneas de tu rostro, el cedro de tu mentón, el horizonte en una mirada que ahora descansa bajo tierra. ¿Qué hubiera pasado si...? No, las cosas no hubieran cambiado aunque la dama de la guadaña te hubiera comunicado su decisión en ese mismo instante. Los astros giraron a tu alrededor y los hombres avanzaron, impertérritos, ensimismados en sus quehaceres diarios, mientras tú te aproximabas a la ventana. Quique te esperaba a las nueve en la Plaza de la Reina, como estaba acordado. Yo escribía un texto dedicado a tu particular forma de agrandarme la vida, como estaba acordado. Jorge recordaba los gráciles tragos de cerveza en tu compañía. Tú y tu salón fuisteis lo único que escapó de lo preestablecido, y en tu caída libre los estratos de la Verdad fueron deshaciéndose golpe a golpe, metro a metro, piso catorce (recuerdas tu primer beso con Nuria), piso once (y una noche mágica de amor puro en el 2007), piso ocho (si es niña la llamaremos Andrea, y si es niño, Eloy), piso cinco (¿y mis amigos, mis leyendas, padre, madre?). Y al llegar al suelo, al estallar la barrera del cuerpo y exhudar el alma, descubres al fin la pregunta que siempre te habías hecho: le arrancas (ahora sí) las vísceras al mundo y lo abandonas con una atronadora, mayestática, orgullosa carcajada. Y del peso de tu recuerdo, del llanto de tu memoria encogida en un puño apretado, nos honras a todos con el último corte de navaja: tu legado es una inyección de fuerza, un terremoto de pureza, un desmayo en el que la inocencia pierde su nombre en favor de la revelación. Lo tierno se vuelve recio y desalmado como un trozo de piedra anclado en el mar. El musgo abandona su reinado. Tu muerte deja un rastro somnoliento que se apodera de todos nosotros para insuflarnos los pulmones, para agigantarnos el corazón, para mostrarnos la senda que nos hará más fuertes de una vez por todas.

No sé si Dios se acordará de tu nombre. Aquí abajo seguimos cortando rosas, vaciando vasos por ti. Tus iniciales ya no suenan como el tecleo de una máquina de escribir, sino como un lengüetazo que arrastra todos los sabores nominables. Dejas de ser uno más para aparecer en todas partes. Tu ceniza cubre la faz entera de la Tierra y te expandes con la voracidad del universo. Algún día nos reuniremos contigo. No quisiste dejar una última estampa sin sonreir, sin asomar los dientes; y es que nadie sabe ya cómo podrías mirarnos a los ojos si no es de esa manera.



Gaston Bussière, La Révélation. Museo Thomas-Henry

Elegía

Veo una mujer que se separa del grupo para acercarse a mí y descubrir un rostro familiar al quitarse las gafas de sol. "Yo a ti te conozco, ¿verdad?". La ubico finalmente en mi memoria: trabajó en la oficina durante el pasado verano. Me cuenta que han venido todos los que han podido. Ya con el cigarro en la boca, no puede contener la curiosidad. "¿Y cómo ha sido lo de este chico?".

La entrada se viste de traje oscuro. El padre, apoyado en una muleta, tiene la mirada desamparada; todo cuanto se mueve a su alrededor parece presentarse en forma de neblina para él. La madre, desconsolada, no puede dar un sólo paso si no es con la ayuda del joven que la toma de la mano. En él creo distinguir cierto porte, cierta familiaridad en la forma de andar. "Ese es su hermano", dice Quique, a mi lado. Besamos a la madre, que entre murmullos y sollozos encuentra la forma de agradecer que hayamos venido. Quique aprieta los labios y da vueltas nerviosas alrededor nuestro: no soporta lo que ve. Faltan cinco minutos para que llegue el coche.

El grupo avanza hacia su ineludible para final, mientras las largas hileras de nichos bañadas por el sol de mediodía van quedando atrás. Entre la devastadora aglomeración de almas me parece intuir una falsa revelación, un ovillo que se deshilacha a pesar de la impotencia comunicativa de los presentes. La lección del absurdo de la vida, quizá: aquello que uno no es capaz de aceptar, explicar o siquiera comprender debe servir finalmente para algo, aunque a veces el sentido y el por qué se subyugue al lento poder del tiempo. Quique a un lado, Jorge al otro, y entre los pesados andares que desentrañan el laberinto de tumbas advierto que los míos son los más fuertes. Soy de los pocos que no lloran. Pienso si esto se debe a la dignidad, al aplomo o a alguna suerte de inmunidad. El sol nos envuelve con sencillez y los pájaros rocían el paisaje con su sempiterna, inconsciente melodía. El féretro sale del coche, sube a la plataforma, se eleva hasta la cuarta hilera, araña la piedra hasta hundirse en la profunda oscuridad del nicho; y de pronto, cuando todo ha terminado, cuando el hoyo está cubierto de cemento y los presentes comienzan a abandonar el lugar, me doy cuenta de lo que realmente ha sucedido. No habrá más de aquello, ni más de lo otro. No volveremos a nada. No hay punto ni final, sino interrupción. Un brazo anónimo me rodea la espalda, y eso es precisamente lo que me hace comprender la desesperada complicidad que nace de la tragedia, lo que me infunde un valor que siempre había estado ahí, pero que sólo esa mano desconocida me devuelve al oprimirme las carnes de mi vientre. Las figuras de Germán y Picó se adelantan para colocarse frente al nicho. Veo algo furioso y al mismo tiempo indescifrable en los ojos de Germán, como si esperara una ocasión para pedir cuentas, como si la desaparición de su amigo supusiera la firme cláusula que establece el valor de la tierra que pisamos. Permanece erguido, inmóvil, con la cabeza alzada y las manos hundidas en los bolsillos. A su alrededor todo comienza a evaporarse.

He visto a Laura colocando la rosa blanca sin temblar, afrontando la situación con una entereza que nos sobrepasaba a todos, sonriendo, animando. Al reconocerme, se aproxima a mí y me abraza como si fuera su hermano. "Al fin te conozco. Me hablaba mucho de ti, sabes. Y muy bien. Te habías convertido en alguien muy importante. Creo que, en esta última etapa suya, nadie ha llegado a conocerle tanto como tú". Percibo el fuerte aroma a vino que escapa de sus labios y me pregunto si esa entereza y esa calidez en la mirada no esconderán un horizonte de locura. Este es, de todos modos, un día en el que se añoran las respuestas. Nadie sabría explicar por qué sus cinco mejores amigos se reunieron después en el bar para compartir anécdotas, beber cerveza, vivir el momento como a él le hubiera gustado que fuera: no como una despedida, sino como la continuación de una historia en la que sigue siendo el protagonista a pesar de permanecer fuera de la pantalla. Nadie sabe cómo podría surgir, de entre un vínculo común con un solo individuo, una red de vínculos entre otros cinco; convirtiendo una defunción en un juramento de lealtad eterna. No sé por qué Germán le guiñó el ojo a Quique, que a su vez abrazó a Jorge, que a su vez sonrió a Picó; o por qué Laura, tras recibir la caricia de Picó, me dedicó una callada sonrisa con la mirada repleta de sinceridad y esperanza, al tiempo que alzábamos las botellas y la chocábamos con una sexta, expósita y aislada en el centro de la mesa. "Dentro de un año, el mismo día, todos aquí" dirá Laura. Y nadie sabrá por qué, excepto él.


A Raúl

La frágil piedad del alma

Una brisa de mar no es lo mismo que una brisa de mar. El amanecer que usted verá no es el mismo que yo comprenderé. Esa medusa fosforescente nunca podrá repetir sus iridiscencias. El mundo que respira ante nosotros es, en su imperfección, eternamente ambiguo. Más allá de la inquebrantable pirámide matemática, todo cuanto podemos percibir o comprender carece de explicación, de aspecto e incluso de sentido hasta que el filtro sensitivo de un ser inteligente lo depura hacia sus adentros. En ese tránsito de fuera hacia adentro, la imprecisión del exterior se convierte en el material inflamable del hambriento interior.

La belleza resulta, pues, la criatura más inocente y manipulable de la creación. La moldeamos a conciencia, la destripamos sin conciencia, y en última instancia hacemos de ella un anillo que pueda encajar en nuestro índice. Ella será digna de todo, pero nosotros no somos dignos de ella. Tiranizamos todo concepto universal para que nos escoja a nosotros, únicamente a nosotros, seres mezquinos e inseguros que no podemos vivir sin explotar todo cuanto gire a nuestro alrededor. Insaciables, perseguimos a nuestro modelo de belleza hasta aturdirlo, momento en el que ya emprendemos, sin saberlo, nuevos horizontes que nos completen.

Estimados amaneceres perfectos: desistid. Nunca podréis esconderos de mí.