No os asustéis. No pretendo convertir este local en un escenario de tertulias balompédicas. Ni siquiera sería una buena idea: admito desde el primer momento que mi amigo Dëagol, dueño de El Uno Por Cien, ofrecería una visión mucho más plausible y documentada de lo que pienso exponer a continuación.
A no ser que tengáis la suerte de vivir en una aldea incomunicada, sin televisor ni acceso a Internet, los hechos os serán ya sobradamente conocidos. Un equipo cuyo presupuesto alcanza los cientos de millones de euros pierde estrepitosamente contra uno que milita en divisiones inferiores, con un presupuesto propio de tal categoría. Al día siguiente, uno se topa en su puesto de prensa habitual con una portada que se ceba con el entrenador del equipo de marras y exige su cabeza en bandeja de plata, a pesar de haberlo apoyado a principios de temporada.
Si omito nombres es porque son del todo innecesarios. Nos encontramos ante la mera punta de un iceberg mucho más grande y peligroso, especialmente porque tres cuartas partes de su tamaño permanecen ocultas bajo la superficie. Dicen que hemos progresado mucho desde la época franquista, pero pienso que los medios de comunicación siguen siendo un arma terrible aunque no obedezcan a las exigencias de una agenda política extremista. Siguen tratándonos de títeres cuando les conviene. Les imagino en su redacción, lo que bien podría ser una caverna de murciélagos o un nido de cuervos, fraguando metódicamente su particular conspiración: hay que buscar pronto a un chivo expiatorio. Un hombre al que tirar la primera piedra antes de que la gente empiece a concentrar su atención en el verdadero quid de la cuestión. La culpa no la tiene la política derrochadora que ejercen los directivos de los clubs deportivos importantes, ni la pasividad de los aficionados, que aun conscientes de la desigualdad económica global y de la situación vigente en el tercer mundo, toleran dicha política; y por supuesto la culpa tampoco la tenemos los periodistas, que tenemos la responsabilidad de informar al mundo y no de confundirlo… no, la culpa es del entrenador. Punto en boca.
No es un problema exclusivo del diario Marca, ni tampoco exclusivo de los diarios deportivos. En los medios de comunicación de este país se aprecia cada vez más un trasfondo de “totalitarismo periodístico”, que es un eufemismo para no decir “manipulación”. Cada vez hay menos interés por la verdadera labor para la que fue concebido el periodista, que no es otra que investigar; deshilachar capa tras capa hasta alcanzar esa pepita de autenticidad que escapa al ojo común. Por el contrario, ha crecido el interés en manejar al público ofreciéndole nada menos que lo que quiere leer, asegurando así una buena tirada de ejemplares diarios vendidos y promoviendo el verdadero deporte nacional dentro de nuestras fronteras, que es el relax y la gandulería. Prensa deportiva, prensa rosa, locutores de radio con tendencias demagógicas, presentadores de televisión que deliran de poder y de grandeza, noticiarios al servicio del ideario político de sus directores… todos tienen una pizca de la culpa, y más nosotros por permitirles sus tejemanejes. Los hay mucho peores, como los que se venden a sí mismos como “progresistas” mientras cobran un dineral por presentar un programa que nadie ve. Mareos, náuseas y enfermedades por todas partes. El nido de cuervos ya no es un rincón apartado: ha invadido nuestro hogar y nuestro pensamiento.
Insisto en que un indocumentado como yo quizá no sea el más apropiado para hablar de todo esto, pero seamos periodistas o no, todos tenemos que empezar a pensar un poquito por cuenta propia. Porque a día de hoy gozamos de acceso ilimitado a la información; tan ilimitado que a veces puede indigestar, especialmente si los que se encargan de proporcionárnosla nos sirven el plato equivocado y encima vuelven a casa con la conciencia tranquila. Hace pocos años, el Pentágono reconoció que se estaba planteando la posibilidad de difundir noticias falsas para obtener así un mayor apoyo social de cara a la inminente invasión de Irak. Cierto amigo mío tiene ese recorte de prensa pegado al televisor, para recordarlo cada vez que lo encienda. A este paso, nos lo tendrán que pegar en la frente, para tenerlo presente cada vez que salgamos a la calle.
Por favor, no os lo creáis todo. Y menos a mí.
A no ser que tengáis la suerte de vivir en una aldea incomunicada, sin televisor ni acceso a Internet, los hechos os serán ya sobradamente conocidos. Un equipo cuyo presupuesto alcanza los cientos de millones de euros pierde estrepitosamente contra uno que milita en divisiones inferiores, con un presupuesto propio de tal categoría. Al día siguiente, uno se topa en su puesto de prensa habitual con una portada que se ceba con el entrenador del equipo de marras y exige su cabeza en bandeja de plata, a pesar de haberlo apoyado a principios de temporada.
Si omito nombres es porque son del todo innecesarios. Nos encontramos ante la mera punta de un iceberg mucho más grande y peligroso, especialmente porque tres cuartas partes de su tamaño permanecen ocultas bajo la superficie. Dicen que hemos progresado mucho desde la época franquista, pero pienso que los medios de comunicación siguen siendo un arma terrible aunque no obedezcan a las exigencias de una agenda política extremista. Siguen tratándonos de títeres cuando les conviene. Les imagino en su redacción, lo que bien podría ser una caverna de murciélagos o un nido de cuervos, fraguando metódicamente su particular conspiración: hay que buscar pronto a un chivo expiatorio. Un hombre al que tirar la primera piedra antes de que la gente empiece a concentrar su atención en el verdadero quid de la cuestión. La culpa no la tiene la política derrochadora que ejercen los directivos de los clubs deportivos importantes, ni la pasividad de los aficionados, que aun conscientes de la desigualdad económica global y de la situación vigente en el tercer mundo, toleran dicha política; y por supuesto la culpa tampoco la tenemos los periodistas, que tenemos la responsabilidad de informar al mundo y no de confundirlo… no, la culpa es del entrenador. Punto en boca.
No es un problema exclusivo del diario Marca, ni tampoco exclusivo de los diarios deportivos. En los medios de comunicación de este país se aprecia cada vez más un trasfondo de “totalitarismo periodístico”, que es un eufemismo para no decir “manipulación”. Cada vez hay menos interés por la verdadera labor para la que fue concebido el periodista, que no es otra que investigar; deshilachar capa tras capa hasta alcanzar esa pepita de autenticidad que escapa al ojo común. Por el contrario, ha crecido el interés en manejar al público ofreciéndole nada menos que lo que quiere leer, asegurando así una buena tirada de ejemplares diarios vendidos y promoviendo el verdadero deporte nacional dentro de nuestras fronteras, que es el relax y la gandulería. Prensa deportiva, prensa rosa, locutores de radio con tendencias demagógicas, presentadores de televisión que deliran de poder y de grandeza, noticiarios al servicio del ideario político de sus directores… todos tienen una pizca de la culpa, y más nosotros por permitirles sus tejemanejes. Los hay mucho peores, como los que se venden a sí mismos como “progresistas” mientras cobran un dineral por presentar un programa que nadie ve. Mareos, náuseas y enfermedades por todas partes. El nido de cuervos ya no es un rincón apartado: ha invadido nuestro hogar y nuestro pensamiento.
Insisto en que un indocumentado como yo quizá no sea el más apropiado para hablar de todo esto, pero seamos periodistas o no, todos tenemos que empezar a pensar un poquito por cuenta propia. Porque a día de hoy gozamos de acceso ilimitado a la información; tan ilimitado que a veces puede indigestar, especialmente si los que se encargan de proporcionárnosla nos sirven el plato equivocado y encima vuelven a casa con la conciencia tranquila. Hace pocos años, el Pentágono reconoció que se estaba planteando la posibilidad de difundir noticias falsas para obtener así un mayor apoyo social de cara a la inminente invasión de Irak. Cierto amigo mío tiene ese recorte de prensa pegado al televisor, para recordarlo cada vez que lo encienda. A este paso, nos lo tendrán que pegar en la frente, para tenerlo presente cada vez que salgamos a la calle.
Por favor, no os lo creáis todo. Y menos a mí.