El dolor, por grande que sea, no tiene la menor intención de derrotarnos. Lo que el dolor pretende es perdurar. Por eso es tan amigo de corromper el linaje del hombre, de estrechar vínculos entre una generación y otra, de alternar su hospedaje entre amante y amada, entre padre e hijo, entre el amigo y el enemigo. Somos la leña de la que se sirve para sobrevivir a sus inviernos. El dolor aspira a que lo sobrevivamos, de la manera en que un secreto anhela oídos que lo propaguen, de la forma en que la bacteria busca cuerpos para mutar y seguir extendiéndose. Por este motivo, el dolor buscará siempre una víctima fuerte y sana, a la que atacará cuando esta se sienta confiada y desprevenida. El dolor aborrece los espíritus vencidos. Rehuye a los cuerpos que no están en condiciones de hospedarlo.
El olor que le excita es el de la sangre valiente.
El olor que le excita es el de la sangre valiente.