XXX.


Al final, gana el Tiempo.
La autoridad de su filo
aprende a olvidarte,
corte tras año tras corte,
serenamente
desfigurándote.
Gana el Tiempo. Con júbilo
de verdugo, perfora tu deuda;
y en la llaga que deja, el nombre
se prostituye con el mito,
la promesa vuelve a gritarle
al desengaño; respecto a lo demás,
cada lunar de tu frente,
las caricias frente al semáforo, las canciones,
cada gemido en cada oscuridad
de cada lecho, de cada vientre,
todo eso está huyendo.
Ajusticiándonos.
El tiempo desfigura.
Pero le tiembla el pulso.
Su trabajo
siempre queda
a medias.
Es hoy mi mano
la que te vence, esta pluma,
aprende a desfigurarte
verso tras día tras verso,
cobarde, violenta,
serenamente olvidándote.

XXIX.


La ciudad se deja querer
por la nieve.
Cada copo es una caricia.
Gota a gota,
esa intrépida blancura,
ese sueño en el que todos creen
aterriza
justo aquí, frente a nosotros.

El cristal arde
cuando intento retirarlo.