10 de septiembre de 2010
Me lo encuentro llorando a las puertas del colegio cuando voy a recogerle. Claro que, dos horas después, de vuelta a un ambiente en el que sabe cómo responden las sombras y luces que lo rodean, está mucho más tranquilo. Veo a Eloy seguir mis pasos, aunque mi infancia transcurriera sobre calles sin asfaltar. Y aunque tuviera dos pilares en lugar de uno. Si el peso de un universo equilibrado descansa sobre dos pilones laterales, un hijo sin padre depende de una única firmeza, insuficiente y casi improvisada. Desármate de huesos y dime qué tal caminas. Pero, puestos a pensar: ¿no es aún peor mi caso? Si como pilar me quedara sin nada a lo que sostener, me convertiría en una antigualla sin otra función que lucir para los curiosos. La misma Gran Obra sí, Raúl, sigo llamándole así a la que he dado luz es mi fuente y mi sustento (vivo por y de la rosa a la que debo domesticar), y si a mí me tiemblan las piernas, él apenas ha empezado a caminar. Gracias al apoyo de Jorge y Silvia, la fachada no zozobra. Ellos son los responsables del desdoblamiento de la perspectiva: desde que en la agencia de viajes me dijeran que seguramente no me renovarían para el año siguiente (por algún extraño motivo, he cambiado de prioridades desde que soy madre), no me he sentido sino agradecida. Eloy tiene cada día más rasgos de su padre: la muerte descarga sus restos de nieve sobre la vida, o tal vez yo ya no distingo entre muerte y vida. Los ancianos temen a la pérdida de lucidez; y yo, a la pérdida de la cordura.
18 de marzo de 2.010.
Daddy's Gone. El serrucho oxidado que hay en la garganta de Tom Waits. El mausoleo de Jim Morrison y Joey Ramone. Nunca los quise, pero hoy duermo sobre ellos. Cuando Mario me llamó para contarme que Raúl había muerto, yo estaba en medio de una calle en la que nada estaba en orden; ni siquiera la lluvia. Tres bolsas de compra en cada mano y la gente que tropieza con ellas y mi bolso y Eloy que se va de mi lado y tengo que gritarle Cuidado con los coches y. Cómo me haces esto, hijo de puta, me quedo sola con un niño, con TU niño, pensé. Fui al entierro después de casi 30 horas sin dormir y el estómago bañado en vino; por supuesto que estaba animada. Nadie quiere hablar de suicidio: la idea se rechaza antes incluso de que llegue a pronunciarse, se expulsa de la conversación apenas ha dado dos pasos en ella, igual que a un mendigo en un restaurante. Estamos demasiado asustados como para contemplar ciertas posibilidades; dentro de un año estaremos más preparados. Jorge fue el último en hablar con él por teléfono: "hace mucho frío, tío" fue lo último que dijo. Tengo mil preguntas que hacer y no quiero ninguna respuesta. Ahora mismo escribo sobre su libreta azul; la libreta de las pesadillas. Expulso el aire rancio como notas expelidas por un acordeón plegándose. Debería quemarlo todo; libretas, fotografías, libros, hojas del campo con nuestro nombre, besos con fecha y hora, para así no olvidar nunca nada. Me gusta que los recuerdos sean recuerdos, no alaridos en el sótano. Papaíto se ha ido y Eloy vive.
5 de julio de 2008.
Bueno, sí, me había prometido que ésto no pasaría, claro, claro, etcétera. Bien, ¿qué se supone que tengo que escribir ahora? No amo a Raúl, pero sí estoy enamorada de él cuando despierta a mi lado. Antes de marcharse al trabajo, esperó a que yo saliera de la ducha para pedirme un abrazo. Le dije que no. "¿Es porque tienes miedo de volver?". Y asentí, y volví a retroceder. "Terminarás equivocándote", y cerró la puerta. Aún busco la forma de abrazarlo con palabras que él pueda comprender; líquidos que lo envuelvan y le hagan asumir -porque siempre dice asumir, pero sólo promete- una idea: es lo mejor, sólo quiero lo mejor para los dos (Eloy, los tres), que acepte lo que él mismo dijo hace dos meses, y es que Eloy nos ha unido y separado para siempre. No se trata de poder estar juntos o no: ya no podemos estar. Miro a la Gran Obra dormirse con el chupete en la boca y entiendo por qué no quise un padre para él que no sea Raúl. Un padre al que no amo como esposo, sino como padre de mi hijo. En la última sesión, Mónica hizo especial hincapié en esa frase: "el padre de mi hijo". Ya no le confiero el mismo poder. He pasado página. Él no.
30 de abril de 2003
Hemos vuelto a pasar la tarde pidiendo limosna en las paradas de autobús y a la salida del centro comercial. Veo a un niño desenvolviendo una chocolatina y se me derriten los ojos: "mira, Raúl, mira eso...". Y Raúl, que nunca había estado tan delgado (¡nunca había estado delgado!), se recrea unos segundos con esa inalcanzable explosión de azúcar y después me abraza riéndose. Es por eso que sé que no estoy equivocándome con esto: porque ríe, y las cosas sólo han ido mal cuando no ha sido capaz de hacerlo. Sabiendo cómo es mi padre y los medios de que dispone para encontrarnos, nunca estaremos lo suficientemente lejos. Pero ahora mismo, si abro mis brazos en cruz, palpo con las yemas de los dedos el vientre de la libertad. Puedo oler la sangre sin asustarme. Ya no tengo que preguntarle a Freud por el significado de mis sueños: los descifro cada mañana. Presente, no futuro. Que se joda el futuro. Comemos en casas de beneficencia, dormimos y hacemos el amor en un coche sin gasolina, cruzamos el puente del Pilar y nos parece que el nivel de la ciudad desciende; que todo se abre para nosotros en un descenso continuo. Escuchamos esa canción, "Brand new day", y se me ocurre que arte y vida sean tal vez exactamente lo mismo. Y veo a las madres salir del Corte Inglés con sus carritos de bebé, y le digo a Raúl: "yo quiero uno", y Raúl me susurra: "nuestra Gran Obra, cuando quieras". Y se ríe, claro. Siempre se ríe. Después tiene que abrazarme. Empieza a hacer frío.