"¿No estás tú de acuerdo? ¿No le damos demasiada importancia al raciocinio sin prestarle atención a lo que, en esencia, nos define realmente?". En lo que estoy de acuerdo es en que nos hemos empeñado durante milenios en escindir corazón de mente. Parece que los griegos acapararon toda la originalidad que nuestra raza es capaz de dar de sí. Es imposible sentir sin pensar en lo que se está sintiendo, y tampoco es posible pensar sin sentir lo que se está pensando. El error lo cometemos obstinándonos en enarbolar una bandera u otra.
He mantenido con ellos no pocas discusiones respecto al sentido de todo esto. Donde ellos ven una inversión justificada, yo veo una dilapidación monetaria. Donde ellos ven formas magníficas, yo veo un amasijo de hierros. Hierros de los caros. Ellos reivindican su derecho a invertir sus ganancias en lo que les plazca; en este caso, se han decantado por pagar el diseño, no la funcionalidad. Reconozco que me muero de ganas por decirlo:
Creo que les han tomado el pelo.
El último simposio se saldó con una recíproca acusación de esnobismo. Ellos creen que yo rechazo sus lámparas porque soy incapaz de reconocer el verdadero arte, más allá del que formalmente esté aceptado como tal. Yo considero que ellos se empeñan en catalogar sus lámparas como "arte" sólo porque los vendedores y los catálogos mobiliarios indican dónde está la clase, dónde no está y cuánto se debe pagar por ella.
Sólo soy capaz de sacar una conclusión irrefutable de todo esto: si el valor es relativo, el dinero es la ciencia menos exacta que existe.
María termina el bachillerato con unas notas excelentes. La expectación palpita en su entorno, especialmente en el familiar: "¿qué vas a estudiar?" "¿A qué universidad irás?". La muchacha entra en la cocina y proclama lo siguiente: "Papi, mami, que me tomo un año sabático, ¿vale? El mes que viene me voy a Amsterdam; perfeccionaré mi inglés, me buscaré un trabajo y esas cosas. Si eso ya nos vemos en Navidad. ¡Besos!".
Vean ahora a Papi y Mami privados de su capacidad de reacción con el tenedor en la mano, preguntándose qué especie de insecto tropical habrá hecho enfermar a la niña. El principal tema de conversación en los días posteriores gira en torno a la descarada comodidad de que goza la juventud en comparación con generaciones anteriores: parece mentira que la chica no quiera estudiar por el momento cuando, en su día, ellos estuvieron como locos por empezar una carrera y labrarse un futuro de forma inmediata.
Después, más de la mitad de los estudiantes universitarios terminan sus respectivas carreras y pronto comprueban con horror que el despiadado cosmos laboral no les debe nada. Desconcertados, alterados, aburridos, empiezan a hacer planes para ocupar su tiempo como mejor puedan. Unos inician una segunda carrera mientras trabajan de tardes en un supermercado. Otros se decantan por un máster de nombre extenso y precio lacerante. Y otros, ante la poco prometedora oferta de perspectivas, se toman un año sabático. ¿Alterará algún día el producto el orden de los factores?