- Así que eres hacker. No sabía que se pudiera vivir de eso.
La imaginó por un momento como si fuera una más de entre las millones de líneas de código que había procesado a lo largo de su vida. Nada más que una cadena de combinaciones binarias, comandos y ecuaciones; un cuerpo matemático que se cree humano.
- Pues así es. Es lo que he sido durante toda mi vida. Y lo único que sé hacer.
El chico sostenía el vaso de cerveza con el pulgar y el índice, como si fuera una copa de vino. Incluso la agitaba un poco en lo que parecía algo a medio camino entre el artificio y la inestabilidad mental. Miraba a los ojos al hablar, pero no parecía responder directamente a ninguna mirada.
- ¿Pero cómo te ganas la vida? ¿Pirateas cuentas bancarias o algo así?
- Podría hacerlo, en realidad es demasiado fácil, pero no. Trabajo para diversas empresas.
- ¿Qué empresas?
- Es un poco complicado de explicar.
- Bien, pues ponme a prueba.
La chica le había dedicado una sonrisa desafiante después de decir eso. En retos intelectuales no me ganarás, chaval. Bebió de su cerveza y mantuvo después el vaso en la mano.
- ¿Qué sueles hacer cuando estás en una página cualquiera y aparece un pop-up de publicidad?
- Pues... cerrar la ventana, normalmente.
- Normalmente, no. Siempre. No te interesa nada de lo que te ofrecen; tú no entras en manicura.com para que te vendan una moto, literalmente una moto. Aceptas a la publicidad como algo que tiene que estar ahí, al igual que en la calle o en la tele, para que el sistema funcione. Hasta aquí todo correcto, ¿verdad?
La chica asintió.
- Sin embargo, el propósito de la publicidad es que funcione. Hay muchas empresas cuya presencia en Internet depende de la publicidad, y la publicidad desaparece si no sirve de nada. Y ahí es donde entro yo. Manipulo estadísticas para que las empresas que cuelgan sus anuncios crean que mucha gente clica en los pop-ups. Y aquí está el truco...
Echó un nuevo trago antes de continuar.
- … no se pueden manipular las estadísticas sin más, porque las empresas publicitadas normalmente utilizan sus propios programas para rastrear la IP de los visitantes. Así que altero los comandos de cada página web para que, cada vez que entras en ella, el explorador entre primero en la página de la empresa publicitada y luego te redirija automáticamente a la web inicial. El resultado es que, cada vez que entras en Internet, estás visitando sin saberlo cientos de páginas de publicidad. Todo esto, por supuesto, sin que el explorador lo registre.
- Entonces… ¿te pagan para engañar a las empresas que, a su vez, pagan por colgar publicidad?
- Les sale a cuenta. Y hay cosas mucho más retorcidas. ¿Sabes por qué cerró Napster?
- Diría que por orden judicial.
Levantó un índice pálido, enjuto, tenso como un trozo de tiza, y lo agitó en el aire.
- Si fuera por eso, no habrían aparecido más programas similares. La gente paga un dinero por una conexión ADSL para poder conectarse a Internet durante todo el día y descargarse todo lo que quieran. Algunas empresas de telefonía pagan en secreto a discográficas y productoras de cine y TV para que Ares, Emule y etcétera mantengan el flujo de archivos sin que nadie llame a los tribunales; al menos era así hasta que esto se legalizó bajo el nombre de Spotify. Y no hablemos de Megaupload, Rapidshare y otros servidores de descarga directa de archivos. Esos me pagan para colgar archivos falsos –porno y cosas así- sólo para que la gente descargue más y más cosas, el tráfico se mantenga y así todas las empresas tengan su dinero. Es así.
La chica restó en silencio. Mantuvo la mirada fija en la de él, como si intentara percibir algún atisbo de sarcasmo.
- ¿Realmente funciona Internet así?
Él la miró con una expresión divertida.
- ¿Qué quieres decir?
- No lo sé, tal y como lo estás pintando… es como si todos engañaran a todos.
- No es “como si” todos engañaran; todos engañan. La televisión lo hace de constante y no parece que la gente se queje.
- Ya, pero tú estás ahí en medio y sólo contribuyes a que esto vaya a peor.
- Despierta, chica. Es el siglo XXI. Y yo no tengo la culpa de que las cosas estén como estén; me limito a hacer lo único que se me da bien.
- Si todos fueran como tú, hace tiempo que nos habríamos extinguido.
- Lo sé. Pero tú, aun sabiendo todo esto, te conectarás a Internet esta misma noche y confirmarás que ya estamos extintos –y terminó su cerveza.
La imaginó por un momento como si fuera una más de entre las millones de líneas de código que había procesado a lo largo de su vida. Nada más que una cadena de combinaciones binarias, comandos y ecuaciones; un cuerpo matemático que se cree humano.
- Pues así es. Es lo que he sido durante toda mi vida. Y lo único que sé hacer.
El chico sostenía el vaso de cerveza con el pulgar y el índice, como si fuera una copa de vino. Incluso la agitaba un poco en lo que parecía algo a medio camino entre el artificio y la inestabilidad mental. Miraba a los ojos al hablar, pero no parecía responder directamente a ninguna mirada.
- ¿Pero cómo te ganas la vida? ¿Pirateas cuentas bancarias o algo así?
- Podría hacerlo, en realidad es demasiado fácil, pero no. Trabajo para diversas empresas.
- ¿Qué empresas?
- Es un poco complicado de explicar.
- Bien, pues ponme a prueba.
La chica le había dedicado una sonrisa desafiante después de decir eso. En retos intelectuales no me ganarás, chaval. Bebió de su cerveza y mantuvo después el vaso en la mano.
- ¿Qué sueles hacer cuando estás en una página cualquiera y aparece un pop-up de publicidad?
- Pues... cerrar la ventana, normalmente.
- Normalmente, no. Siempre. No te interesa nada de lo que te ofrecen; tú no entras en manicura.com para que te vendan una moto, literalmente una moto. Aceptas a la publicidad como algo que tiene que estar ahí, al igual que en la calle o en la tele, para que el sistema funcione. Hasta aquí todo correcto, ¿verdad?
La chica asintió.
- Sin embargo, el propósito de la publicidad es que funcione. Hay muchas empresas cuya presencia en Internet depende de la publicidad, y la publicidad desaparece si no sirve de nada. Y ahí es donde entro yo. Manipulo estadísticas para que las empresas que cuelgan sus anuncios crean que mucha gente clica en los pop-ups. Y aquí está el truco...
Echó un nuevo trago antes de continuar.
- … no se pueden manipular las estadísticas sin más, porque las empresas publicitadas normalmente utilizan sus propios programas para rastrear la IP de los visitantes. Así que altero los comandos de cada página web para que, cada vez que entras en ella, el explorador entre primero en la página de la empresa publicitada y luego te redirija automáticamente a la web inicial. El resultado es que, cada vez que entras en Internet, estás visitando sin saberlo cientos de páginas de publicidad. Todo esto, por supuesto, sin que el explorador lo registre.
- Entonces… ¿te pagan para engañar a las empresas que, a su vez, pagan por colgar publicidad?
- Les sale a cuenta. Y hay cosas mucho más retorcidas. ¿Sabes por qué cerró Napster?
- Diría que por orden judicial.
Levantó un índice pálido, enjuto, tenso como un trozo de tiza, y lo agitó en el aire.
- Si fuera por eso, no habrían aparecido más programas similares. La gente paga un dinero por una conexión ADSL para poder conectarse a Internet durante todo el día y descargarse todo lo que quieran. Algunas empresas de telefonía pagan en secreto a discográficas y productoras de cine y TV para que Ares, Emule y etcétera mantengan el flujo de archivos sin que nadie llame a los tribunales; al menos era así hasta que esto se legalizó bajo el nombre de Spotify. Y no hablemos de Megaupload, Rapidshare y otros servidores de descarga directa de archivos. Esos me pagan para colgar archivos falsos –porno y cosas así- sólo para que la gente descargue más y más cosas, el tráfico se mantenga y así todas las empresas tengan su dinero. Es así.
La chica restó en silencio. Mantuvo la mirada fija en la de él, como si intentara percibir algún atisbo de sarcasmo.
- ¿Realmente funciona Internet así?
Él la miró con una expresión divertida.
- ¿Qué quieres decir?
- No lo sé, tal y como lo estás pintando… es como si todos engañaran a todos.
- No es “como si” todos engañaran; todos engañan. La televisión lo hace de constante y no parece que la gente se queje.
- Ya, pero tú estás ahí en medio y sólo contribuyes a que esto vaya a peor.
- Despierta, chica. Es el siglo XXI. Y yo no tengo la culpa de que las cosas estén como estén; me limito a hacer lo único que se me da bien.
- Si todos fueran como tú, hace tiempo que nos habríamos extinguido.
- Lo sé. Pero tú, aun sabiendo todo esto, te conectarás a Internet esta misma noche y confirmarás que ya estamos extintos –y terminó su cerveza.
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