Cruzas la fila de pinos, el sendero estrecho, la verja blanca; pese a la oscuridad, aún puede distinguirse el jazminero; un guardián silencioso que rodea la puerta frontal. Parece que oye tus pasos, porque abre la puerta antes de que puedas llamar. Quizá su voz ha cambiado un poco, quizá también la cara. Es difícil de decir.
- Sí, sabía que vendrías por esta hora. Acabo de oír el coche. Pasa.
Sigue ahí, (Welcome back, hon!), bordado en la alfombra rosa de la entrada. Parece raro que siga ahí; quizá no sería ninguna sorpresa si la hubiera quemado.Todo está como hace unos días, lo que no es decir mucho. Hay como una distancia. Sonríe, señala el asiento, ofrece el té; pero aún así, no parece estar haciendo realmente nada. Al menos nada en lo que tú debas participar.
- Ya te dije que éste no era un buen momento. Sabes que me importas, que siempre me voy a alegrar de verte. No es un buen momento para hablar, nada más. No me entero mucho de lo que pasa ahí fuera.
En la cocina, en cambio, no queda ningún rastro de lo que dejaste. Claro que tal vez no pisaste demasiado la cocina. Quién sabe, dos años es mucho tiempo; debiste al menos comprar alguno de esos muñequitos de la pastelería y ponerlo encima del microondas. Te hubiera gustado verlo ahí ahora.
- No...se me ocurre nada que pueda decirte, creo que lo he dicho todo ya. Al menos tan bien como he podido explicarlo. No le pido a nadie que se esfuerce en comprenderme porque a veces puedo ser un desastre, me doy cuenta. Lo hago, lo digo lo mejor que puedo.
Esta mesa, en cambio, es distinta. Tampoco tiene ningún rastro físico de lo que fue tu paso por ahí, pero así y todo, la mesa parece tuya. No hace falta colocar nada ahí encima; la mesa misma lo confirma, es un axioma inmediato y encima delante de tus narices. Estuvieron tus macarrones, tus lentejas, tu arroz al curry y tu intento de paella, y también tus cervezas y tus vasos de vino. Tus ceniceros.
- Ocurre que estas cosas pasan. El tiempo pasa. Y yo soy la clase de persona que, que, que debe estar aquí. Que debe estar sola. Es una constante en mí. No lo veas como algo que compadecer, porque no lo es. Yo estoy bien. Estoy muy en calma. Contigo también estuve bien. Pero en el fondo seguía faltando algo. Siempre seguía faltando algo.
Un día os tumbásteis sobre la mesa cuando ni siquiera habíais retirado los platos. Respirásteis durante un buen rato y después os mirásteis. También durante un buen rato. No te habría importado no volver a moverte en la vida. El resto del cosas, al final, no importan. Últimamente casi nada importa.
- Tú sabías que antes de conocerte ya era así. Sé que te lo he mencionado varias veces. En mí todo tiene una vida muy corta, las relaciones no son una excepción. Relaciones amistosas, relaciones serias, bueno, qué más da. Siempre he terminado por evadirme de ellas. Creo que lo sabías. Si no, es tal vez porque en realidad nunca me conociste.
No recuerdas muchos conflictos. Algún malentendido, algún debate que termina saliéndose de lugar, estupideces de la convivencia. Desde luego, nada serio. La cosa tardó en empezar a torcerse; puede que unos dos o tres meses antes del final. Y no se puede decir que alguno de los dos tuviera la culpa de esos problemas, cuando surgieron. Eso fueron cosas casi inevitables. Es decir: fueron inevitables.
- Lo mismo he cambiado. Yo qué sé. Igual debería decir que he regresado a la normalidad. Claro que me acuerdo de ti. Siempre voy a acordarme de ti, de alguna forma u otra. Pero, en fin, eso es lo que nos pasa siempre con casi todo el mundo. Tú eras más importante, desde luego. Pero es lo mismo: al final, cada uno por su camino y yo por el mío. No sé muy bien hacerlo de otra forma.
No fue tan duro al principio. No dejó de ser una etapa de transición, claro, con todo lo que eso conlleva; hubo cosas a las que costó acostumbrarse. Pero asumiste desde el principio que se había acabado y que no convenía darle demasiadas vueltas. Había otras muchas cosas por hacer. Se sufre, pero eso siempre termina pasando por la razón que sea; la cuestión es seguir adelante. Intentar permanecer tranquilo. No se puede hacer mucho más.
- Claro que estuve bien contigo. Mucho más que bien. Esto no tiene nada que ver con el rencor, ni con el enfado, ni siquiera con la tristeza. Ya te digo que el tiempo pasa y ni tú ni yo podemos cambiar eso. Un día estás aquí y al otro ya no. A veces a la gente incluso le da por morirse, y entonces ya sí que no están en ningún sentido. Uno puede marcharse de muchas formas, por distintos motivos, pero al final el resultado es el mismo.
Dirías que acabó bien, en paz, sin cólera. Era una ruptura, pero no terminó de parecer que allí se estuviera rompiendo algo. No habría por qué no volver a visitar la casa de vez en cuando. Allí siempre creíste estar bien.
- Y creo que tampoco me estás escuchando, o soy yo, que me cuesta explicarme. No se trata de ti, te lo repito; se trata de mí. Está sucediendo lo que siempre sucede conmigo. Y en el mundo pasa lo mismo en otras 500 ciudades cada día. No tienes nada de qué arrepentirte. Aunque sí te diré una cosa.
No se puede percibir la pérdida, piensas. Uno no comprende de inmediato que está perdiendo algo. Y si lo hace, es porque se trata de algo que no tiene realmente importancia. Por eso al principio era extraño. A lo mejor no era más que un gesto vacío o un cambio en el tono de voz. Pero a lo mejor no. Y todo esto no le viene nada bien al ritmo de sueño.
- Quizá, pero no deberías hacerme mucho caso. Es una tontería. Ni yo puedo decir qué significado tiene, sólo sé que me dio esa impresión. Quiero decir, la impresión de que todo acabó demasiado bien. Demasiado fácil. Como si alguien hubiera estado esperando a que uno de los dos hiciera algo para impedir que se acabara. Pero que ninguno de los dos se movió. No sé. Es una tontería, créeme, no sé ni por qué lo he dicho.
Sientes que algunas cosas no se pueden olvidar. Cosas que quedan en su contexto, en su pequeña jaula del pasado, pero siempre a la vista. Cosas que desenvuelven pequeñas esperanzas, o que le hacen sentir a uno que ya está, que ya no hace falta nada más. Cuando toca darse cuenta del poco resultado que todo eso ha terminado dando, uno se hace todo tipo de preguntas. Lo mismo no conviene hacérselas. Son la clase de preguntas que uno se hace como con precaución.
- Es sólo que, es como si, lo mismo que el principio estaba ya escrito, también lo estaba el final. Ya me ha pasado antes, ya te lo he dicho. Pero que todo salía en el fondo como estaba previsto. No sé, mira, es que yo tampoco lo entiendo bien. Pero no tiene importancia. Es una, es, olvídalo.
Después todo es aún más extraño. Todo está hueco. Si tiraras una pelota hacia cualquier lugar, no haría más que rebotar de vuelta; hay paredes por todas partes. No hay forma de ver bien lo que sucede a tu alrededor. Nadie sabría decirte bien adónde habría que ir a partir de ahora.
- La cuestión es que así es como ha resultado. Esto es lo que ha pasado. No hay por qué montar una tragedia. Es lo que es. Y yo tengo mis cosas que hacer, y tú tienes las tuyas también. Y yo estoy bien, y tú estás bien. No es nada triste.
Quizá sea miedo. Pero miedoaqué, miedodequé. Es difícil saber si has pasado por esto antes. Tienes la sensación de que sí, pero es difícil recordar cómo o por qué se esfumó. Quizá ya ni recuerdes a qué se debía. Es difícil pensar en estas cosas.
- Quizá cada vez nos veamos menos. Quizá no nos volvamos a ver. Es bastante probable. Si te fijas, tu camino y el mío tienen bastante poco que ver. Nunca habrá ningún problema por mi parte. Estará todo bien. Nos abrazaremos si nos vemos por la calle. Será distinto, pero es que siempre es todo distinto. Nosotros no ponemos las normas.
Es como sentir que algo no cuadra. Que lo que te están diciendo tiene mucha lógica y ningún sentido a la vez. Que si pusieran un arco en tus manos no sabrías ni hacia dónde apuntar. Que deberías estar en otro sitio, haciendo algo distinto, pensando en cosas totalmente diferentes, leyendo un libro, escuchando música, trabajando.
- Yo sé que cuento para ti. Sé que te importo. Y por eso mismo sé que me entiendes. Ninguno de los dos tiene que lamentar nada. Ambos nos deseamos suerte. Queremos que nos vayan bien las cosas. Lo sé.
Que tal vez deberías levantarte de la mesa, marcharte y buscar algún lugar en el que poder hacer todas esas cosas. Y prácticamente es lo que se te está pidiendo que hagas. Pero no puedes, no; aún n:. hay algo que falta. Hay algo que falta por hacer aquí.
- No quiero que suene frío. Pero tampoco puedo hacer nada si lo es. No puedo pretender ser una persona que no soy.
La cama estaba bajo la ventana del cuarto; la movíais una vez al mes para barrer el polvo de debajo. En el recibidor colgásteis uno de esos atrapasueños típicos del Perú, o de Bolivia, donde fuera; luego lo cambiásteis por un muñeco de Mafalda. Nunca os pusísteis de acuerdo en si habría que comprar otro sofá o no. La tele se estropeó un día, pero a ninguno de los dos le interesó llevarla a reparar. Todas estas cosas deberían hacer algo juntas; formar un rompecabezas , completar un puzzle. Formar un todo.
- Hace frío ahí fuera. Abrígate antes de salir.
El jazminero sigue estando ahí, rodeando la puerta. Tras la verja blanca se abre el sendero, poco después se llega a la línea de pinos. Luego puedes quedarte sentado al volante, sin arrancar el coche, mirando al frente. Pensando en lo que quieras. Durante el tiempo que quieras. La casa estará ya lejos.
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