Pero choca contra el aro y cae directamente sobre las manos del padre, al que le basta un ligero salto para devolver la pelota al interior de la canasta.
- Trece-dos. ¿Dónde coño tienes la cabeza?
Él permanece en la línea de tiro libre, el sudor convertido en una doble cortina que nace en la mandíbula y muere sobre el cemento de la pista, subrayando el contorno de su propia sombra.
- Catorce-dos. Sabes que vamos a seguir aquí hasta que me ganes, así que empieza a aplicarte.
La tarde está agonizando. El sol es ya un semicírculo ahogándose bajo el horizonte, lejano como la victoria misma; la mente del hijo, ensordecida por el cansancio, es una cámara hueca en la que sólo puede encontrarse un único sonido, una única voz ominosa.
- Quince. Dieciséis. Crees que estás agotado, pero es mentira. Es lo mismo que te hizo pensar que no podrías ganar a Óscar en la pelea, o que no podrías aprobar matemáticas. Todo mentira. ¿Sabes cuánto dinero me dejo para que puedas seguir yendo a la escuela? ¿Para que tu madre pueda darte de comer? ¿Sabías siquiera que yo pagaba todas esas cosas?
El hijo decide que va a alejarse de la cancha; regresará a casa para crecer medio metro, desarrollará músculo, sangre, coraje, destrozará física y moralmente al padre, ganará siempre; lo decide todo en diez dulces segundos. Pero el rostro cuadriculado, el torso insultante, las oscuras piernas siguen ahí, sumando punto tras punto, aniquilando sonrisa tras sonrisa, destrozando una etapa tras otra, como un maloliente trapo que borre cada uno de los aciertos y triunfos que ha tenido hasta ahora. Un deus ex machina que se ha pasado al bando del diablo.
- Diecisiete. Dieciocho. Diecinueve. Ya ni siquiera miras al aro, ¿eh? Pues bien que mirabas al juez cuando dijiste que preferías vivir con la zorra de tu madre.
¿Cuántas comidas calientes te ha preparado para sobornarte? ¿Te da besitos de buenas noches? ¿Te limpia el pis de la cama? ¿Te trata como al crío que te gusta ser?
La luz del sol desciende y se ve reemplazada por el mañana; un mañana sin obstáculos ni pesadillas, un futuro que no concibe más al padre, una cañería libre de obstrucciones. El hijo inventa una tecla con la que curar todos los males con un solo movimiento digital. Suprimir a Papá: Aceptar / Cancelar. Pero los brazos son ya el suspiro de un saltamontes moribundo: no pueden con la pelota, ni con la tecla, ni con el cuerpo.
- Veinte-dos. Lo mismo estás pensando que todo esto es injusto. Que por qué cojones tendré que ser tan duro contigo. Crees que soy un cabrón tocapelotas, seguro, pero todo esto lo hago por tu bien. Cuando seas mayor lo entenderás. Ahora deja de llorar y gáname, porque es eso o morir aquí, ¿me comprendes?
Entonces, justo tras estas últimas palabras, al hijo lo devora un soplo de fuerza. La luz parece regresar al instante. Una idea, una genial e irrepetible idea amanece en su mente. Por fin sabe qué debe hacer. El hijo levanta la cabeza, apunta al aro, frunce el ceño, entrecierra los ojos. El balón surca de nuevo el aire.
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