Georges Prosper Remi
(Hergè)
1907-1983
47 años de trabajo, más de 230 millones de ventas, un total de 58 traducciones. Las cifras siempre prestan servicio a una síntesis incapaz de hacer justicia a los más profundos, auténticos elementos del hombre. Tintín, el incansable y bondadoso reportero, cumple en realidad dos papeles distintos: en la superficie, el del aventurero más famoso de la historia del tebeo. En lo profundo, la extensión bidimensionalizada de la compleja, inquieta y enigmática personalidad de su creador, Georges Remi.
Los primeros dibujos de Georges fueron producto de la imaginería infantil en aburridas horas de clase: con la Primera Guerra Mundial recién empezada, Remi se servía de los márgenes de sus cuadernos para caricaturizar a los invasores alemanes. La base del personaje que encubiertamente representaría su deseo de convertirse en héroe la dispusieron sus años en el cuerpo de los boy scouts, organización cuya filosofía de vida le influyó hasta el fin de sus días. La mitad restante de Tintín fue consecuencia de la destacada astucia de un abad llamado Norbert Wallez.
Wallez era el editor de Le XXe Siècle, diario de corte católico. Como profundo admirador del fascismo italiano, su idea de crear una sección para jóvenes en el periódico no tenía el entretenimiento como único propósito: era también un intento de infundir ideas políticas en los niños. En el joven y talentoso Remi, por entonces colaborador en el departamento de publicidad del periódico, encontró una perfecta herramienta para cumplimentar su propósito: el Tintín de las primeras entregas era a todas luces un maniquí del totalitarismo insurgente en Europa; un boy scout de aspecto angelical que desmantelaba el gobierno soviético y recorría una África poblada por salvajes destinados a ser reconvertidos por los colonizadores europeos. Hergè reconoció mucho después que no se sentía verdaderamente responsable de la clase de ideologismo cuya obra transmitía: "Yo me dedicaba a dibujar. Para mí, todo era un simple juego en el que estaba al servicio de las ideas que por entonces, sin lugar a dudas, se consideraban correctas".
Dicho juego evolucionó en 1934. Las aventuras de Tintín eran ya un fenómeno en Bélgica y Hergè decidió que su siguiente aventura transcurriría en el continente asiático. Tuvo la suerte de conocer a un joven llamado Chang Chong-Jen, escultor y poeta que se convirtió en un prodigioso guía espiritual para el ilustrador. "Me introdujo en un mundo totalmente nuevo... todo tenía sentido a su lado. Adoraba su compañía". "El Loto Azul" supone un primer punto de inflexión en la carrera de Hergè: el retrato de una China en las vísperas de la invasión japonesa supuso el primer retazo de independencia ideológica en su trabajo. De la mano de Chang, Hergè comenzaba a abrirle las puertas a un deseo natural de libertad. "El cetro de Ottokar" mostró a Tintín sofocando una rebelión militar liderada por un pretendido dictador llamado Müsstler. Mussolini + Hitler. Pequeños gritos hábilmente escondidos que tardarían su tiempo en ser escuchados.Wallez era el editor de Le XXe Siècle, diario de corte católico. Como profundo admirador del fascismo italiano, su idea de crear una sección para jóvenes en el periódico no tenía el entretenimiento como único propósito: era también un intento de infundir ideas políticas en los niños. En el joven y talentoso Remi, por entonces colaborador en el departamento de publicidad del periódico, encontró una perfecta herramienta para cumplimentar su propósito: el Tintín de las primeras entregas era a todas luces un maniquí del totalitarismo insurgente en Europa; un boy scout de aspecto angelical que desmantelaba el gobierno soviético y recorría una África poblada por salvajes destinados a ser reconvertidos por los colonizadores europeos. Hergè reconoció mucho después que no se sentía verdaderamente responsable de la clase de ideologismo cuya obra transmitía: "Yo me dedicaba a dibujar. Para mí, todo era un simple juego en el que estaba al servicio de las ideas que por entonces, sin lugar a dudas, se consideraban correctas".
Cuando Alemania invadió Bélgica, el XXé Siècle fue censurado y Hergè debió proseguir su trabajo en Le Soir, diario cuya dirección pasó pronto a quedar sometida a la autoridad nazi. Súbitamente, la política y la crítica desaparecieron en los comics de Tintín, y Hergè fue tachado de traidor y colaboracionista por un amplio sector de la población. "Verá usted, lo único que estaba haciendo era trabajar, igual que lo hacía un minero o un conductor en el contexto que se les permitía. No entendía por qué a ellos no los tachaban de colaboracionistas, y a mí sí". Paradójicamente, muchos críticos consideran que en esta época se producen los mejores números de Tintín: Hergè se ve forzado a desarrollar tramas más ricas, a incurrir en el mundo fantástico y a introducir un amplio elenco de personajes nuevos, incluyendo al volátil y archiconocido capitán Haddock. El barbudo marinero con tremenda facilidad para el exabrupto era, sin embargo, mucho más que un añadido cómico en las historietas de Tintín: con el tiempo, pasaría a convertirse en el molde en que Hergè vertía, siempre con sutileza, su sinceridad emocional.
Cuando cae el régimen nazi, Hergè es detenido e interrogado como muchos otros periodistas belgas. No llega a ser encarcelado, pero su nombre queda fijo en la lista negra del pueblo belga para siempre; la cicatriz es profunda. El periodista Raymond Leblanc le ofrece proseguir con su labor en un nuevo periódico, donde Hergè deja de ser dueño de su destino: Leblanc exige dos páginas a la semana, lo que le obliga a concentrar mayor espectacularidad y ritmo en el espacio disponible. Tan agotador es el trabajo que en varias ocasiones escapa a Suiza, por pura huida balsámica. "Tienes un talento fabuloso, y siempre lo has utilizado para bien", le escribe su mujer. "Georges, si no regresas por mí, al menos regresa por Tintín".
La paradoja persigue a Georges Remi. La inauguración de los Hergè Studios en 1950 le proporciona auténtica libertad creativa por primera vez, pero al poco se enamora de Fanny Vlamnyck, una joven artista que trabaja en su propio taller. El perpetuo conflicto emocional al que se ve sometido le provoca incesantes sueños en los que todo es blanco; interminables llanuras y colinas cubiertas de nieve. Blanco sempiterno.
"Tintín en el Tíbet" no es solamente una maravilla del noveno arte. Es también, para un lector con ojo diestro, una oportunidad para adentrarse en una psique que se desmorona, que es incapaz de contar sus propios cuentos sin derramar hasta la última gota de su sinceridad en ellos, aunque todo quede soterrado por la nieve, por la inocente máscara del cuentacuentos. "En un momento dado acudí a un psicoanalista suizo del que me habían hablado muy bien. Me dijo que yo estaba poseído por una suerte de fantasmas blancos; demonios a los que yo debía exorcizar. Me recomendó que descansara, que dejara de trabajar en Tintín. Pero aquello no se correspondía con la mentalidad de un boy scout. Un boy scout persiste, lucha... y así hice. Exorcicé a mis demonios blancos. Dejé a mi mujer. Acepté no ser inmaculado".
A medida que envejecía, Hergè publicó nuevas aventuras de Tintín con cada vez menos regularidad. Los acuerdos para adaptaciones cinematográficas de Tintín le reportaron sustanciosos fondos con los que pudo, por primera vez, viajar tanto siempre había deseado, en especial a través de Asia; allí, según sus conocidos, concentró todos sus esfuerzos en reencontrar a su viejo amigo Chang Chong Jen, con el que había perdido contacto desde los inicios de la segunda guerra mundial. Hergè no había olvidado a un amigo que, de hecho, jugó las veces de personaje asiduo en las publicaciones de Tintín y de leit motiv de Tintín en el Tíbet, donde el reportero y sus amigos recorrían las escarpadas cordilleras de Nepal intentando encontrar a un hombre que todos presuponen muerto.
Su deseo se hizo realidad en 1981, cuando llegó a sus oídos que Chang, después de varias décadas de miseria y olvido, había logrado remontar poco a poco el vuelo hasta convertirse en director de la Academia de Bellas Artes de Shangai. En directo para todos los canales de la televisión belga, la realidad se fusionó con el arte: Hergè y Chang se dieron un emotivo abrazo más de cuatro décadas después de su último encuentro.
Apenas año y medio después, Georges Remi fallecía víctima de una leucemia que acarreaba desde hacía varios años. El legado que dejó al mundo parece negarse a flaquear: cada nueva generación disfruta de las aventuras de Tintín y sus compañeros en un fabuloso ejemplo de la inmortalidad del arte. La fascinación por Hergè ha crecido asimismo al paso de los años, pues si bien los niños gozan de sus aventuras, los adultos encuentran en ellas un maravilloso compendio de lo que fue el siglo XX. Hergè, por encima de todo, deseó ser siempre un artista; y como tal, dejó que su experiencia, su sincera emotividad, su talento narrativo y su imaginación trabajaran conjuntamente para forjar la leyenda de un personaje inmortal. Un personaje que obró como silenciosa elongación de su propio creador y de los deseos del mismo: su deseo por absorber el mundo, su deseo por ver al bien triunfando sobre el mal, su deseo por ser libre. ¿Consiguió Georges Prosper Remi cumplir sus sueños? Puede que aún tenga tiempo; gracias a su hijo artístico, su figura sigue viva. Más viva que nunca.
2 comentarios:
¿Has pensado alguna vez en dedicarte a esto, como profesión? Vaya pregunta, supongo que sí...
¿A qué te refieres? ¿A desenterrador de personajes semiconocidos? xD.
Si te refieres al periodismo... que sepas que, en parte, estás hablando con un periodista frustrado.
Mejor dejaré dicha competencia en tus manos, donde creo que permanecerá bien a salvo.
Publicar un comentario