T.J.E. - Vol. 9

De vuelta aquí donde me crié, y bien pronto llegan Agustín, Ivan, José Carlos y los muchachos.
- Por fin has vuelto, so hijoputa.
- Y esta vez no te nos escapas.
- ¿Qué podemos hacer con él? A ver, ¿qué hacemos?
- Llevémoslo donde siempre- decide Ivan mientras empina su lata de cerveza mientras camina por la acera.
El suelo del paseo está lleno de latas de atún y excrementos de perro. Los chicos arman un jaleo de mil demonios y todavía son las cuatro de la tarde, pero nadie se vuelve para mirarnos ni se oyen protestas desde los balcones. El sol domina el horizonte, más allá de la antigua vía ferroviaria y los barracones abandonados. Me doy cuenta de que Agustín está cubierto de arrugas por todo el rostro. Ha envejecido quince años en el espacio de cinco.
- Nos las tomamos aquí - y abre de un empujón la cancela de un portal.
Paco se sienta en las escaleras mientras saca papel de un bolsillo y chismorrea que esto me debe sonar de algo. Miro a mi alrededor: el suelo de mármol travertino, el rojo desvaído de las puertas de los ascensores, el mostrador del portero que huele a polvo secular. Hay algo que ha cambiado, en realidad, aunque no sé el qué.
Ivan me señala con la botella de Jack Daniel's.
- Este tipo. Este tipo.
Lo dice con una aureola orgullosa en los labios, como si estuviera diciendo algo profundamente inteligente y revelador. Los demás me miran de reojo. Temo que se estén riendo de mí, pero en sus rostros distingo un trazo nítido de afecto. La ola de hedor sudado rompe la presa: Paco está ahora a mi lado.
- Todas unas zorras - me dice -. ¿Sí o no?
Los demás lo corroboran con afirmaciones jubilosas.
- Joder, te me tienes que querer un poco más - prosigue el gigante-. Hay por ahí muchas más. Yo tengo una prima en Salou...
- Allá donde uno fue feliz - dice Ivan -, no se ha de volver nunca.
Y traga de su Jack Daniel's mientras ancla sus ojos en un horizonte vacío y enfermo.
Escucho los pasos bajando las escaleras poco antes de verla. Está preciosa como siempre. Lleva una camiseta verde sin mangas, unos pantalones muy cortos. Su eterno bronceado recorre el arco enjuto de sus piernas. La llamaban "mi latina". Su madre y su hermana mayor van con ella de la mano.
Se parece a un sueño profundo. Susurra una frase corta, y se acerca a mí mientras se pasa la mano por los cabellos. Los desriza como si para ella supusiera una hermosa liberación. Me mira ilusionada, sonriente como sólo la vi en los primeros días y como nunca había esperado encontrarla.
Ven, le digo. Y ella se queda sonriendo frente a mí, hasta que la madre y la hermana la arrastran del brazo mientras me lanzan miradas de reproche... y de temor. Se deja arrastar, pero en su rostro aguanta la sonrisa y en su sonrisa aguanta la corola sonrojada.
- Sabía que eras un debilucho - se mofa Agustín bajo una nebulosa de humo de hachís. Los chicos están sentados de cara al portal y el atardecer cae tras la puerta acristalada. Mis manos están pobladas de arrugas, igual que mi rostro y los de los muchachos. Ella, en cambio, casi parecía haber retrocedido en el tiempo hasta su adolescencia, cuando estaba dispuesta a asumir el riesgo de enamorarse de mí. Nosotros somos lo único que ha envejecido en el lugar.
- El otro día le partí la cara a un imbécil...
Lo dice José Carlos, y entre eso y la mirada de la madre y la hermana, que siguen en la calle tras el portal, me doy cuenta de que realmente estoy soñando. Tengo la sensación de que ella está a punto de volver, y que me sonreirá mientras me acaricia las puntas de los dedos y se los lleva a la boca. Pienso en sábanas empapadas en sudor, en la oscuridad de mi habitación; cosas que me rodearán en cuestión de segundos. Me siento con los muchachos y me quedo con la botella entre las manos, mirando en silencio hacia la calle junto a ellos. No voy a moverme de aquí.


4 comentarios:

nunca contentos dijo...

Impresionante.

Ferran Vega dijo...

Sabes, querida MV, que no suelo postear comentarios por aquí...

Pero qué demonios. Un enorme GRACIAS.

P.D. Quiero ver tu blog actualizado YA.

Ilitia dijo...

La nostalgia y el estado onírico. Un cockteil masivo.

nunca contentos dijo...

Gracias, Lars.

Por cierto, tampoco tú eres eres un escribe naderías.

Como dices, hay mucho papanatas. Pero también es cierto que hay rincones que esconden gente interesante. Muy interesante.
Supongo que es parte de esto; me refiero al exceso de "nada" y a lo pequeño que uno se siente cuando tropieza con un "todo". Me refiero a lo de dejar de verle el sentido, encontrárselo multiplicado por mil, que te deje de importar todo salvo la grata sensación de escibir simplemente porque sí...

Hmmm... Los vaqueros... Los adoro.