Cronología de una enfermedad:
El amanecer ya no existe. Todo cuanto relucía está ahora enterrado. Esos ojos, que solían estar hambrientos, son hoy pura anorexia; lo que confirma que has dejado de creer en muchas cosas. La vida canta a tu alrededor, pero no oyes más que el correteo de una lagartija. Qué sentido tendrá saber quién eres, qué haces aquí o por qué te mirarán así desde el otro lado del espejo.
En esta tesitura, podrías oir mil veces la palabra "catarsis" y taparte los oídos otras tantas. Lo cierto es que, cada vez que una lámpara se apaga, se ilumina otra en la mejilla opuesta del planeta. Lástima que presientas que el planeta no gira más. El universo se reduce al tamaño de una vulgar mierda de vaca, y como tal, podría ser aplastado por los pies de cualquier imbécil que no mire por donde anda.
Pero quieto ahí. Ahora te da por limpiar bien el vaho del espejo. Y resulta que estaba ahí. ¿Dónde narices se había metido todo este tiempo?
Lo mismo esperaba que lo encontraras, ¿no te parece? Quizá te necesitaba más que tú a él. Una eternidad esperando que te decidieras a mirarte y ¡por el amor de Dios!, que lo hicieras con los ojos bien abiertos.
Entonces vuelves a creer que hay luz entre los dedos de las nubes. El murmullo del gentío vuelve a parecer música; no será ninguna canción hermosa, pero suena a algo y lo percibes. El globo se pone de nuevo en movimiento.
Más allá de las cuatro paredes de carne que tenías por habitat natural podrían moverse muchas cosas. Lo sabías, por supuesto; pero no te habías atrevido a pensar sinceramente en ello. No hasta después de desempañar el espejo.
Presientes que algo va a suceder.
Y entonces la conoces a Ella.
En esta tesitura, podrías oir mil veces la palabra "catarsis" y taparte los oídos otras tantas. Lo cierto es que, cada vez que una lámpara se apaga, se ilumina otra en la mejilla opuesta del planeta. Lástima que presientas que el planeta no gira más. El universo se reduce al tamaño de una vulgar mierda de vaca, y como tal, podría ser aplastado por los pies de cualquier imbécil que no mire por donde anda.
Pero quieto ahí. Ahora te da por limpiar bien el vaho del espejo. Y resulta que estaba ahí. ¿Dónde narices se había metido todo este tiempo?
Lo mismo esperaba que lo encontraras, ¿no te parece? Quizá te necesitaba más que tú a él. Una eternidad esperando que te decidieras a mirarte y ¡por el amor de Dios!, que lo hicieras con los ojos bien abiertos.
Entonces vuelves a creer que hay luz entre los dedos de las nubes. El murmullo del gentío vuelve a parecer música; no será ninguna canción hermosa, pero suena a algo y lo percibes. El globo se pone de nuevo en movimiento.
Más allá de las cuatro paredes de carne que tenías por habitat natural podrían moverse muchas cosas. Lo sabías, por supuesto; pero no te habías atrevido a pensar sinceramente en ello. No hasta después de desempañar el espejo.
Presientes que algo va a suceder.
Y entonces la conoces a Ella.
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