La 43 / C



"Haga el favor de mirar al frente..."
Una vez más. Clamaría en voz alta por que terminasen, pero el doble fulgor blancuzco le cegaba y le provocaba un extraño escozor en los párpados. Y, al parecer, sólo estaban empezando.
"Bien. Ahora dése la vuelta."
Sintió unos dedos mecánicos danzando por el torso. Sólo eran caricias al principio; después los sintió incrustarse vivamente bajo las costillas. Recordó los tambores de las antiguas lavadoras cuando giraban sin cesar y producían un estruendo de mil demonios.
La voz provenía de algún recodo del techo. Era opaca, monocorde; con toda probabilidad, declarada vencedora entre otras tantas voces grises aspirantes a la misma ocupación de verdugo. Pudiera ser, antiguamente, una voz que se ganara el pan como locutor de bingo. "Cierre los ojos, por favor" Y yo que no he rezado en sesenta años, tiene su gracia..
Tras el blanco envolvente estaba el falso espejo. Y tras el falso espejo estarían ellos, haciendo chistes sobre ésta mancha en la pierna, o ésta arruga en el vientre o lo que había bajo él, que era una arruga en sí. No se sentía culpable Habría que equilibrarlo, ¿no? Y pensar que he estado en Lulong, y allí menos vergüenza sentía en absoluto por el odio. Bajó los párpados.
- Don Alonso -y ahora, un carraspeo-, es ligeramente posible...
La voz había asomado su primer vestigio de ánima al llegar a "ligeramente". Se mordió los labios.
-... que esto duela un poco. Si se lo toma con calma, le aseguro que todo saldrá bien.
En la profundidad radiante sintió sus pies despegarse un instante del suelo. La piel se le contrajo hacia el interior, como si en el habitáculo se hubiera producido un violento cambio de presión. Las venas se arqueaban hacia adentro, las uñas de los pies chirriaron y las creyó hundirse bajo la carne. De pronto la garganta hervía aunque no habían manos algunas a su alrededor Susana, cielo, lo que darías por no ver esto, antes desde luego no, no sucedía, y en el patio de Carmela se estaba tan bien, allá el campanario qué bonito al lado del oído mismo, sí, soy viejo y así se me queda el cuerpo, vamos no puede ser tan largo un silbido, agudo hasta la sordera, se volvía más fuerte y los tímpanos languidecían. Todo parecía desestructurarse: membrana, carne, recuerdo.
Cuando la alarma cesó, la atmósfera volvió a la normalidad. Ya no sentía ese vértigo desquiciante y supo que podría abrir los ojos. La blancura insondable de la sala se evaporó con fluidez: el espejo volvía a ser cristal transparente. Se sorprendió de lo poco que parecía haber cambiado todo allí detrás: el bonachón con gafas, el del pelo de puercoespín, el barbas de chivo: estaban en la misma posición que al principio.
- Es la 43 / C- dijo uno de ellos, sin darse la vuelta.
Así que era él quien hablaba. Las barbas de chivo parecían duras como las cedras de un estropajo. Tal vez se consideraba eso, hoy día, una señal de capacidad y liderazgo. Descendió una pantalla de magenta fosforescente hasta colocarse a su lado. Don Alonso vio un extraño esquema en ella: diría que era el esbozo de una silueta humana con varias marcas y capas irisadas que marcaban éstos y otros puntos.
- La 43 / C- confirmó el barbas -. Lo sabíamos desde el principio. Le agradecemos su colaboración. No olvide su ticket, caballero.
Se oyó un quejido atascado como de máquina de fax. Bajó la vista: una hendidura cercana a sus pies escupía una cuadrícula de papel. Seguro que usté no puede hacerse esta prueba porque las barbitas se le despeinarían, pues vaya si tan seguros estaban de que era ése número no haberme llamado, hijos de trató de reajustarse la mandíbula. Sólo recordaba un dolor semejante en la boca y le traía a la cabeza batas blancas, gorros clínicos verdosos, ortodoncias. Recogió su ropa y se encaminó a la puerta, entre amargos quejidos.


Veinte cuerpos se levantaron al unísono de los sillones. Alonso vio formarse un corro donde la expectación se convertía en pavor, como si el evidente dolor se propagara hasta intoxicar los rostros de sus compañeros.
- Don Alonso, ¿está usted...?
- ¿Bien? Inteligente pregunta, querido Luis. Que tengan mucha suerte, es todo cuanto les digo. Yo me voy a la pensión a ver si tienen algo para reajustarme la espalda. ¡Hijos de la grandísima...!
Carmina y Lucía Belmonte parecían especialmente afectadas. "Pudiera ser que nunca me han visto así, o pudiera ser que, como el turno va por orden alfabético..." Trataron de colocarle unos brazos aprensivos a la espalda. Se escindió de ellos.
- Vamos, no puede ser para tanto, al menos ha sido rápido, ¿no?
- A mí se me ha hecho una eternidad. Ya me contarán lo simpáticos que son esos medidores. "La 43 / C".... ¡puaj! Para esto antes bastaban un par de cintas métricas, otro poquito de ojo profesional, ¡y bien contento se quedaba uno!
- ¡Tiene toda la razón! - le apoyó Emiliano, con su bramido andaluz -. Estas nuevas tecnologías, rediós, ¿qué bien nos pueden hacer?
- No es ya la tecnología - corrigió Sempronio, tras las gafas de diseño -. Son las pseudotendencias modernas las que nos condenan. Las campañas publicitarias han ejercido su efectismo tan paulatinamente que ni nos hemos enterado de sus intenciones hasta hoy.
Emiliano aprobó, como lo aprobaba todo, con su enérgica palmada.
- ¡Y qué bien que habla usted! Mire, usted sí que tiene razón. Hay que hacer una manifestación contra esto, es lo que dije cuando empezaron a decir en el telediario lo de la propuesta, y nadie me hacía caso, ¡pues mira! De pronto... ¿cómo decían en el anuncio? "por una ecuanimidad social", "sin diferencias no hay discriminados..." ¡Ay que ver, si es que es para cagarse en los muertos del gobierno!
Don Alonso recogía el sombrero del guardarropa giratorio y se encaminaba al portón.
- Ecuanimidad, la que quieran. Gobierno, el que menos mal nos haga. Pero tener que aguantar todo esto por un puñetero traje...
Giró la manija y salió a la calle. La tormenta de invierno, con sus frenéticos copos danzantes, se filtró por un par de segundos en la sala de espera. Vio pasar una patrulla aérea, que irradió sus destellos azulados contra el laberinto de láminas acristaladas de los rascacielos. Megafonía llamó al siguiente de la lista.

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