Al principio no era más que una voz de fondo, un himno que resonaba por aquí y por allá, envolviendo ciudades enteras con su mensaje oculto. Una ola que lo cubría todo, que todo lo salpicaba con un interrogante salvaje. "Bailemos el agua". Los niños recorrían los patios de la escuela y las avenidas repiqueteando campanas, la base de las sartenes o todo cuanto tuvieran a mano, que en el caso de un niño en Navidad es mucho decir. Se sabía de amas de casa que, por una vez, dejaban aparcados el punto de cruz y los programas del corazón y hasta las tareas de la casa para pasarse tardes enteras hablando sobre el tema de marras... y luego sonreír como Caperucitas cuando el marido, que había recibido la primera onda del mensaje merced a comentarios poco esclarecedores de sus compas del taller o la oficina, no sabían muy bien cómo abordar la cuestión. "Bailemos el agua". Todos cuchicheaban y trataban de llegar a una conclusión. ¿Pero qué significaba?
Te parece muy curioso cómo el cuerpo, igual que una flor seca sobre la que acaba de caer un diluvio, se abre de sopetón a cualquier posibilidad; se retuerce de curiosidad y, por una vez, se está dispuesto a escuchar al sabelotodo más insoportable. Por aquella época, más que nunca, se podía palpar una barrera entre sexos. Ellas parecían saberlo todo, pero en cuanto a vosotros, no quedaba más remedio que pegar la oreja a la rejilla del lavabo de las chicas, o pedir un terrón de azúcar a la vecina y poner en práctica toda tu habilidad de comercial para ver si le escapaba alguna pista. Porque en un principio, ni tipas ni tipos: nadie parecía saber nada. Pero entre roces de hombro y señales con el dedo, entre nubes de tabaco que parecen saber más de lo que cuentan, entre miles de señales sutiles - esa sonrisita malvada a tus espaldas, ese corro dibujando una conversación privada- acababas por enterarte de quién podía conocer la respuesta. Y de pronto, ellas eran las reinas. Seres de otra galaxia. De pronto te bajabas los pantalones y te dabas cuenta de que eras de un rango inferior. Aunque, claro está, no desesperabas. Aún me parece que todos regresamos a nuestra infancia, jugando a espías y ladrones; y ni siquiera nos cuestionábamos acerca de la naturaleza de nuestra intriga.
Mira, yo te lo explicaría, pero creo que tendrías que haber nacido sin pene para poder comprenderlo; eso te lo susurraba Valeria, guardándose el billete de diez euros con que le habías arrancado poco más que una mirada compasiva. Así que mala suerte, decía, y recogía los periódicos y se largaba con su peto de repartidora y su viento fresco en la nuca. Vale, pasemos al plan B. Te aproximabas a Marta, ejemplar único que ponía en manifiesto la sabiduría del Señor por haber permitido la invención de la minifalda, y después de un par de maniobras distractorias -¿han contestado ya los inversores de Osaka? ¿Cómo lo ves? - sentías una punzada en todo tu orgullo cuando la voz de pito le cambiaba a otra cosa. "Bueno, en la puerta de tu despacho tienes la respuesta". Y al darte la vuelta se te caían los cojones de vergüenza al reencontrarte con el rótulo de 'Stop' que habías colgado allí para ahuyentar a jefes y a acreedores. Las piernazas italianas de Marta ya estaban al final del pasillo para cuando volvías a girarte con cara de croqueta.
Entonces, como último bote salvavidas, acudes a ella. Ella que siempre se portó tan bien contigo, que fue capaz de autoinculparse del asesinato 'involuntario' del canario, ella que te perdonaría que desafinaras en una orquesta de cretinos. Tu hermana es hoy la emperatriz de los confidentes, la corsaria más temida en el océano de los secretos; la generalísima en materia de filtraciones. Es a ella a quien hay que acudir.
- Siéntate y charlemos- te dice.
Obedeces, tan esmirriado como te sentías en tu primera entrevista de trabajo. Serías capaz de portarte como el más mísero rastrero del mundo con tal de saberlo. Por la ventana distingues la estela espumosa que parece dejar un vuelo comercial sobre los rascacielos; te atarías a la cola de ese avión con tal de que te lo contaran.
- ¿Que no sabes que la curiosidad mata gatos? Porque los tíos sois como gatos. O perros, o morsas. Por eso nunca lo sabréis. Los samuráis, los rabinos, los hampones. ¿Sabes qué empareja a todos ésos? Un código de honor que tienen que respetar para que el orden del mundo no se tambalee. Si te contara eso, tendría que matarte. Sí, es algo que sólo pueden saben las mujeres; y más en concreto, cierto grupo de mujeres. Tú sigue indagando; total, son aguas tan pantanosas que no creo que te dejen volver a la superficie.
Entonces, para cuando la confusión te ha convertido en una peonza que duda de su propio equilibrio mental, resulta que existe. En ese acorazado subsistema de secretos, en la madriguera de las conspiraciones a sotto voce, existe una falla. Y cuanto más te pones a buscarla, más lejos queda. Sólo restaba, pues, tirarle una piedra al panal y confiar en acertar en el minúsculo punto débil. Y si no, ya podías correr como el viento.
***
Le tendí la mano a Julián, quien tras un desastroso comienzo en el que podría haber hundido la empresa en dos horas, había terminado por afianzarse mi simpatía. Era un tipo agradable, aunque no dejaba de cagarla y se empeñara en mantener carita de inocente. No entendía lo de su melena de león, ni a santo de qué todos aquellos adornos de plata en imitación, cuando ni siquiera podía permitirse un coche para sí mismo; mucho más inquietante fue enterarse de que su cicatriz en la mejilla era falsa. Se parecía a un cuadro de Pollock: a cada segundo de observación se comprendía menos, y aun así no se podía dejar de mirar. Su casa estaba emplazada en un bloque de adosados a varios kilómetros de la ciudad; se sentía el olor a barro de periferia en los neumáticos. Le dije Óyesme, a ti, por un casual, no te dirá nada 'Bailemos el agua', ¿verdad? Entiéndeme, sobornaría a quien fuera antes que preguntarte a ti, pero es que eso ya lo he intentado. En fin, ¿Qué me dices?
Al principio crees que es un ruido sordo, como el que produce un fantasma en la madrugada. Después te das cuenta de que la presa ha cedido; la tromba de agua se precipita hacia ti. En un segundo descubres la grieta mayor y puedes ver el centro candente de la Tierra, sus misterios, sus eones, sus pulmones abiertos revelándose sin exigir moneda de vuelta. La narración de Julián es sorprendente: 'Conocí a esta chica a través de una página de contactos. Decía estar construida a base de polvo de estrellas y sudor de aguacates. Su fotografía de presentación mostraba una ninfa en brazos de un gentlemen sobre un lago, un paisaje azulado; y un mensaje a pie de imagen: 'Bailemos el agua.' A primera vista pensé: otra sensiblera gilipollas. Pero pensándolo bien, estaba más que cansado de tipas que se presentan enumerando las discotecas que frecuentan, o con fotos de sus tetas. Así que probé suerte, y no me arrepentí. Mira, aquella tipa consiguió lo que jamás pensé que pudiera conseguir ninguna, como por ejemplo quedarme toda la noche escribiéndola, o pegado al teléfono, o no dormir. Al cabo de un mes estaba tan obsesionado que me parecía hasta vulgar proponerle una cita, pero para mi sorpresa adivinó mis intenciones. Desgraciadamente, no fue una buena idea ir a verla con 39 de fiebre. Joder, la hubiera ido a conocer aunque tuviera cáncer. ¡Especialmente si tuviera cáncer! ¿Conoces el Red Face? Hay que abrir pasadizos en las calles para llegar hasta ahí. Uno se sienta en mesas de geometría imposible, te rodean macetas de cobre con plantas que desde luego en España no se encuentran, el neón domina el techo y una banda sonora así como de la vía láctea envuelve el panorama. Me esperaba en una esquina oscura, junto a una pecera con pirañas del amazonas... efectivamente, era una tipa con pasta. Me hubiera imaginado cualquier cosa excepto ésa, y sin embargo la tenía ahí, la voz de gato que durante un mes me había trastornado la vida sin llegar a verla, todo letras, todo adivinanzas, piezas sin unirse. Pero todo cuanto podíamos decirnos pareció quedarse en el teléfono. Con la cabeza ardiendo y el alma quebrándose, entenderás que recuerde bien poca cosa. Pero se me ocurrió preguntarle por aquello del agua. Y justo entonces vino uno de esos extraños silencios en los que la música, la clientela y hasta el agua de las pirañas concuerdan en callarse a la vez. 'Te voy a revelar un secreto entre mujeres', pero lo dijo como si más bien me fuera a desvelar el último fichaje del Madrid. 'Al llegar a cierta edad, nos tiramos por la borda. Descubrimos un secreto que la vida nos tiene reservados a todos, sólo que los hombres no queréis atender el aviso. Suele suceder a primeros rayos del alba, cuando aún estamos deshilachando el ovillo de los sueños, y entonces nos damos cuenta de que la soledad es el alma gemela de la muerte. No se la puede esquivar y nos piensa arrastrar a todas con ella. Nadie quiere verse en esa tesitura. Así que nos hermanamos contra ella. Se trata de una defensa colectiva más que individual: es una semilla que brota a la vez en los cuatro costados del globo. Y para que no se marchite antes de tiempo, esquivamos a esa hermana de la muerte y buscamos a alguien que nos ayude... y nos baile el agua'. Nunca he visto a una mujer hablar así, y desde luego, fue la última. Después de aquello pareció quedarse sin ganas de hablar... y yo tampoco mostré mucha destreza a la hora de sonsacarle más. Su discurso marcó el punto y final, y todo lo que recuerdo a partir de ahí son las cabezas de las pirañas dando vueltas y más vueltas alrededor de la pecera. Sólo me quedó de ella el nombre de Mayra; así firmaba en su página. No quise saber el verdadero, y creo que nunca lo sabré".
Al bajarse del coche, lo observé mientras cruzaba la verja de la entrada. Me parecía una persona bien distinta de la que había recogido en la oficina. Se había producido una auténtica transformación de la que sólo la historia de la tía con voz de gato era culpable. Suelo volver a casa con la radio puesta en cualquier chorrada, porque no me sienta bien pensar; pero por una vez me dije Qué cojones. Aquello se merecía una segunda revisión, y no se me ocurrió nadie mejor para tal cosa que la Madre Teresa de mi salvación, que además vivía bien cerca.
Te parece muy curioso cómo el cuerpo, igual que una flor seca sobre la que acaba de caer un diluvio, se abre de sopetón a cualquier posibilidad; se retuerce de curiosidad y, por una vez, se está dispuesto a escuchar al sabelotodo más insoportable. Por aquella época, más que nunca, se podía palpar una barrera entre sexos. Ellas parecían saberlo todo, pero en cuanto a vosotros, no quedaba más remedio que pegar la oreja a la rejilla del lavabo de las chicas, o pedir un terrón de azúcar a la vecina y poner en práctica toda tu habilidad de comercial para ver si le escapaba alguna pista. Porque en un principio, ni tipas ni tipos: nadie parecía saber nada. Pero entre roces de hombro y señales con el dedo, entre nubes de tabaco que parecen saber más de lo que cuentan, entre miles de señales sutiles - esa sonrisita malvada a tus espaldas, ese corro dibujando una conversación privada- acababas por enterarte de quién podía conocer la respuesta. Y de pronto, ellas eran las reinas. Seres de otra galaxia. De pronto te bajabas los pantalones y te dabas cuenta de que eras de un rango inferior. Aunque, claro está, no desesperabas. Aún me parece que todos regresamos a nuestra infancia, jugando a espías y ladrones; y ni siquiera nos cuestionábamos acerca de la naturaleza de nuestra intriga.
Mira, yo te lo explicaría, pero creo que tendrías que haber nacido sin pene para poder comprenderlo; eso te lo susurraba Valeria, guardándose el billete de diez euros con que le habías arrancado poco más que una mirada compasiva. Así que mala suerte, decía, y recogía los periódicos y se largaba con su peto de repartidora y su viento fresco en la nuca. Vale, pasemos al plan B. Te aproximabas a Marta, ejemplar único que ponía en manifiesto la sabiduría del Señor por haber permitido la invención de la minifalda, y después de un par de maniobras distractorias -¿han contestado ya los inversores de Osaka? ¿Cómo lo ves? - sentías una punzada en todo tu orgullo cuando la voz de pito le cambiaba a otra cosa. "Bueno, en la puerta de tu despacho tienes la respuesta". Y al darte la vuelta se te caían los cojones de vergüenza al reencontrarte con el rótulo de 'Stop' que habías colgado allí para ahuyentar a jefes y a acreedores. Las piernazas italianas de Marta ya estaban al final del pasillo para cuando volvías a girarte con cara de croqueta.
Entonces, como último bote salvavidas, acudes a ella. Ella que siempre se portó tan bien contigo, que fue capaz de autoinculparse del asesinato 'involuntario' del canario, ella que te perdonaría que desafinaras en una orquesta de cretinos. Tu hermana es hoy la emperatriz de los confidentes, la corsaria más temida en el océano de los secretos; la generalísima en materia de filtraciones. Es a ella a quien hay que acudir.
- Siéntate y charlemos- te dice.
Obedeces, tan esmirriado como te sentías en tu primera entrevista de trabajo. Serías capaz de portarte como el más mísero rastrero del mundo con tal de saberlo. Por la ventana distingues la estela espumosa que parece dejar un vuelo comercial sobre los rascacielos; te atarías a la cola de ese avión con tal de que te lo contaran.
- ¿Que no sabes que la curiosidad mata gatos? Porque los tíos sois como gatos. O perros, o morsas. Por eso nunca lo sabréis. Los samuráis, los rabinos, los hampones. ¿Sabes qué empareja a todos ésos? Un código de honor que tienen que respetar para que el orden del mundo no se tambalee. Si te contara eso, tendría que matarte. Sí, es algo que sólo pueden saben las mujeres; y más en concreto, cierto grupo de mujeres. Tú sigue indagando; total, son aguas tan pantanosas que no creo que te dejen volver a la superficie.
Entonces, para cuando la confusión te ha convertido en una peonza que duda de su propio equilibrio mental, resulta que existe. En ese acorazado subsistema de secretos, en la madriguera de las conspiraciones a sotto voce, existe una falla. Y cuanto más te pones a buscarla, más lejos queda. Sólo restaba, pues, tirarle una piedra al panal y confiar en acertar en el minúsculo punto débil. Y si no, ya podías correr como el viento.
***
Le tendí la mano a Julián, quien tras un desastroso comienzo en el que podría haber hundido la empresa en dos horas, había terminado por afianzarse mi simpatía. Era un tipo agradable, aunque no dejaba de cagarla y se empeñara en mantener carita de inocente. No entendía lo de su melena de león, ni a santo de qué todos aquellos adornos de plata en imitación, cuando ni siquiera podía permitirse un coche para sí mismo; mucho más inquietante fue enterarse de que su cicatriz en la mejilla era falsa. Se parecía a un cuadro de Pollock: a cada segundo de observación se comprendía menos, y aun así no se podía dejar de mirar. Su casa estaba emplazada en un bloque de adosados a varios kilómetros de la ciudad; se sentía el olor a barro de periferia en los neumáticos. Le dije Óyesme, a ti, por un casual, no te dirá nada 'Bailemos el agua', ¿verdad? Entiéndeme, sobornaría a quien fuera antes que preguntarte a ti, pero es que eso ya lo he intentado. En fin, ¿Qué me dices?
Al principio crees que es un ruido sordo, como el que produce un fantasma en la madrugada. Después te das cuenta de que la presa ha cedido; la tromba de agua se precipita hacia ti. En un segundo descubres la grieta mayor y puedes ver el centro candente de la Tierra, sus misterios, sus eones, sus pulmones abiertos revelándose sin exigir moneda de vuelta. La narración de Julián es sorprendente: 'Conocí a esta chica a través de una página de contactos. Decía estar construida a base de polvo de estrellas y sudor de aguacates. Su fotografía de presentación mostraba una ninfa en brazos de un gentlemen sobre un lago, un paisaje azulado; y un mensaje a pie de imagen: 'Bailemos el agua.' A primera vista pensé: otra sensiblera gilipollas. Pero pensándolo bien, estaba más que cansado de tipas que se presentan enumerando las discotecas que frecuentan, o con fotos de sus tetas. Así que probé suerte, y no me arrepentí. Mira, aquella tipa consiguió lo que jamás pensé que pudiera conseguir ninguna, como por ejemplo quedarme toda la noche escribiéndola, o pegado al teléfono, o no dormir. Al cabo de un mes estaba tan obsesionado que me parecía hasta vulgar proponerle una cita, pero para mi sorpresa adivinó mis intenciones. Desgraciadamente, no fue una buena idea ir a verla con 39 de fiebre. Joder, la hubiera ido a conocer aunque tuviera cáncer. ¡Especialmente si tuviera cáncer! ¿Conoces el Red Face? Hay que abrir pasadizos en las calles para llegar hasta ahí. Uno se sienta en mesas de geometría imposible, te rodean macetas de cobre con plantas que desde luego en España no se encuentran, el neón domina el techo y una banda sonora así como de la vía láctea envuelve el panorama. Me esperaba en una esquina oscura, junto a una pecera con pirañas del amazonas... efectivamente, era una tipa con pasta. Me hubiera imaginado cualquier cosa excepto ésa, y sin embargo la tenía ahí, la voz de gato que durante un mes me había trastornado la vida sin llegar a verla, todo letras, todo adivinanzas, piezas sin unirse. Pero todo cuanto podíamos decirnos pareció quedarse en el teléfono. Con la cabeza ardiendo y el alma quebrándose, entenderás que recuerde bien poca cosa. Pero se me ocurrió preguntarle por aquello del agua. Y justo entonces vino uno de esos extraños silencios en los que la música, la clientela y hasta el agua de las pirañas concuerdan en callarse a la vez. 'Te voy a revelar un secreto entre mujeres', pero lo dijo como si más bien me fuera a desvelar el último fichaje del Madrid. 'Al llegar a cierta edad, nos tiramos por la borda. Descubrimos un secreto que la vida nos tiene reservados a todos, sólo que los hombres no queréis atender el aviso. Suele suceder a primeros rayos del alba, cuando aún estamos deshilachando el ovillo de los sueños, y entonces nos damos cuenta de que la soledad es el alma gemela de la muerte. No se la puede esquivar y nos piensa arrastrar a todas con ella. Nadie quiere verse en esa tesitura. Así que nos hermanamos contra ella. Se trata de una defensa colectiva más que individual: es una semilla que brota a la vez en los cuatro costados del globo. Y para que no se marchite antes de tiempo, esquivamos a esa hermana de la muerte y buscamos a alguien que nos ayude... y nos baile el agua'. Nunca he visto a una mujer hablar así, y desde luego, fue la última. Después de aquello pareció quedarse sin ganas de hablar... y yo tampoco mostré mucha destreza a la hora de sonsacarle más. Su discurso marcó el punto y final, y todo lo que recuerdo a partir de ahí son las cabezas de las pirañas dando vueltas y más vueltas alrededor de la pecera. Sólo me quedó de ella el nombre de Mayra; así firmaba en su página. No quise saber el verdadero, y creo que nunca lo sabré".
Al bajarse del coche, lo observé mientras cruzaba la verja de la entrada. Me parecía una persona bien distinta de la que había recogido en la oficina. Se había producido una auténtica transformación de la que sólo la historia de la tía con voz de gato era culpable. Suelo volver a casa con la radio puesta en cualquier chorrada, porque no me sienta bien pensar; pero por una vez me dije Qué cojones. Aquello se merecía una segunda revisión, y no se me ocurrió nadie mejor para tal cosa que la Madre Teresa de mi salvación, que además vivía bien cerca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario