Había una chica muy joven en el asiento de al lado. A la altura de Santocildes subió una señora de más o menos mi edad. La chica a mi lado le ofreció el asiento. Me recordó a la hija de Alfonso, por la voz y los ademanes. El caso es que creo que hacía bastante tiempo que no veía algo así. Eso pensé. Y me di cuenta del tiempo que llevo ya en esta edad en la que los buenos viejos tiempos son algo más que un recuerdo. Se convierten en el hijo que te gustaría tener y enseñar. Algo así. Lo que pasa es que veo a mi alrededor muchas cosas que no entiendo del todo, y bueno, supongo que eso me hace sentir un poco solo. Al principio era sólo un pensamiento que se me venía a la cabeza de vez en cuando, pero ahora es como si supiera que va sonar el despertador y yo me voy a levantar de la cama sabiendo que el día va a ser una lucha constante contra eso.
No sabía si hablarle de esto a Dolores. Eso también me desconcertaba. Son la clase de cosas que a uno le hacen pensar si estará del todo bien de la cabeza. Pero me nacía más comentárselo a mi hijo, aunque mi hijo siempre está fuera. Si acaso a Rafael, que me conoce de siempre, o a Gerardo, porque Gerardo es la única persona que yo haya conocido que tenga siempre una respuesta. Que no tendrá por qué ser una gran respuesta, pero la tiene. Lo malo es que Gerardo da cada vez más muestras de estar envejeciendo mal. Si es que alguien envejece bien. La verdad, a veces me asusta pensar que saldré de este mundo sin haber hecho gran cosa, sin haber cambiado nada. A veces echo la vista atrás y todo lo que veo es una línea recta, como si ya estuviera decidido todo lo que yo tenía que hacer. Y eso que de joven sólo quería estar donde estoy yo ahora. No sé si chocheo. Pero me asusta igualmente.
Al final se lo conté. Dijo que era lógico que alguien como yo pasara por algo así. Pero ella cree que la he hecho feliz durante décadas, y he hecho posible que mis hijos lo sean. Eso es mi “gran cosa”. Eso, y que he pasado por el mundo sin hacerle la puñeta a nadie. Lo que me asusta también es que se hable de tu vida como algo que ya se ha acabado. Dolores lo hizo sin darse cuenta. En verdad yo soy el primero que a veces lo hace sin darse cuenta.
Pasé por la Seguridad Social para tramitar mi jubilación. Era raro estar en esa oficina. Uno espera 65 años de vida hasta llegar, pero allí me sentía como si no fuera más que a cambiar una tuerca, como llevo décadas haciendo en el taller. El hombre que tenía turno antes que yo me habló de su trabajo y de su familia. La hija mayor, me dijo, se había ido a Alemania porque llevaba seis años sin encontrar trabajo de lo suyo. De ahí pasó a hablar de las noticias. Me contó lo del plan del gobierno para retrasar dos años más la jubilación. Para paliar la crisis. Al hombre le gustaba mucho leer el periódico. Me contó después otra noticia. Que un chico se había suicidado porque en el instituto todos le hacían la vida imposible. Y a mí me dio como que algo no cuadraba. Porque hemos atravesado una dictadura y, en fin, tiempos en los que esa palabra no daba el miedo que parece dar ahora. Recuerdo compartir comida con los vecinos, mi madre preparando sopa para diez personas, y yo comprando seis o siete barras de pan diarias. Pero no recuerdo que nadie en mi colegio se suicidara. Esa clase de cosas hoy pasan como desapercibidas. Las puedes decir en voz alta. Y sí, la gente se afecta, pero luego notas que están acostumbrados. Que es lo que se esperaba, por feo que suene.
Me doy cuenta en el bar de Carmen los domingos por la tarde. Llevo muchos años yendo allí, aunque cada vez somos menos. Y raro es que Carmen siga aquí, ahora parece que todos los bares los tienen que llevar chinos. Me sorprenden todavía los chavales que a veces entran hablando a gritos, como si no hubiera Dios. Pero no me apetece hablar de eso; en verdad puedo llegar a ponerme muy pesado. Cuando Carmen sube el volumen de la tele, le presto atención a las noticias. Cosa que no suelo hacer. Pero es para que a uno le hierva la sangre. Que si uno mata a puñaladas a su mujer tras discutir por la comunión de la hija. Una chica se suicida porque sus padres no le dejan ir a un concierto. Unas feministas incendian una iglesia. Y luego, fútbol durante veinte minutos. Y sale un joven que gana en un año más de lo que yo he ganado en toda mi vida, y ahí mismo, delante de todo el país, dice que no está agusto y que no piensa seguir jugando. Luego de ver las noticias me parece que entiendo un poco mejor las cosas que pasan. Y lo que me pasa a mí. Me deja un poco más tranquilo. Al menos por un rato.
No sabía si hablarle de esto a Dolores. Eso también me desconcertaba. Son la clase de cosas que a uno le hacen pensar si estará del todo bien de la cabeza. Pero me nacía más comentárselo a mi hijo, aunque mi hijo siempre está fuera. Si acaso a Rafael, que me conoce de siempre, o a Gerardo, porque Gerardo es la única persona que yo haya conocido que tenga siempre una respuesta. Que no tendrá por qué ser una gran respuesta, pero la tiene. Lo malo es que Gerardo da cada vez más muestras de estar envejeciendo mal. Si es que alguien envejece bien. La verdad, a veces me asusta pensar que saldré de este mundo sin haber hecho gran cosa, sin haber cambiado nada. A veces echo la vista atrás y todo lo que veo es una línea recta, como si ya estuviera decidido todo lo que yo tenía que hacer. Y eso que de joven sólo quería estar donde estoy yo ahora. No sé si chocheo. Pero me asusta igualmente.
Al final se lo conté. Dijo que era lógico que alguien como yo pasara por algo así. Pero ella cree que la he hecho feliz durante décadas, y he hecho posible que mis hijos lo sean. Eso es mi “gran cosa”. Eso, y que he pasado por el mundo sin hacerle la puñeta a nadie. Lo que me asusta también es que se hable de tu vida como algo que ya se ha acabado. Dolores lo hizo sin darse cuenta. En verdad yo soy el primero que a veces lo hace sin darse cuenta.
Pasé por la Seguridad Social para tramitar mi jubilación. Era raro estar en esa oficina. Uno espera 65 años de vida hasta llegar, pero allí me sentía como si no fuera más que a cambiar una tuerca, como llevo décadas haciendo en el taller. El hombre que tenía turno antes que yo me habló de su trabajo y de su familia. La hija mayor, me dijo, se había ido a Alemania porque llevaba seis años sin encontrar trabajo de lo suyo. De ahí pasó a hablar de las noticias. Me contó lo del plan del gobierno para retrasar dos años más la jubilación. Para paliar la crisis. Al hombre le gustaba mucho leer el periódico. Me contó después otra noticia. Que un chico se había suicidado porque en el instituto todos le hacían la vida imposible. Y a mí me dio como que algo no cuadraba. Porque hemos atravesado una dictadura y, en fin, tiempos en los que esa palabra no daba el miedo que parece dar ahora. Recuerdo compartir comida con los vecinos, mi madre preparando sopa para diez personas, y yo comprando seis o siete barras de pan diarias. Pero no recuerdo que nadie en mi colegio se suicidara. Esa clase de cosas hoy pasan como desapercibidas. Las puedes decir en voz alta. Y sí, la gente se afecta, pero luego notas que están acostumbrados. Que es lo que se esperaba, por feo que suene.
Me doy cuenta en el bar de Carmen los domingos por la tarde. Llevo muchos años yendo allí, aunque cada vez somos menos. Y raro es que Carmen siga aquí, ahora parece que todos los bares los tienen que llevar chinos. Me sorprenden todavía los chavales que a veces entran hablando a gritos, como si no hubiera Dios. Pero no me apetece hablar de eso; en verdad puedo llegar a ponerme muy pesado. Cuando Carmen sube el volumen de la tele, le presto atención a las noticias. Cosa que no suelo hacer. Pero es para que a uno le hierva la sangre. Que si uno mata a puñaladas a su mujer tras discutir por la comunión de la hija. Una chica se suicida porque sus padres no le dejan ir a un concierto. Unas feministas incendian una iglesia. Y luego, fútbol durante veinte minutos. Y sale un joven que gana en un año más de lo que yo he ganado en toda mi vida, y ahí mismo, delante de todo el país, dice que no está agusto y que no piensa seguir jugando. Luego de ver las noticias me parece que entiendo un poco mejor las cosas que pasan. Y lo que me pasa a mí. Me deja un poco más tranquilo. Al menos por un rato.
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