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Las cortinas de terciopelo rojo estaban corridas hacia los extremos. La luz del candil parecía reverberar trémulamente, al antojo de la tenue brisa primaveral que alcanzaba el último piso de la torre. El tintero quedó en la posición que más le agradaba: a cinco centímetros del borde de la mesa de roble; amenazando con saltar al vacío, pero refrenándose; recibiendo el susurro de la luna en un ángulo que permitiera que la porcelana roja estallara con él. Palpó el contorno de sus labios durante unos segundos, antes de bañar la punta de la pluma.

"Los grandes maestros iluminan la senda del poeta. Con gran esmero la persigo, pero... ¡cuan pérfidas, capciosas y veleidosas pueden ser las musas! Tal que el heroico compromiso que siente el guerrero con su causa, entrego mi cuerpo al deber de la escritura... día y noche, día y noche; el alma concentrada en la muñeca, vertiendo línea tras línea un ceremonial rastro de tinta que bien podría escapar de mis venas...".

Sintió de pronto algo en el cuello, y pensó si acaso rascarse supondría un excesivo alejamiento de su tarea. Aprovechó para considerar si no habría sido una mala idea colgar el espejo justo ante él: con la perilla que amenazaba volverse matojo, y con unos ojos que cada vez destacaban menos ante las ojeras que los sombreaban, su propia faz empezaba a parecerse a la imagen precisa de la distracción.

"Procuro siempre afilar los cinco sentidos, hacer que prendan chispas cual yunque al rojo vivo... admiro a Shakespeare por saber definir con tan simples palabras a lo puro e inmortal, a Byron por inflamar pasiones con casi infantil facilidad... pero busco, en mis propios secretos, nuevas formas de describir mi entorno; el ánimo del mundo".

La pluma se detuvo. El largo penacho blanco quedó temblando, pendiente del equilibrio que ya no llegaba desde el otro extremo. El joven releyó sus propias líneas, buscando algo que refutara esa creciente sensación de tropiezo, de no saber hacia dónde demonios se dirigía.

"El ánimo del mundo...".

Se levantó de la silla y se apoyó en el alféizar de la ventana. En el cenicero descansaba un Lucky que la noche anterior había olvidado encender, así que lo tomó. Esparció los primeros hilos de humo sobre la negrura, tratando de pensar en algo que no fuera Silvia. Ah, Silvia. Una parte de mí piensa que eres una dama maravillosa, una conjunción de virtudes y talentos... y la otra piensa que eres una hija de puta y una zorra mentirosa; y oye, no sé qué parte de mí me gusta más. En la última conversación entre ambos se llegó a pronunciar la palabra "demanda". Aún tenía que venir a recoger su libreta de apuntes de latín y sus discos de los Ramones. Debería verla al menos una vez más. Para colmo.
Volvió a sentarse.

"El ánimo del mundo... esta noche está enjuagado con el sabor de la tormenta, sazonado con el aroma del averno, cubierto por la especia de la mentira y la vanidad... y siento que al frente de toda esa marea de atrocidades estoy yo, a un paso de ser arrojado un vacío oscuramente ignominioso...".

Se agachó para recoger su White Label. Aquello sí sabía bien. Pegó después otro trago y supo mejor.

Dejó la botella, preso de un repentino nerviosismo. No, no era lo correcto. Valía la pena intentarlo. Un último esfuerzo.

"...y en las entrañas de mi cuerpo, un corazón destrozado, aniquilado, se...".

Arrugó el papel y lo dejó caer al suelo. El hachís estaba junto al equipo de música, donde siempre. Se puso los cascos.


I think I'm a dreamer. Fotomontaje artístico de Ben Goossens.

1 comentario:

nunca contentos dijo...

Cuando vuelvo y leo algo como esto, pienso: "¿Cómo puedes estar sin venir cada día?"

"[...]El ánimo del mundo... esta noche está enjuagado con el sabor de la tormenta, sazonado con el aroma del averno, cubierto por la especia de la mentira y la vanidad... y siento que al frente de toda esa marea de atrocidades estoy yo, a un paso de ser arrojado un vacío oscuramente ignominioso... [...]"

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