En los albores de los distópicos 70, Pete Maravich era un Elegido; una suerte de Mesías para América. Una exhaustiva rutina de cinco o seis horas de entrenamiento en plena preadolescencia le permitió desarrollar unas habilidades baloncestísticas excepcionales, superando las expectativas que su propio padre, Press -jugador en su juventud y por entonces entrenador- había considerado en un principio. Destrozó numerosos récords universitarios y captó de inmediato la atención de los ojeadores. Su repertorio de jugadas y movimientos desestabilizaba todo canon conocido en el mundo del basket. "Era como un gran artista... con un estilo único, una velocidad diferente, una chispa inusual", dijo de él un locutor deportivo.
Con el contrato más alto que jamás se había pagado a ningún deportista, Maravich deslumbró ya en su año de debut como profesional, ligando su futuro a la cúspide de la NBA de manera irrevocable. No sólo poseía un estilo de juego único y sorprendente, sino que se ajustaba maravillosamente al prototipo del perfecto joven estadounidense: inteligente, educado, atractivo, trabajador... y talentoso. Se convirtió en uno de los primeros fenómenos deportivos tal y como hoy entendemos dicho concepto: su figura se promovía como ejemplo a seguir para millones de jóvenes perdidos en una América que, con la invasión de la psicodelia, el glam rock y la revolución sexual, se sentía despersonalizada.
La realidad, no obstante, era bien distinta.
"El alcohol entró en mi vida muy sutilmente, tal y como suelen hacerlo los enemigos. A partir de los dieciocho años me di a la bebida, a la fiesta, al sexo. Súbitamente, toda la disciplina que mi padre trató de inculcarme desapareció. Confié ciegamente en mi talento, en la habilidad que Dios me había conferido." Aunque Pete no tuvo problemas serios con la bebida durante su etapa como profesional, su carrera distó mucho de lo que todos habían previsto. Su juego, aunque espectacular, pecaba de individualista y nunca logró hacer de su equipo un equipo ganador. Pete nunca tuvo reparos en admitir que adoraba la fortuna y la fama que confería jugar en la NBA, y su sueño definitivo pasaba por ganar el anillo de campeón al menos una vez. Pero las lesiones, especialmente las de rodilla en la temporada 77-78, terminaron de tirarlo todo por la borda. Irónicamente, se retiró en 1980 sin terminar su último año de contrato con los Boston Celtics... que se hicieron con el título ya con Maravich fuera de la plantilla.
Pete había dejado de ser feliz. Había dejado de amar al baloncesto. Describió sus últimos años en la liga como "vacíos y desprovistos de sentido". Desorientado, cambió de hogar y de número telefónico, y pasó dos años en completa reclusión, desarrollando una severa adicción a la bebida. Con el paso del tiempo fue descubriendo nuevas aficiones e intereses: se inició en el budismo y el yoga, adquirió costumbres vegetarianas, devoró compulsivamente libros de ufología y, finalmente...
Finalmente llegó aquella noche de 1982. "Serían las doce y estaba viendo la televisión, solo en el comedor. Fue como si tuviera clavos en los ojos, porque todo empezó a venirme a la cabeza: cosas que le había hecho a la gente, cosas que me había hecho a mí mismo, abusos que ejercí contra mis propios amigos, mi propia familia, mi propio cuerpo... no me lo podía sacar de la cabeza. Permanecí despierto hasta casi las seis, cuando amanecía, y supliqué a un Dios al que ni siquiera conocía. 'Oh, Dios, ¿puedes salvarme? ¿Puedes perdonarme por todo aquello que he hecho?' Yo jamás había rezado. Jamás había leído la Biblia. Pero recordé aquellos días en el campus cristiano para el que hice una exhibición, aquél día en el que yo había sentido vergüenza al ver a tantos jóvenes conversos, una vergüenza que me hizo jurar que nunca me haría religioso... y todo cuanto puedo decir es que de pronto Dios me habló, y escuché cómo me decía: 'Sé fuerte con tu propio corazón".
La conversión de Maravich al cristianismo fue tan sorprendente como apasionada. Se convirtió en un devoto miembro de la Iglesia Evangélica, a la que aportó sustanciosos fondos. Su pensamiento se concentró en la búsqueda de una felicidad que él dijo haber encontrado mediante la fe, la caridad y el amor. Escribió numerosos textos en los que predicaba sobre su particular encuentro con Jesucristo y menospreciaba los deseos concupiscentes que le habían dominado en su juventud. Pete Maravich había resucitado, y cómo: "Mi objetivo es ser recordado como un cristiano, como un hombre que se dedicó enteramente a servir a Dios, y no al baloncesto".
Noche del 5 de Enero de 1988. Pete está con unos amigos en el gimnasio de la Primera Iglesia de los Nazarenos. Todos ríen, lanzan, asisten, y 'Pistol' se permite el lujo de efectuar algún que otro golpe de magia con el balón. Todos están disfrutando de lo lindo. "Me siento genial", dice Pete. De pronto se desploma, cae al suelo. James Dobson, su mejor amigo, se le aproxima. "Vaya golpe, Pete. ¿Todo bien?". Pete no contesta, no mueve un sólo músculo. James descubre que no respira ni tiene pulso. Nadie sabe cómo o por qué, pero el corazón de Pete ha dejado de latir. Cuando se le practique la autopsia, los médicos descubrirán algo sencillamente increíble.
Antes de continuar, convendría saber un par de cosas acerca de las arterias coronarias. Nacen directamente de la aorta y se encargan de irrigar el miocardio del corazón, cumpliendo un papel esencial en el funcionamiento del cuerpo, especialmente cuando se ve sometido a esfuerzos físicos. Los seres humanos tenemos dos: una coronaria derecha y una izquierda.
Pete Maravich sólo tenía una.
Se confirmó que ese defecto congénito había sido la causa de la muerte. El colapso pudo haber llegado perfectamente en su juventud o en su niñez. Pudo haber llegado en cualquier otro momento.Pero el hado reservó a 'Pistol' Pete un camino infinitamente rocambolesco, premitiéndole marcharse sólo después de haber conocido la frustración y la miseria, sólo después de haber encontrado su felicidad -disparatada, tal vez, a nuestros ojos- a través de una ideología que transformó su pensamiento para siempre. A 'Pistol' Pete se le fue dado el placer de morir sólo cuando se sintió el hombre que realmente deseaba ser, una vez alcanzado su ansiado triunfo en unas tierras muy distantes del lujoso edén que se le prometió en su adolescencia.
Precisamente en su juventud dejó una frase que termina de rizar el rizo de su trayectoria surreal, y lo despide tal vez como un ser que bien pudo haber jugado no sobre una cancha, sino sobre su propio destino: "Me tomo las cosas con calma. No me gustaría jugar diez años en la NBA para después morir de un infarto a los 40".
1 comentario:
LS WHO? LSU, LSU, LSU! BOOM SHAKALAKA! In AnD OuT LiKe A FaStFoOd ReStAuRaNt ;D ha nice choice...viva "la pistol"!
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