"Hay en cada ser humano una vocación que lo impulsa a conocer, experimentar, interrogarse, sentir y expresarse. (...) El proceso creativo es un tránsito de la realidad al espacio íntimo de la subjetividad y el retorno al mundo en forma de expresión creadora. Este movimiento adopta las más diversas formas en cada uno de los artistas. "
Teresa Martín Taffarel, Caminos de escritura
Teresa Martín Taffarel, Caminos de escritura
La idea, sin previo aviso, surge. Al principio parece un hilo perdido de los sueños; un contorno sutil, impreciso y delicioso, en el que se arremolinan infinitas muestras de luz, color y sentimiento. Este es el punto en el que el arte cobra su aspecto más inocentemente hermoso, al presentarse con perfecta pulcritud en lo que aún es una mera elucubración, un irrealizado anhelo del hombre.
Como uno no puede lanzarse a la piscina sin templar antes el cuerpo, hay que realizar un planteamiento previo al ulterior trabajo. Se debe elaborar un mínimo cálculo o bosquejo de la estatua a esculpir, aunque aceptemos la idea de que la obra irá cambiando a medida que se construye. Este es el punto en el que el arte cobra su aspecto más sereno y metódico, lo cual supone una tortura para el creador porque siempre ha sido un ser impaciente, una ardilla que quiere subir al árbol tan rápido como pueda, un mago frustrado que quisiera convertir lo abstracto en concreto con un chasqueo de dedos.
Llega el momento de utilizar las manos, de mover el esqueleto, de verter a la luz ese conjunto de especulaciones que hasta ahora habían permanecido dormidos en el filo de la mente. El artista coloca los primeros ladrillos y empieza a erigir, lenta pero constantemente, su templo de los sueños. Este es el punto en el que el arte cobra su aspecto más rudo y tortuoso, porque los grandes edificios no se levantan de la noche a la mañana y el arquitecto ha de vencer con frecuencia a sus peores fantasmas, tales como la pereza, la lenidad, el desánimo, la incertidumbre o incluso la derrota - a veces, una retirada a tiempo es también una victoria-. Es el punto en el que el arte cobra el aspecto puro de un reto, en el que la idea se hace valer o no, en el que el artista expone su mayor fortaleza o no.
Et voilà. La estatua se termina. El sueño se corporeiza. De pronto, se escribe un punto y resulta ser un final. Se traza una pincelada y resulta ser la definitiva. Al principio, uno siempre se queda un tanto desconcertado con ese bebé que sostiene entre los brazos... ¿Era esto con lo que habíamos soñado? ¿Era esto lo que queríamos conseguir? De hecho... ¿lo hemos conseguido? A lo largo de todos los procesos anteriores, la criatura ha ido creciendo por cuenta propia y se ha alejado bastante de los planes que su padre tenía para él. Curiosamente, esto suele resultar positivo: este es un edificio cuya concepción cambia con el tiempo, y por ello no tiene sentido construirlo de manera forzada, ni obligar a que toda pieza original encaje. No es lo mismo adornar un lienzo que destrozarlo a brochazos. Durante todo este tiempo, nosotros hemos crecido. La idea también. Así las cosas, hemos dado a luz un híbrido, algo genuino y natural que ha terminado siendo una conjunción no sólo de ilusiones, sino también de fantasmas, sudores, jaquecas y faltas.
Lo que más me fascina de estas cuatro etapas es su irregularidad, su insustancialidad. Servidor las ha nombrado e identificado porque, dentro de un amplísimo marco de métodos y variables, suelen ser las más comunes; pero nunca se presentan tal cual. Las etapas se confunden y ofuscan entre sí. Uno nunca sabe cuándo ha empezado, y ¡pobre de aquél que dice saber cuándo ha terminado! Es imposible hacer una disección del proceso creativo porque, en cierto sentido, es el proceso creativo el que nos disecciona a nosotros. Termina siendo un engendro que desafía a su creador y lo anula y empequeñece, excediendo sus expectativas para bien o para mal. Este es el punto en el que el arte cobra su aspecto verdadero: el de una enigmática combinación de elementos que nunca podrán ser descubiertos, y que el artista no se llevará a la tumba porque ni el artista mismo sabría explicarlos con precisión. Es el punto en el que el arte demuestra por qué es arte, y no ciencia ni industria pesada: porque no existe estudio, tesis o autopsia capaz de explicar cómo se convierte el instante en cuadro o la sensación en poema. Porque el arte es un retoño del alma, un engendro del pensamiento; el producto de innumerables mecanismos humanos que dependen y dependerán por siempre del misterio.
Como uno no puede lanzarse a la piscina sin templar antes el cuerpo, hay que realizar un planteamiento previo al ulterior trabajo. Se debe elaborar un mínimo cálculo o bosquejo de la estatua a esculpir, aunque aceptemos la idea de que la obra irá cambiando a medida que se construye. Este es el punto en el que el arte cobra su aspecto más sereno y metódico, lo cual supone una tortura para el creador porque siempre ha sido un ser impaciente, una ardilla que quiere subir al árbol tan rápido como pueda, un mago frustrado que quisiera convertir lo abstracto en concreto con un chasqueo de dedos.
Llega el momento de utilizar las manos, de mover el esqueleto, de verter a la luz ese conjunto de especulaciones que hasta ahora habían permanecido dormidos en el filo de la mente. El artista coloca los primeros ladrillos y empieza a erigir, lenta pero constantemente, su templo de los sueños. Este es el punto en el que el arte cobra su aspecto más rudo y tortuoso, porque los grandes edificios no se levantan de la noche a la mañana y el arquitecto ha de vencer con frecuencia a sus peores fantasmas, tales como la pereza, la lenidad, el desánimo, la incertidumbre o incluso la derrota - a veces, una retirada a tiempo es también una victoria-. Es el punto en el que el arte cobra el aspecto puro de un reto, en el que la idea se hace valer o no, en el que el artista expone su mayor fortaleza o no.
Et voilà. La estatua se termina. El sueño se corporeiza. De pronto, se escribe un punto y resulta ser un final. Se traza una pincelada y resulta ser la definitiva. Al principio, uno siempre se queda un tanto desconcertado con ese bebé que sostiene entre los brazos... ¿Era esto con lo que habíamos soñado? ¿Era esto lo que queríamos conseguir? De hecho... ¿lo hemos conseguido? A lo largo de todos los procesos anteriores, la criatura ha ido creciendo por cuenta propia y se ha alejado bastante de los planes que su padre tenía para él. Curiosamente, esto suele resultar positivo: este es un edificio cuya concepción cambia con el tiempo, y por ello no tiene sentido construirlo de manera forzada, ni obligar a que toda pieza original encaje. No es lo mismo adornar un lienzo que destrozarlo a brochazos. Durante todo este tiempo, nosotros hemos crecido. La idea también. Así las cosas, hemos dado a luz un híbrido, algo genuino y natural que ha terminado siendo una conjunción no sólo de ilusiones, sino también de fantasmas, sudores, jaquecas y faltas.
Lo que más me fascina de estas cuatro etapas es su irregularidad, su insustancialidad. Servidor las ha nombrado e identificado porque, dentro de un amplísimo marco de métodos y variables, suelen ser las más comunes; pero nunca se presentan tal cual. Las etapas se confunden y ofuscan entre sí. Uno nunca sabe cuándo ha empezado, y ¡pobre de aquél que dice saber cuándo ha terminado! Es imposible hacer una disección del proceso creativo porque, en cierto sentido, es el proceso creativo el que nos disecciona a nosotros. Termina siendo un engendro que desafía a su creador y lo anula y empequeñece, excediendo sus expectativas para bien o para mal. Este es el punto en el que el arte cobra su aspecto verdadero: el de una enigmática combinación de elementos que nunca podrán ser descubiertos, y que el artista no se llevará a la tumba porque ni el artista mismo sabría explicarlos con precisión. Es el punto en el que el arte demuestra por qué es arte, y no ciencia ni industria pesada: porque no existe estudio, tesis o autopsia capaz de explicar cómo se convierte el instante en cuadro o la sensación en poema. Porque el arte es un retoño del alma, un engendro del pensamiento; el producto de innumerables mecanismos humanos que dependen y dependerán por siempre del misterio.
1 comentario:
¡Superbe!
Me encanta el ritmo de fluidos que das a tu palabras en éste texto, tienen tacto y piel por si solas.
Y en cuanto al arte y proceso creativo.. ¿qué podría yo decir? ¡dejemos que ése engendro posea y flagele nuestra condición cárnica!
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