Será sólo un minuto, pero atiéndeme. No hables y fíjate en esto. Ahí, justo encima de ti. ¿Lo ves?
Es increíble lo que tenemos ahí arriba.
Es una imagen onírica hecha realidad. Un sueño volando sobre nuestras cabezas. Una representación mundanal de lo mágico.
Una cúpula decorada con lienzos de algodón, brasas que relucen a años luz de distancia, cuerpos ultraterrenos que aparecen y desaparecen.
Este manto inamovible puede ser cálido o gélido. Puede arrojar líquido, condensarlo, solidificarlo. Y es el más talentoso de los artistas. Juega a la baraja con nuestro estado de ánimo, sea cual sea su variedad.
Porque, de hecho, nos domina. Dependemos de él. Respiramos por él. Soñamos bajo él. Lloramos por él.
A veces, sin motivo, lo contemplo durante varios minutos. En absoluto silencio. Y me parece que una verdad absoluta, un sentimiento demasiado profundo como para que yo llegue a comprenderlo, se esconde detrás de esos arreboles y esos trazos móviles de nieve.
Me recuerda lo pequeño que fui y que seguiré siendo. Me hace pensar en los millones de cielos que jamás conoceré. Me pone en la situación de la hormiga que está a punto de morir aplastada bajo la gigantesca sombra de mi pie.
Me recuerda lo insignificantes que somos.
Así que tan sólo lo miro.
Y después de ese largo silencio, sigo por mi camino.
Ahora, dime. ¿De qué me estabas hablando?
3 comentarios:
Buen tema aunque algunos no hayamos sabido verlo jaja. Sí, el cielo se mantiene entre todos los monarcas que se sienta en el trono de la inspiración de muchos artistas, entre muchos más candidatos. Pero por lo general éste es el más magnánime, aunque muchas veces se nos olvide de que sigue danzando sobre nuestras cabezas.
Nos recuerda todo aquello que es inmenso, liviano, elevado.. y que mantiene su idea de permanecer más digno de a dejarse a ver a algo menos limitado que nuestras miradas. Nos recuerda todo aquello que es para nosotros inalcanzable,
todo aquello que permanece, todo aquello que muere y sigue brillando.
Y sí, insignificantes.
Me paro y busco el cielo. Para contemplarlo y poder reflexionar sobre tus palabras. Mis ojos tienen que sortear los cristales de los despachos. Hasta llegar a las ventanas. De critales tan oscuros que desvirtuan el color de los pequeños trozos de cielo que puedo ver.
Creo que lo dejo para cuando llegue a casa. Prefiero contemplar mi absoluta insignificancia fuera de estos cristales.
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