A menudo miro a los demás y tan sólo veo vodevil. Labios que se afilan, músculos que se contraen, pupilas que se dilatan, pero nada más que vodevil. La superficie desvaída de lo que, en lo profundo, debe ser una emoción diferente. A menudo, en el espejo, me topo con la misma función.
Como un afluente invertido, te escindes de la arteria principal. Le das el ramal a tus piernas para que busquen su destino. Y el paseo nocturno termina arrastrándote lejos de donde provienes. A veces, estas escapadas terminan hollando lugares de ensueño; o bien al contrario, pisas las grietas equivocadas, revelas géiseres, desatas infiernos que te obligan a correr por tu vida. Salir sólo por la noche puede convertirse en una apuesta al rojo o al negro contigo mismo en el tapete.
Hay noches en las que no se encuentra nada. El alma, sobre los pies solitarios, se desglosa pieza por pieza a la espera de que la brisa nocturna abrace el arcoiris negro que yace atrincherado bajo infinitas capas de piel, y que de esa fusión nazca un ser más puro y hermoso; definitivo. Es una odisea en pos del Dalai Lama de las calles. Como quien busca desintoxicarse de un mal recuerdo viajando por el mundo, creyendo siempre que el paisaje más imposible, el peligro más purificador, el amor más expiatorio aguarda tras las puertas de cada aeropuerto. Y termina por regresar a casa con las manos vacías.
Es el trueque de la soledad. La soledad es una amante muy caprichosa, a la que tanto le da conceder rojo o negro. Es lo más parecido a una droga inocua: sin olor, ni calor, ni tacto alguno es capaz de iluminar o descoyuntar una mente en cuestión de minutos. Quizá un día se te antoje como una puta desalmada: incapaz de mentir, se le ama por el doble filo de sus palabras, que pueden morder como el acero o dejar un rastro de almíbar. De una u otra forma, terminas por volver a visitarla, con los bolsillos repletos de monedas. Adoras sus gotas de sabiduría perlada.
Ahora bien, todavía está por nacer el ser humano que resista por siempre la verdad. Veneno y fluído vital a un mismo tiempo, solemos resultar pésimos a la hora de administrarnos la dosis.
Detrás de la carne y el hueso se abren los pétalos de algo tan grande, brillante, atronador, espantoso y bello que los demás morirían si pudieran verlo con los ojos. Ni siquiera uno mismo puede hacerle frente a ese crisol incendiado que lleva dentro. Y para protegernos, y proteger a los demás, los años nos enseñan la ironía, el sarcasmo, las muecas, el frío. Nos descubren el arte del Vodevil.
Como un afluente invertido, te escindes de la arteria principal. Le das el ramal a tus piernas para que busquen su destino. Y el paseo nocturno termina arrastrándote lejos de donde provienes. A veces, estas escapadas terminan hollando lugares de ensueño; o bien al contrario, pisas las grietas equivocadas, revelas géiseres, desatas infiernos que te obligan a correr por tu vida. Salir sólo por la noche puede convertirse en una apuesta al rojo o al negro contigo mismo en el tapete.
Hay noches en las que no se encuentra nada. El alma, sobre los pies solitarios, se desglosa pieza por pieza a la espera de que la brisa nocturna abrace el arcoiris negro que yace atrincherado bajo infinitas capas de piel, y que de esa fusión nazca un ser más puro y hermoso; definitivo. Es una odisea en pos del Dalai Lama de las calles. Como quien busca desintoxicarse de un mal recuerdo viajando por el mundo, creyendo siempre que el paisaje más imposible, el peligro más purificador, el amor más expiatorio aguarda tras las puertas de cada aeropuerto. Y termina por regresar a casa con las manos vacías.
Es el trueque de la soledad. La soledad es una amante muy caprichosa, a la que tanto le da conceder rojo o negro. Es lo más parecido a una droga inocua: sin olor, ni calor, ni tacto alguno es capaz de iluminar o descoyuntar una mente en cuestión de minutos. Quizá un día se te antoje como una puta desalmada: incapaz de mentir, se le ama por el doble filo de sus palabras, que pueden morder como el acero o dejar un rastro de almíbar. De una u otra forma, terminas por volver a visitarla, con los bolsillos repletos de monedas. Adoras sus gotas de sabiduría perlada.
Ahora bien, todavía está por nacer el ser humano que resista por siempre la verdad. Veneno y fluído vital a un mismo tiempo, solemos resultar pésimos a la hora de administrarnos la dosis.
Detrás de la carne y el hueso se abren los pétalos de algo tan grande, brillante, atronador, espantoso y bello que los demás morirían si pudieran verlo con los ojos. Ni siquiera uno mismo puede hacerle frente a ese crisol incendiado que lleva dentro. Y para protegernos, y proteger a los demás, los años nos enseñan la ironía, el sarcasmo, las muecas, el frío. Nos descubren el arte del Vodevil.
2 comentarios:
Hola Lars
Un texto entero. Una oración que me llevo en el bolsillo.
Ahora bien, todavía no he conocido ser humano que resista por siempre la verdad.
Saludos. Jabier.
"Ahora bien, todavía está por nacer el ser humano que resista por siempre la verdad. Veneno y fluído vital a un mismo tiempo, solemos resultar pésimos a la hora de administrarnos la dosis"
A veces somos pésimos incluso cuando administramos a los demás la dosis que nos compete administrar.
Como siempre tus palabras me tocan como si me hablaran directamente a mi. Un gran texto.
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