Había llegado a creer que nunca llegaría tal día, pero las negociaciones llegaban a su fin. Esteban mantenía que era la comida española lo que había terminado por doblegar a Otomo y los suyos; de hecho, habían insistido en que la última cena de negocios se realizara en algún restaurante "especializado", palabra que por cierto adoraban. El Sanxenxo estaba a apenas diez minutos de las oficinas, pero Esteban quiso pasar antes por el Starbucks de la calle Ortega y Gasset para revisar conmigo algunos detalles de última hora. Estaba hecho; sólo un desastre impediría la joint venture a estas alturas. Mi socio -sigo siendo incapaz de llamarle "amigo"- estaba relajado, lo que fácilmente conduciría a una larga perorata sobre los inminentes cambios en el mercado internacional, y de ahí a la inherente aunque desinteresada función que nuestra empresa terminaría por ejercer en el seno del sistema social, y de ahí a alguna que otra reflexión de carácter tecno-filosófico en la que Esteban se convertiría por momentos en una especie de voz demiúrgica en representación del cielo de la economía, el supremo flujo de poder y la cima del conocimiento empresarial.
- Esto será tan sólo el principio - bebía de su enorme café a sorbos cortos, se ajustaba la corbata, se desabotonaba y volvía a abotonarse mecánicamente el último botón de su americana, pero jamás miraba al reloj-. Entrar directamente en Japón va a disparar nuestro prestigio. Se acabó el reinado de Repsol y de Cepsa. Y si te das cuenta, si piensas en profundidad sobre ello, verás que las consecuencias de ésto no se limitarán al ámbito empresarial ni al financiero. Vamos a hacer tambalear un imperio. La gente será un poco más libre.
Por entonces yo era demasiado joven y ambicioso como para pensar en ciertas cosas, pero veinte años después uno se lo toma con más calma. Es gracioso que no volviera a ver a Esteban; el mundo empresarial es un constante vaivén. Pero tengo una respuesta magnífica preparada para cuando me reencuentre con él. Porque Esteban también es de los que empieza la mañana con una ración de Nescafé y un tazón de Kellog's, y lleva a sus hijos al Donkin' Donut's, y consulta acciones y movimientos gracias al buen hacer de Microsoft y Google, y llega a tiempo a su trabajo debido a los servicios de Toyota y General Motors, y sazona sus patatas fritas con generosas raciones de Heinz Ketchup, y adecúa el status social de su esposa con lindezas de Versace y Hermés, y permite que el Santander administre sus diversas cuentas bancarias, y disfruta de la mejor calidad de imagen por arte y gracia de Panasonic, y cumplimenta sus satisfacciones diarias debido a la eficiencia de Carrefour y El Corte Inglés, y envía su cuota anual a Mapfre para comprar un poco más de tranquilidad, y se relaja porque Bacardi, Ferrero Rosché, Camel y Heineken se lo permiten. Así que mucho me temo que hará falta algo más que un acuerdo comercial para conseguir que seamos un poco más libres.
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