A quienes siguen preguntándose por qué no me decido a escoger:
No me importaría ser como ustedes. Me gustaría jugar a lo que ustedes juegan. Declararme parte de un territorio, miembro de una especie, apéndice de una estirpe, hijo de una bandera, extensión de un ideal. Pero tengo un grave problema.
Si me remonto a Madrid, esa laberíntica cuna de celuloide y hormigón que me vio nacer, caigo en la cuenta de que no viví allí más que unos pocos meses. Es un lugar al que amo -y no es el único, por cierto-, pero dolorosamente, hoy es poco más que un albergue de paso. La familia es de lo poco que me vincula allí. Es un tanto impreciso afirmar que soy de allí.
He crecido en Barcelona. Pero no consigo sentir que esa sea mi tierra. No encuentro raíces cuyo valor deba proteger a ultranza ni percibo esa indefinible niebla en el subconsciente que debería hacerme sentir parte inevitable de un conjunto. No puedo considerarme catalán.
Algunas de las experiencias más memorables de mi adolescencia acontecieron entre Alicante y Valencia. Pero, para mí, esos lugares son ya un cuerpo pretérito; no los asocio con algo a lo que debiera regresar; mucho menos con algo por lo que deba sentirme representado.
Aún no he dicho nada del sur. La sangre de mi padre es el legado de varias generaciones bañadas por el sol de Andalucía... lo que implica que, probablemente, mi padre sea también fenicio, griego, romano, germánico, visigodo y musulmán.
Vivo en España, según parece. Considero un lujo haberme criado en un lugar tan harto de heterogeneidad; donde parece esconderse la versión miniaturizada de todo un planeta, donde uno puede pasarse la vida entera sin repetir plato y nadie ha oído hablar jamás del término medio.
Pero también he paseado por las calles de Dublín, Amsterdam, Florencia, Londres y Montpellier; y lo que he encontrado en todos esos lugares no me ha parecido menos mío que cuanto tengo aquí.
Sigo sin saber qué es sentirse un extraño. Érase un hombre tan ignorante, tan ignorante, que no sabía ni dónde terminaba su casa.
Debo confesarlo: me divierte mucho jugar a ser yo.
No me importaría ser como ustedes. Me gustaría jugar a lo que ustedes juegan. Declararme parte de un territorio, miembro de una especie, apéndice de una estirpe, hijo de una bandera, extensión de un ideal. Pero tengo un grave problema.
Si me remonto a Madrid, esa laberíntica cuna de celuloide y hormigón que me vio nacer, caigo en la cuenta de que no viví allí más que unos pocos meses. Es un lugar al que amo -y no es el único, por cierto-, pero dolorosamente, hoy es poco más que un albergue de paso. La familia es de lo poco que me vincula allí. Es un tanto impreciso afirmar que soy de allí.
He crecido en Barcelona. Pero no consigo sentir que esa sea mi tierra. No encuentro raíces cuyo valor deba proteger a ultranza ni percibo esa indefinible niebla en el subconsciente que debería hacerme sentir parte inevitable de un conjunto. No puedo considerarme catalán.
Algunas de las experiencias más memorables de mi adolescencia acontecieron entre Alicante y Valencia. Pero, para mí, esos lugares son ya un cuerpo pretérito; no los asocio con algo a lo que debiera regresar; mucho menos con algo por lo que deba sentirme representado.
Aún no he dicho nada del sur. La sangre de mi padre es el legado de varias generaciones bañadas por el sol de Andalucía... lo que implica que, probablemente, mi padre sea también fenicio, griego, romano, germánico, visigodo y musulmán.
Vivo en España, según parece. Considero un lujo haberme criado en un lugar tan harto de heterogeneidad; donde parece esconderse la versión miniaturizada de todo un planeta, donde uno puede pasarse la vida entera sin repetir plato y nadie ha oído hablar jamás del término medio.
Pero también he paseado por las calles de Dublín, Amsterdam, Florencia, Londres y Montpellier; y lo que he encontrado en todos esos lugares no me ha parecido menos mío que cuanto tengo aquí.
Sigo sin saber qué es sentirse un extraño. Érase un hombre tan ignorante, tan ignorante, que no sabía ni dónde terminaba su casa.
Debo confesarlo: me divierte mucho jugar a ser yo.
1 comentario:
~ Identity is such a crucial affair that one shouldn't rush into it. ~ David Quammen
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